Agricultura
Con chalecos amarillos
«No puede ser que el que cultiva naranjas vaya en un Nissan Patrol de hace veinte años y el que las lleva al ‘merca’ conduzca un Porsche Cayenne nuevecito»
Si este 2020 anduviese por sus postrimerías, seguro que «tractorada» sería la palabra del año en Andalucía, donde ayer estalló la espoleta retardada de la mecha que encendieron en enero los labradores extremeños. La gente del campo es tozuda, pues de otra manera no podrían sobreponerse a los continuos revolcones que les propinan los meteoros, de modo que se ha buscado Luis Planas a duros adversarios con los que lidiar. Es casi imposible doblegar a los del gremio de mi padre, fallecido en abril a punto de cumplir los 92 tacos y que abonó hasta el último día su cuota mensual de Asaja, acrónimo cuyas dos últimas letras significan “jóvenes” (¡!) y «agricultores». Esta gente, en verdad, es de otra pasta. El ministro andaluz del ramo pretende calmar la santa ira del campo con ocurrencias estrafalarias como las de limitar las promociones de los supermercados, gansada que finge ignorar lo que perfectamente sabe: son los eslabones intermedios de la cadena de distribución los que mayor margen sacan en el sector primario. Y el que más, claro está, el Estado. Si el fisco renunciase a su diezmo, puesto que mantiene un sistema de exacciones idéntico al feudal, el productor incrementaría su pírrico beneficio sin que el consumidor viera encarecidos los precios.
Pero antes muertos que liberales, claro, y el primer reflejo es exprimir hasta la linde del hambre a estos pequeñísimos empresarios con el encarecimiento del gasóleo (más impuestos) y la subida del salario mínimo interprofesional (más recaudación para la Seguridad Social). «No puede ser que el que cultiva naranjas vaya en un Nissan Patrol de hace veinte años y el que las lleva al ‘merca’ conduzca un Porsche Cayenne nuevecito», se lamentaba ayer una hija del agro cordobés. Vistieron para cortar las carreteras los mismos chalecos amarillos que hicieron famosos a sus colegas franceses, aunque es deseable que la justa protesta no degenere, como allí, en impresentable algarada.
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