"El bloc"

El jacobinismo tampoco es lo que era

“El cambio de signo político en la Junta lo único que ha variado, en verdad, ha sido la adscripción de los enchufados”

El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno (c) posa en una foto de familia con el resto del Ejecutivo y la alcaldesa de Ronda, María de la Paz Fernández (4i), al inicio de la reunión del Consejo de Gobierno en Ronda (Málaga) con motivo de los actos previos del Día de Andalucía
El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno (c) posa en una foto de familia con el resto del Ejecutivo y la alcaldesa de Ronda, María de la Paz Fernández (4i), al inicio de la reunión del Consejo de Gobierno en Ronda (Málaga) con motivo de los actos previos del Día de AndalucíaJorge ZapataEFE

Se agradece, en ocasiones, el contexto pandémico porque supone una inesperada novedad para artículo costumbrista, esto es, el que se acostumbra a hacer cada año por las mismas fechas. Vamos ya para tres lustros pellizcando al regionalismo identitario cada final de febrero y es obligatorio reconocer que el magín ya no da para mucho más. El titular «Andalucía no existe» y su consiguiente explicación argumentativa, generosa dosis agregada de vitriolo jacobino, fue una herramienta eficaz para epatar a los burgueses durante los años de trasnoche. Ahora cenamos una tortillita liada y rutinaria antes de leer para conciliar el sueño a eso de la una, con puntualidad cartuja, casi a la hora en la que solía empezar la diversión. Andalucía, o al menos su concepción autonomista, sigue sin existir pero nos hemos quedado sin burgueses a los que epatar: los líderes de entonces son hoy cesantes dignos de misericordia y el cambio de signo político en la Junta lo único que ha variado, en verdad, ha sido la adscripción de los enchufados, que continúan siendo pantagruélica legión. Se agradece, así, que el emperador que en San Telmo sucedió a la emperatriz se haya visto obligado a renunciar a (gran parte de) la pompa de ese 28-F que siempre tuvo cierto tinte nuremburgués por su sobredosis de bandera, su empacho simbólico y su furia diferencial. Las justísimas distinciones a Raphael y a Los Morancos, además, recuperan el sabor de la autenticidad de una ceremonia que llevaba demasiado tiempo instalada en una especie de mistificación modernizadora, con un exceso de complejo por el tópico a la que se ponía el tórpido remedio de la chuminada. Y no, porque tan casposo resulta un sainete de los Quintero como la emulsión de pico de zorzal púber sobre lecho de escama de rape ártico.