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Entrevista

Mario Cuenca Sandoval: «La democracia siempre ha tenido esa sombra de los grandes manipuladores»

En su última novela, «Lux» (Seix Barral), recrea una España alternativa gobernada por la ultraderecha tras una pandemia

El escritor catalán y afincado en Córdoba Mario Cuenca Sandoval, durante una entrevista en Sevilla el pasado jueves
El escritor catalán y afincado en Córdoba Mario Cuenca Sandoval, durante una entrevista en Sevilla el pasado juevesKiko Hurtado

Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975) presume de «dotes proféticas» porque el primer borrador de su novela lo escribió en 2018: se inventó una pandemia como elemento narrativo, y la realidad le trajo el coronavirus. En «Lux» (Seix Barral) imagina una sociedad en un país ficticio llamado España donde, después de una crisis social y sanitaria, gobierna la extrema derecha con una deriva autoritaria. «Necesitaba una tragedia colectiva que justificara el auge y la emergencia de Lux, el estado emocional necesario para auparlo hasta el poder», resume.

El libro pone en contexto cómo una persona empieza votando primero a un partido de ultraderecha por rabia, como respuesta a la desafección política, y después con convencimiento.

Hay una tragedia colectiva que es la pandemia que provoca ese estado de ánimo, de exaltación, de ira, en los votantes. A nivel personal, él experimenta una serie de tragedias personales que van acentuando su rencor hacia ciertos colectivos y encuentra en Lux una especie de validación de esos sectores: tengo derecho a sentir desprecio por los inmigrantes, por los homosexuales... cuando precisamente la contradicción está en que él es alguien atraído por un hombre. Es como si pensara que el programa de Lux pudiera curarlo de esas pasiones que considera contra natura.

Es lo que se ha insinuado que le ocurría a dictadores como Franco, Hitler o Stalin.

No sé si es verdad, «ma se non è vero, è ben trovato» porque el desprecio a ciertos colectivos muchas veces tiene más que ver con nuestras propias contradicciones internas, con cosas que no hemos resuelto bien, con nuestra masculinidad y otros rasgos, y se proyectan hacia afuera.

Se suele hablar poco cómo se ha construido el género masculino y cómo era una imposición social de alguna manera, que unos habrán aceptado más y otros menos.

Lux es una formación eminentemente masculina y es un fenómeno que se puede contrastar en la nueva derecha en todos los países: estadísticamente despierta mayores simpatías entre hombres que entre mujeres. De hecho toda la novela es una confesión a una mujer, que tiene un papel pasivo hasta el final. Presenta una solución y va a venir de la mano de las mujeres y de su reivindicación.

Habla al inicio de lo que llama la «tiranía de la corrección». ¿Cómo hemos pasado de que diera cierta vergüenza, como es lógico, reconocer que uno es racista u homófobo a llevarlo como bandera dentro de una supuesta libertad de expresión y de la libertad individual?

Este es un «leit motiv» de la nueva derecha en general: por fin un líder valiente que dice lo que nadie se atreve a decir. A ver, los líderes de la nueva derecha no son más valientes, son más irrespetuosos y, en general, más populistas porque aprovechan los sentimientos de odio para ganar el favor de los votantes. Un tema que repiten mucho es que hay una especie de consenso progresista sobre el que no se puede discutir porque parece que somos dogmáticos; eso que ellos llaman consenso progresista no lo es, es un consenso en torno a los derechos humanos y se ha alcanzado a lo largo de los siglos con la aportación tanto de la tradición liberal como de la tradición de la izquierda.

Se consolidó este estado después de la II Guerra Mundial, cuando la sociedad occidental vio en qué se había convertido y se estableció ese pacto social entre gobiernos y ciudadanos, pero llegaron a él todas las ideologías.

Eso es, es un consenso en el que se solapan posiciones ideológicas distintas. No pertenece a nadie en exclusiva.

¿Esta historia sería posible con una fuerza de izquierda?

Sería distinta, en cualquier caso porque la izquierda dirige su munición hacia objetivos distintos que la extrema derecha. Los dirige hacia el mercado, al liberalismo, al capitalismo, mientras que la nueva derecha, no tanto la tradicional, se dirige a objetivos mucho más preocupantes porque apela a prejuicios contra los que llevamos luchando todos desde hace mucho tiempo. Y estamos luchando contra ellos en la escuela. Aquí el eje no es izquierda o derecha es democracia o autoritarismo: respeto de la dignidad humana o no.

Es profesor de filosofía en un instituto de Córdoba, ¿se siente una «rara avis»?

Siempre ha sido difícil y hoy es una tarea heroica. Existe tal bombardeo de estímulos, de informaciones, en la sociedad en la que vivimos que para los alumnos se hace muy difícil orientarse: el mundo adulto es muy complejo. Antes los expertos tenían un papel de orientación, de guía, pero todo ese prestigio se ha venido abajo. Eso explica la emergencia de teorías conspiranoicas sobre la vacuna, sobre la tierra plana... Hay una desconfianza hacia las instituciones tradicionales del saber.

¿De qué parte esa desconfianza?

Creo que es estructural, tiene que ver con los medios de comunicación, con la experiencia que tienen los chicos hoy... Vivenla realidad a través del muro de sus redes y en él creamos una especie de burbuja en la que replicamos nuestros propios prejuicios y creencias y no está abierto a la diversidad. Las redes son menos diversas de lo que creemos.

¿Qué es lo más complicado para transmitir la filosofía?

Lo más difícil es que consigan vivenciar conceptos abstractos, que son muy áridos. La filosofía te va a dar herramientas para que analices tus propios prejuicios y nuestro trabajo desde siempre, desde Sócrates, ha sido obligar a la gente a examinar sus creencias. Y decidir si son tan racionales como parecían, si son autónomas o sencillamente estamos compartiendo un estereotipo.

La filosofía es también hacerse las preguntas adecuadas, y a veces no se encuentra la respuesta. ¿Cuál es la pregunta que lanzaría a sus alumnos?

Hay muchas. Por ejemplo, les preguntaría qué diferencia hay entre la democracia y la demagogia. Es un tema central del libro y de la situación en la que estamos ahora. La democracia siempre, desde sus orígenes, ha tenido esa sombra de los demagogos, los grandes oradores, los grandes manipuladores.

¿Se puede vivir sin reflexionar, sin darle tantas vueltas a las cosas?

Se puede vivir sin darle vueltas a las cosas, pero se paga caro. Yo se lo digo a mis alumnos: aquello que no decides tú de forma autónoma, lo que no meditas por ti mismo, alguien lo decidirá por ti. La sociedad está pensando por ti.