"Las crónicas del salitre"
Demolición y Blues Brothers
“The Blues Brothers era un invento de los cómicos John Belushi y Dan Aykroyd, surgido como mera excusa para entretener al público durante la publicidad del mítico programa de humor Saturday Night Live”
El Winterland Ballroom era la mítica sala de conciertos regentada por Bill Graham, el mayor promotor de giras de rock durante las décadas de los sesenta, setenta y ochenta en los Estados Unidos; fallecido en un accidente de helicóptero acompañado por el grandioso guitarrista Steve Ray Vaughan… El Winterland tenía un problema y de los gordos. El local, de casi un siglo, se estaba cayendo a cachos. Los propietarios no querían llevar a cabo las caras reformas que necesitaba y Grahan decidió optar por la bola de la demolición, pero antes debía despedirlo como se merecía: con un conciertazo a la altura del lugar, que ya era leyenda gracias a la grabación del «Frampton Comes Alive», el doble disco de Peter Frampton y la filmación de «El último Valls», el adiós de The Band, dirigida por Martin Scorsese. Así llegamos al 31 de diciembre de 1978. En el cartel, de plato fuerte, los Grateful Dead y, de teloneros, la sensación del momento, los Blues Brothers. Conocí en Nueva York a uno de los antiguos ayudantes del malogrado promotor, quien me aseguró que, de haber podido y ante la impresionante demanda de entradas, podrían haber vendido medio millón de entradas. Esta fue la razón por la que el concierto se convirtió en el programa especial de fin de año para toda la costa oeste de la KQED-TV. Si no caben, que lo vean por la tele. The Blues Brothers era un invento de los cómicos John Belushi y Dan Aykroyd, surgido como mera excusa para entretener al público durante la publicidad del mítico programa de humor Saturday Night Live. La banda ya había tenido varios número 1 y se maquinaba su exitosa película. Once de la noche. El Winterland lleno hasta la bandera, las cámaras emitiendo en directo y las grúas de demolición esperando en la calle. Si importante era lo que pasaría en el escenario, en los camerinos había cocaína a espuertas y alcohol por todas partes. La visita de compinches como Bill Murray, la presencia esa noche en la banda de Paul Schafer, el teclista y director musical del grupo del Saturday Night Live. La organización los vio tan espídicos que les dio ácido a todos, detalle que los domesticó ligeramente. Musicalmente estuvieron salvajes y rotundos, pese a los acoples de sonido que provocaba adrede Dan Aykroyd con el micro de su harmónica. En dos palabras, una locura, que prosiguió toda la noche y parte de la mañana siguiente, pues tras la actuación de Grateful Dead, que duró unas cuatro horas, todo el circo trasladó la juerga a la mansión de un miembro de la también legendaria banda de rock, Jefferson Starship. La DEA, la agencia contra el narcotráfico, se hubiera puesto literalmente las botas. «Así se despide un año y se recibe otro», me dijo el superviviente, que remató: «Si en Times Square tienen la bola del New York Times, nosotros tuvimos la de la demolición al ritmo de los Grateful Dead y los Blues Brothers».
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