Literatura
Edgar y César
Dos nombres propios para despejar un poco la zona gris de la literatura española
En un país tan ágrafo y poco lector como España no se entienden bien cómo las disputas literarias alcanzan el grado de polémica que desde hace unos años impregna cualquier debate sobre “buenos y malos” escritores. Lo peor es que en muchos casos no se trata de la calidad literaria de estos, sino de la posición ideológica, de su significación política. Fuera de toda lógica, los debates se ciernen sobre quién estuvo y quien no, más o menos cerca del régimen franquista, esos cuarenta años que siguen lastrado intelectual y moralmente a este país. Vendría bien un exorcismo, un ritual vudú o simplemente un buen chorreón de lejía para acabar con las zarandajas y los melindres en materia literaria. Los escritores y en última instancia los libros están para que los disfruten o detesten los lectores, y poco más. De nada sirve un juicio medio siglo después, de nada. Viene la perorata por la reciente publicación en la editorial Renacimiento de “Historia madrileña del medio siglo”, de Edgar Neville, y de “César González-Ruano en blanco y negro”, de Marino Gómez Santos. Dos piezas literarias que se leen de un trago, en una tarde larga y que sirven para tomar el pulso a dos de las personalidades literarias más relevantes del siglo XX en lengua castellana. Fuera de cualquier moda, tanto Neville como González-Ruano se han ganado a pulso un puesto de privilegio por sus obras y sus actos.
En el caso de Neville la obra que acaba de publicar la editorial de Abelardo Linares rescata una pieza de encargo editada en 1951 en la revista “Arte y Hogar”. Eduardo Olasagasti y Fermina Bonilla deciden sacar a la calle un número extraordinario con motivo del medio siglo. La intención era contar cómo había cambiado la capital española desde los inicios de la centuria hasta ese momento. Neville acababa de filmar “El último caballo”, una de sus más madrileñas películas, y no duda en poner en pie una suerte de largo artículo periodístico de cinco décadas con claros trazos de guión cinematográficos. Tiene crónica, autobiografía, memorias y en cierto modo es su guía sentimental de la ciudad. No hay una mirada aséptica, algo que en realidad es de agradecer, porque como el propio González-Ruano aseguraba “lo que no es nostalgia es literatura”. Puede sorprender que no se encuentren referencias ni a Franco, ni a la Falange ni a la Cruzada, términos tan habituales entonces. Para Neville, la monarquía, encarnada en Alfonso XIII, sirve de equilibrio entre los radicalismos de derecha e izquierda. De ahí no se mueve a pesar de las décadas. Volvemos a encontrar una nueva muestra de eso que se llamó la “Tercera España” en la que cada vez hay más gente interesada en estos momentos. En cualquier caso, Neville utiliza el humor hasta la carcajada describiendo un mundo que pasa de la Belle Epoque hasta la grisura de los últimos años de la postguerra, pero sin perder ese punto de vista ácido e inteligente tan insólito en nuestros días.
Más complicada, por el personaje, es la biografía dedicada a González-Ruano. Una existencia en la que bucea con gran capacidad y conocimiento Marino Gómez-Santos. No sólo porque lo conoció de primera mano desde que se lo presentaron en un café de Madrid, sino porque ahonda desde cierta distancia en los entresijos de un biografía llena de aristas, grises y huecos que el propio periodista se encargó de alimentar desde distintos flancos. Su autobiografía, esencial para conocerle y disponible también Renacimiento, permite un acercamiento al hombre, a su pensamiento, pero también a su propia fábula. Un cuento que encaja con el reflejo que el propio régimen tuvo en varios de sus gerifaltes de mayor o menor rango. Pero fuera de estos análisis marginales, César y sus tres artículos al día, son contados aquí con la pulcritud y a veces frialdad necesarios para apreciar la capacidad para la supervivencia de un oportunista como pocos y a la vez disfrutar con la propia “novela” de una personalidad irrepetible. A medio camino entre la pederastia, con su propia hija, los anhelos de una grandeza nobiliaria falsa y la capacidad para alimentar una vida literaria cuyos mejores frutos son sus libros y artículos.
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