¡A VOLAR!

Los alcaldes de Sevilla y Toulouse, el socialista Juan Espadas y el conservador Jean-Luc Moudenc, se han precipitado en firmar un convenio en pro de la industria aeroespacial que tantos jornales dispensa en sus respectivas ciudades.

No viene al caso el empleo del verbo «precipitar» por haberlo hecho en domingo en la bellísima Villa Rosa, en previsión de las huelgas que el lunes iban a paralizar los transportes en toda Francia, sino porque la proclama llega en vísperas de un duro ajuste anunciado por Airbus –la compañía paneuropea que disfruta de un régimen de casi monopolio– a resultas de un par de fiascos propios y unas cuantas circunstancias ajenas. Después de un inicio de siglo en permanente expansión, el año 2020 será el primero en el que el oasis aeronáutico no mitigue la inanición del sector secundario andaluz. El avión de pasajeros A380 se dejará de fabricar a causa del hostigamiento del lobby verde, los ecologistas de toda la vida más la horda antiturismo; el aeroplano militar A400M, que ha disparado sus costes hasta la frontera de la competitividad, lidia con los restrictivos presupuestos de los gobiernos de la Unión Europea, que subcontratan su Defensa a Estados Unidos. Sin estos dos grandes proyectos, muchas empresas auxiliares se irán directamente al guano, mientras que otras aguardan como el maná un libramiento de fondos que permita desarrollar prototipos espaciales, de ahí la importancia de impulsar esa Comunidad de Ciudades Ariane en la que Tarrasa (Barcelona) y Sevilla, que celebró su inminente presidencia con la cumbre ministerial de la pasada semana, se integraron en los primeros años de esta década.

La creación de riqueza es una labor que no siempre es grata, pero ojalá se responsabilice a Andalucía por las emisiones de queroseno de las aeronaves que aquí se fabriquen.