Covid-19
Llevar Manhattan al pueblo
El catedrático de Economía analiza la evolución de las nuevas culturas empresariales surgidas en la era del coronavirus
El rapidísimo desarrollo de las denominadas tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) ha traído consigo la aparición de nuevas culturas empresariales. A nadie se escapa que vivimos tiempos marcados por grandes transformaciones tecnológicas, organizacionales, por la creación de redes permanentemente enlazadas que exigen alta preparación profesional y capacitación continua. Prosperar o no en este entorno también exige el desarrollo de nuevas formas de vinculación entre las universidades, las instituciones de investigación y el entorno empresarial. Es una fórmula suficientemente probada y que se retrotrae al proyecto Manhattan de la Segunda Guerra Mundial .En definitiva que la innovación, la política industrial y el apoyo público deben comunicarse a partir de una arquitectura sólida es algo bien sabido desde el citado Proyecto Manhattan, aunque ahora los gurús que pululan entorno a estos temas obvien la referencia debido al protagonismo que tuvo la industria de la Defensa.
Nada nuevo hay en reivindicar esa arquitectura como algo necesario para el desarrollo económico de cualquier territorio. Lo que sí consideramos innovador es escalarla a nivel local aprovechando una coyuntura marcada por tres hechos 1) la toma de conciencia del problema del vaciamiento interior y la reivindicación del «renacimiento rural», 2) la importante dotación de fondos que se espera del próximo programa financiero plurianual de la Unión Europea (2021-2027) para el «renacimiento rural» y para investigación y 3) la necesidad de reconstruir la economía en el tiempo post Covid-19. Escalar la triada empresas-administración-conocimiento exige tejer un entramado de redes entre las asociaciones de empresarios, agentes de desarrollo local y centros de formación e investigación. La propuesta es, como habitualmente ocurre, mucho más fácil de formular que de poner en práctica. Es cuestión de voluntad. En mi opinión debe ser la Administración la que impulse este entramado. Sería el primer eje. No hay que crear nada nuevo, por ejemplo, en el nivel regional existen suficientes programas de desarrollo económico que pueden acoger esta iniciativa sin necesidad de tener que engordar aún más el presupuesto. En el nivel local hay dos elementos fundamentales a conectar; los agentes de desarrollo local contratados por los distintos ayuntamientos y las Oficinas Comarcales Agrarias. La idea última es sumar a la industria agroalimentaria a través de la cercanía de los agricultores al resto de actividades empresariales.
El emprendimiento es un puente entre la innovación y el crecimiento económico. A este primer eje (la administración o administraciones) hay que sumar el segundo eje; los empresarios. Una implicación de las asociaciones de empresarios y de empresas singulares no asociadas resulta fundamental. El tercer eje es el del conocimiento. Aquí hay dos elementos claves. El primero es el de la formación profesional. Hay una inconexión inaceptable entre los profesores de institutos de formación profesional y las empresas del entorno en el que imparten formación. Esto significa desaprovechar la posibilidad de alinear las competencias en las que se forman a los alumnos con las necesidades de la industria local –la ya instalada y la emergente-. También es un obstáculo para que las empresas conozcan desarrollos tecnológicos de los que sí pueden estar al tanto los profesionales de estos centros. El segundo elemento son las universidades. Todas cuentan con un Vicerrectorado de Transferencia Tecnológica con un muestrario amplio de desarrollos tecnológicos innovadores en los que están trabajando sus investigadores pero que son poco conocidos por empresas y por profesores de formación profesional. Cualquier acción que acerque unos agentes con otros puede acabar fructificando.
Mi propuesta de escalar la triada empresas-administración-conocimiento al nivel local cuenta con varias dificultades. La primera y más importante es que es una idea líquida; poco concreta. ¿Qué es esto de tejer una red entre empresarios, siempre a pie de obra, agentes de desarrollo, enterrados en aplicaciones informáticas y expedientes administrativos, y profesores hasta arriba de alumnos y exámenes que corregir? Es ingenuo pensar que algo funcione periódicamente si no hay un incentivo claro para quienes participan. Si se exige trabajar más, hay que pagar más bien sea en dinero metálico o computando estas tareas como parte de la jornada laboral. Pero insisto ¿qué es esto de la red de cooperación empresas-administración-conocimiento? A veces no es otra cosa que reunirse a tomar café una vez al mes en torno a sesiones en las que se exponen modelos de éxito o se detallan las convocatorias abiertas para la captación de fondos. En otras ocasiones, los investigadores exponen sus proyectos a las empresas potencialmente interesadas y laboran en la captación de fondos para financiar su trabajo. La idea es efectivamente líquida, por eso el promotor –la administración– debe tener claro qué es lo que se busca y que, en absoluto es tomar café «de válvula» aunque siempre haya quien sólo lo vea así. A pesar de todo creo que es una iniciativa factible que, como la mayoría de las que lanzamos los académicos, quedará archivada en los cajones, aunque a veces, hay quien las acoge. Entonces, si se hace bien, acaba generando admiración.
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