Música

Entrevista

Víctor Manuel: «Cantar te ahorra el psiquiatra y malos rollos»

El asturiano vuelve a los escenarios para «contar» sus grandes éxitos y algunas «canciones desgraciadas»

El artista durante su actuación en Madrid, dentro de la gira "Volver para cantarlo", que le llevará a Jerez el próximo 4 de agosto
El artista durante su actuación en Madrid, dentro de la gira "Volver para cantarlo", que le llevará a Jerez el próximo 4 de agostoRicardo RubioEuropa Press

Recién sopladas las velas de su 74 cumpleaños, Víctor Manuel (Mieres, Asturias, 1947) confiesa que piensa pasarse el verano de escenario en escenario contando la historia de sus canciones, aquellas que el público adoptó para sus vidas y alguna rescatada del fondo de algún álbum. En Andalucía, de momento solo hay una chincheta puesta en el mapa: el 4 de agosto en el Tío Pepe Festival de Jerez, donde presenta «Volver para cantarlo».

Ha retomado el contar las canciones, qué hay detrás de ellas, además de cantarlas simplemente. A veces ayuda saber de dónde vienen y tener un poco de memoria en ese sentido.

Claro. Ese concierto empecé a hacerlo en 2009, «Vivir para cantarlo», y pensé que sería algo provisional, pero pasé tres años haciéndolo en España y América. Ahí cabía todo: metía las canciones que me habían traído alguna desgracia y los grandes éxitos. Cuento cosas que no había contado nunca en un escenario, sobre todo a dónde te llevan las canciones, que es algo que no se tiene por qué saber (recuerda una anécdota con «El Cobarde», que presentó en los años 60 al Festival de la Canción del Atlántico, en Tenerife, y le supuso una acusación de antimilitar por parte de la dictadura franquista).

Se acaba de aprobar el anteproyecto de la Ley de las personas Trans; cuando se aprobó el matrimonio homosexual algunos decían: «vale, pero que no lo llamen así». ¿Lo que no se canta no existe, igual que lo que no se nombra?

Hay que tomarse las cosas más relajadamente y muchas veces una parte de la sociedad envenena: demasiada gente opinando sobre lo mismo al mismo tiempo. A mí personalmente la Ley Trans tal como queda no me gusta nada... Tampoco creo que se vaya a hundir el mundo, hay mucha gente que lo demanda y supongo que alguna razón tienen.

¿Son tiempos buenos para los cantautores y las canciones comprometidas?

Igual que siempre: el cantautor es como el Guadiana, que aparece y desaparece. Yo sigo viendo que ahí están como columnas inamovibles Serrat, Sabina, Luis Llach, Jorge Drexler... que me parecen templos de música todos ellos. Pero cuando hablan de los cantautores generalizando yo no sé de quién hablan.

¿Le molesta que se le ligue siempre a la política?

Es que la gente cuando te tacha de político piensa que opinas políticamente porque te conviene. Yo si no me preguntan no opino porque, además, se me calienta la boca y de repente me convierto en azote involuntario de Pablo Iglesias, porque me siguen repreguntando... Pero bueno, como tengo opinión y no soy ajeno a la vida de este país, si me preguntan tengo que contestar.

¿Qué canción suya está sobrevalorada? Esa que le piden y piensa: llevo casi sesenta años cantándola...

Cuando hay canciones que resisten el paso del tiempo, por mucho que tú quieras es inamovible. Eso lo entendí no observándome a mí, sino viendo a Simon & Garfunkel en Madrid. De repente se iban del escenario y no cantaban «Puente sobre aguas turbulentas». Y yo me empecé a cabrear y pensé: «¿Pero estos tíos qué se creen? Que me devuelvan el dinero» (risas). Hasta ese momento estaba medio peleado con algunas canciones mías y lo entendí perfectamente: cuando te piden algo concreto es porque la gente quiere escuchar esa canción. Y tampoco te ven tantas veces en su vida para que tú le hurtes una canción.

¿Qué canción le conduce a determinados lugares que no ha trascendido al público?

Pues muchas canciones porque en todos los discos, hay una o dos y las demás pasan desapercibidas. Son canciones que rescato de vez en cuando y las meto en un apartado que se llama «canciones desgraciadas»: esas que a mí me gustan mucho y a la gente no tanto. Este año estoy cantando una que se llama «Canción pequeña» (del disco «Sin memoria»), es potente y muy sensible.

¿Siguen surgiendo las canciones de la misma manera?

Todo el tiempo tomo notas, a veces de trocitos de melodía, de trozos de letra o una idea literaria. Cuando me pongo a trabajar tiro de esas notas de voz que ahora con los teléfonos te lo facilita todo. Hay cosas que puedes seguir con ellas y desarrollarlas y otras las tiras directamente.

Grabó un documental sobre su vida, «El abuelo Víctor» (2019). ¿Está cerrando su carrera?

No quisiera...

Va camino de los sesenta años de profesión...

Me lo preguntan mucho porque tengo una edad... claro, no se lo van a preguntar a Pablo Alborán (risas). La verdad es que sigo cantando porque tengo canciones nuevas, si estuviera dedicado nada más a repetir seguramente me aburriría muchísimo. Quiero creer que me quedan muchas canciones dentro y muchos conciertos.

No son ganas de anunciar una retirada, pero ¿no le llama el descanso?

Es muy cansado descansar, estoy más cansado ahora, después de 16 meses sin cantar, que si hubiera hecho doscientos conciertos. Es una profesión tan agradecida que no la puedes cambiar por otra: yo no tengo más oficio que escribir canciones y cantarlas. Hace unos años le preguntaron a Bob Dylan: usted ,con la edad que tiene y haciendo trescientos conciertos al año, ¿no se cansa? Y él, hizo otra pregunta: ¿qué hay en casa?

El último disco de estudio es de 2018, ¿es más cómodo estar en el escenario que meterse a grabar?

A mí el estudio no me gusta nada, voy lo justo. Cuando grababa fuera de España dejaba a todo el mundo trabajando y yo me perdía y volvía al cabo de tres horas. Sin embargo, cantar no puedes sustituirlo por ninguna otra experiencia: te ahorras el psiquiatra, te ahorras una cantidad de malos rollos impresionante, porque te subes ahí y es un bálsamo, si no te da por ponerte nervioso es una bendición.

Siempre va acompañado: antes de Ana Belén y ahora de su hijo, David San José, al piano. ¿De gira mejor con la familia?

Desde hace años David, mi hijo, toca tanto con Ana como conmigo y es un seguro de vida. Y, sobre todo, que no te deja pasar una, es perfeccionista, como la madre, y no te deja desafinar nunca.