José María Marco

Victoria del optimismo

La Razón
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Después de España y de Holanda... Merci, la France! No hay mejor manera de expresar el alivio con el que casi todos hemos acogido la victoria de Macron sobre el populismo. Aún más porque era una victoria improbable hasta bien entrada la campaña electoral. Macron no tenía partido, no era una figura popular, no tenía experiencia y es europeísta y liberal, dos adjetivos que en Francia suenan a blasfemia sulfurosa, casi antisistema.

Ahora el nuevo Presidente se enfrenta a una tarea aún más difícil, que es emprender en su país reformas como las de los países nórdicos, Alemania y España. Pues bien, Macron puede superarla. Ha ganado porque ha sabido situarse en el centro preciso del espectro político, un punto inexistente desde Giscard d’Estaing en los 70. Enfrente ha tenido a un Frente Nacional que no ha culminado el giro al republicanismo conservador. Las costuras del proyecto han dejado ver el populismo irremediable, y zafio, del FN, mal inspirado por el ejemplo británico y el norteamericano. Este fracaso ha traído el rechazo en las urnas. Si se hacen reformas, el populismo habrá alcanzado su tope. En otro caso, se abren muchas posibilidades. Esto aumenta la urgencia reformista.

Al no ser Macron un candidato puro del sistema, tiene margen de maniobra para negociar con los restos de los partidos tradicionales. La izquierda está liquidada tras el quinquenio perdido de Hollande y con una sublevación podemita propia, aunque muchos socialistas ven en Macron un rescoldo de salvación... personal. La derecha gaullista estaba en mejor estado, pero las primarias la destrozaron al abrir la guerra interna de la que ha caído víctima toda la elite de «Los republicanos». Es esto lo que ha impulsado a Macron, algo inconcebible en países donde el centro derecha se mantiene y es capaz de emprender reformas. Así que Macron tiene la posibilidad, inédita e inesperada, de equilibrar sus apoyos para conseguir en junio una coalición social sensible al optimismo, abierta al cambio y capaz de sostener una Cámara que hasta ahora parecía tan «introuvable» (inimaginable) como la que soñó Luis XVIII tras la Revolución. Lo mejor que puede hacer es aprovechar la autoridad que le da el mandato recién conseguido para poner en marcha –ya– algunas de esas grandes reformas que Francia y la UE necesitan. De ninguna manera puede perder la iniciativa.