"De ésta, salimos"
¿Cómo sacudirse la deuda?
España es ya la quinta economía más endeudada del mundo
Sólo detrás de Japón, Grecia, Italia y Singapur, España es ya la quinta economía más endeudada del mundo con una deuda pública sobre PIB del 120%. A mayor abundamiento y según la gestora de fondos de inversión, Janus Henderson, será junto con Francia el país que lidere las nuevas emisiones de deuda soberana. Con todo, no es ni la primera vez que nuestra nación atraviesa una situación similar -la Guerra de Cuba nos llevó a una situación parecida- ni tampoco nos apartamos mucho de situaciones parecidas por las que han atravesado otros países consecuencia de guerras, crisis económicas u otras pandemias. Por estas razones, es pertinente asomarse a la Historia para ver cómo se redujeron estas cargas que alcanzarán con seguridad a nuestros nietos.
Precisamente esto es lo que se han preguntado Javier García-Arenas y Adriá Morrón en un excelente artículo publicado en el número 449 del Informe Mensual de “Caixabank research”. Resumidamente han habido dos maneras de encarar el reto de reducir el peso de la deuda pública o soberana sobre el valor de lo producido en un año por una economía -el PIB-. La primera forma y más convencional hasta el punto de denominarla ortodoxa, consiste en lograr tasas de crecimiento económico positivo en un periodo de tiempo prolongado tras el golpe o “shock” que desató la deuda. Durante esos años de crecimiento vigoroso las finanzas públicas añadieron una situación de superávit primarios, esto es, la resta entre los gastos corrientes de un Estado y su recaudación de impuestos resultó positiva. La diferencia entre el superávit primario y el “ahorro público” es que en este segundo se incluyen los gastos por pago de intereses asociados a la deuda no devuelta. Los Estados tienen control sobre los superávit o déficit primarios pero no sobre la segunda magnitud. En otras palabras, los Estados pueden tomar decisiones sobre lo que gastan y sobre lo que recaudan pero no sobre los intereses que pagan por la deuda ya no depende de su voluntad sino de la deuda “viva” y de los intereses “pactados” cuando se emitió. Podría establecerse este símil; un negocio con resultado de explotación positivo, a la larga, incluso fuertemente endeudado, puede ser viable. De la misma forma, un país con superávit primario también.
La segunda vía para salir de un nivel agobiante de deuda pública sobre el PIB es la vía heterodoxa y puede combinar la reestructuración de la deuda (cambiar deuda con vencimiento a corto por deuda a largo), generar inflación para reducir el valor real de la deuda o tomar medidas de “represión financiera” para mantener bajos los tipos de interés.
García-Arenas y Morrón citan tres ejemplos de crisis de deuda todas ellas superadas por la vía ortodoxa; el endeudamiento del Reino Unido con motivo de las guerras napoleónicas (194% de deuda sobre el PIB), la guerra franco-prusiana y la guerra civil de los EE UU. En todos los casos, estos países lograron tasas de crecimiento económico positivo en el periodo postbélico a las que añadieron una fuerte disciplina fiscal. En absoluto fue un camino ni fácil ni rápido. El Reino Unido tardó casi un siglo en reducir significativamente su deuda. Los valores del déficit primario se situaron en torno al 1,6 % del PIB durante más de 90 años. El crecimiento económico no ayudó mucho pues, aunque positivo, estuvo por debajo de los tipos de interés de la deuda.
En el último siglo hubieron otros dos casos de éxito, el endeudamiento desatado en las potencias occidentales por el encadenamiento de la I Guerra Mundial y la Gran Depresión y el endeudamiento consecuencia de la II Guerra Mundial. En el primer caso las economías lograron reducir la deuda del 74,1% al 58,5% del PIB. El segundo caso redujo los niveles de deuda desde el 116% en 1946 hasta el 24% en 1975. En el primer caso hubieron tres sucesos relevantes, el primero el de la disciplina fiscal de los países endeudados (ahora se llama eufemísticamente consolidación), el segundo unos niveles de crecimiento económico superiores a los tipos de interés durante los “locos años veinte” y el tercero pero no menos importante, la condonación de la deuda norteamericana a las potencias europeas a partir de 1934.
La reducción del ratio deuda respecto al PIB tras la II Guerra Mundial tuvo estrategias más heterodoxas. Se establecieron topes a los tipos de interés, se aumentaron las reservas en los bancos -y se usaron para la financiación pública- y la inflación aumentó hasta el punto que una vez restada a los tipos de interés de mercado, dio valores negativos para los tipos de interés reales (tipos de interés nominales menos la inflación). Todo ello favoreció la inversión y alcanzar tasas de crecimiento económico superiores a los tipos de interés y tan importantes como para explicar el 75 % del total de la reducción del ratio entre deuda pública y PIB.
En definitiva, los picos de endeudamiento han sido superados históricamente. Hay, sin embargo, importantes reservas que dejar escritas. Al menos tres.
España no logra un superávit primario desde 2007, en plena la burbuja inmobiliaria. Posiblemente, vivamos una suerte de locos años veinte a modo de desquite, pero de momento, el gobernador del Banco de España, advirtió hace unos días en el patio del antiguo Monasterio de la Cartuja en Sevilla de la posibilidad de que parte del mayor ahorro de las familias se deba al temor a una futura subida de impuestos. Esto moderaría la “locura” en el gasto postpandémico y frenaría el vigor del crecimiento. La tercera reserva es que el “consenso socialdemócrata” en gobiernos de todo signo y sociedades de cualquier índole es completamente refractario a la senda de una futura disciplina fiscal que, visto históricamente, ha sido un camino que han recorrido todas las economías que lograron sacudirse el peso de la deuda. Europa sabe esto bien. La experiencia griega con sus tres rescates y revueltas sociopolíticas aún escuece.
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