Coronavirus

Necia felicidad

“España estará arruinada y puede que algo fofa, pero nada es capaz de frenar nuestra capacidad para la memez”

Este año la invasión no ha sido la francesa, sí la del deporte para vencer a la molicie, la desesperación y el marasmo que nos comen por dentro. Esto además del Covid-19, que deja su huella mortífera en la lista de fallecidos diariamente. Con las claras del día era obligado el sainete nacional, no teníamos otra forma de hacerlo después de los ensayos chuscos cuando se salió a la calle a simular procesiones durante la Semana Santa o cuando, al menos en Sevilla, los balcones se engalanaron para hacer más fácil el arranque de la Feria que tampoco se celebró. Supongo que cada uno tiene su propio altar de santos a los que rezar y fiestas que aplaudir. Decía que de buenas a primeras ayer todo fueron deportistas amateurs de alto nivel, ¡qué contradicción!, prestos a hacer el ridículo de una punta a otra del país. España estará arruinada y puede que algo fofa, pero nada es capaz de frenar nuestra capacidad para la memez. Ni la emergencia nacional, ni casi dos meses de encierro, ni las futuras agujetas; todo lo contrario. Confinados, como regocijados en nuestra esencia, damos mucho más de lo que se espera de nosotros y somos capaces de embutirnos en la ropa de deporte de nuestros hijos para no ser menos dentro del rebaño. Seguimos bajo el signo totalitario, autoimpuesto, que es lo peor de todo. La mofa en esta ópera bufa, contra nosotros mismos, me la anticipó hace unas semanas el escritor Joaquín Campos desde Cabo Verde. Porque el autor del genial “Últimas esperanzas” desde su cinismo inteligente me puso en Pyongyang mientras escuchaba al personal aplaudiendo ante la nada. Ahora presentan unas franjas horarias con unos dibujitos humanos en posición deportiva y salimos en masa cual norcoreanos llorosos por la muerte del amado líder. Mientras la lupa se aleja de nuestra mediocridad y rutina, las cifras de la catástrofe ofrecen una caída del PIB durante el 2020 de más de nueve puntos. No sabíamos de niños que treinta años después, frente a un nuevo pelotón de fusilamiento, recordaríamos el valor de los diagramas de barras para entender mejor lo que es una tragedia. Generalmente, lo que nos pasa y lo que nos sucede no tiene mucho que ver, la relación es desigual, el desastre que esconden esas cifras ahora nos puede decir bien poco, como las muertes que no nos tocan. La realidad nos permite salir a la calle, participar del circo, volver a casa con satisfacción y oír al presidente del Gobierno reconocer que no hay Plan-B masticando con la boca llena.

No sabíamos de niños que treinta años después, frente a un nuevo pelotón de fusilamiento, recordaríamos el valor de los diagramas de barras para entender mejor lo que es una tragedia