Literatura

Trapiello, el poeta hecho de prosa

El escritor leonés, afincado en Madrid, recorre sus motivaciones íntimas en “La fuente del encanto”, un repaso a cuarenta años de poesía

Andrés Trapiello
Andrés TrapielloLuis DíazLa Razón

Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) recibe estos días en «Las Viñas», su casa de la sierra de Extremadura tantas veces relatada en sus diarios novelados, mientras continúa ocupándose de alguna tarea menor. La «visita» es mediante videollamada y aun así el aire de casa de campo traspasa la pantalla. Comparece como poeta por «La fuente del encanto. Poemas de una vida (1980-2021)», el libro número cien de la colección Vandalia, donde la prosa –paradojas de la escritura– domina las páginas porque le apetecía «contar los poemas porque se les entiende mejor si se les explica». Y enseguida se contradice: «No se trata de explicar el poema, pero sí puede uno acompañarlo de las circunstancias en las que fue escrito, acercar al lector al entorno o a los impulsos» que los produjeron.

Cuenta sus páginas publicadas por miles, empezando por su monumental «Salón de pasos perdidos», del que acaba de editar el volumen 23, «Quasi una fantasia», por primera vez bajo el sello familiar de Ediciones del Arrabal. Escribe como vive, es decir, «poéticamente», empeñado en dejar sin argumentos cualquier biografía no autorizada que pudiera surgir en el futuro. «Muy a menudo lo que escribimos habla de nosotros cosas que en principio no pensamos que estábamos diciendo. La literatura está llena de actos fallidos, está llena de transparencias, como en los cuadros», reflexiona acerca de lo que cuentan los libros más allá de lo pretendido.

La elección del medio centenar de poemas que componen su última publicación responde a un criterio claro: «Son los que venían a mano para contar una vida poética», la suya, que se extiende desde sus primeros años, cuando soñaba con ser eremita y se paseaba por casa vestido con un saco de esparto. Quiere con ello hacer partícipes a sus lectores de «por qué he querido ser poeta, de dónde viene esa fatalidad, porque es lo único que he querido ser en la vida». No sabe situar el inicio en un momento concreto, pero reconoce que «veo rasgos poéticos desde muy niño», mientras crecía en una familia numerosa de nueve hermanos, y sintió la «necesidad de decir algo. Cuando acabo de decirlo, a mi interior ha venido un cierto consuelo», relata con cierto aire místico. «No entiendo cómo un poeta puede decir ‘me ha abandonado la inspiración, ya no voy a escribir más’. No se es poeta a tiempo parcial, un poeta no se jubila, lo es siempre», mantiene.

Es un escritor que habla como escribe, en el sentido elevado de la expresión. En la conversación rescata curiosidades sin dejar que la atención se disperse. La visión externa que pesa sobre él como escritor integral, por encima de poeta, le sirve para acordarse de Unamuno, Quevedo o Lope, más conocidos también por otras facetas. «Está por ver no ya cómo se nos conocerá dentro de 80 años, que decía Sthendal, sino cómo se nos conocerá dentro de ocho minutos –replica–. Me siento un poeta. Trato de vivir poéticamente la realidad, incluso la política, los ensayos o los periódicos en los que escribo», zanja. Sus respuestas conducen hacia otro lugar por el que recientemente ha tenido mayor eco mediático, tras leer un texto en la manifestación de la plaza de Colón convocada contra los indultos a los presos catalanes que promovieron el procés. «Lo leí, sin importarme quién iba a estar o no, si la bandera de la plaza de Colón era más grande o más pequeña», asegura. «Ahora, que me vengan a decir que si en Colón había tales o cuales...». Su posición en esta cuestión es clara: «Creo que los indultos agravarán la desigualdad y la libertad entre los españoles. Sin libertad y sin igualdad el vivir poético al que yo aspiro, no solo para mí, sino para todo el mundo, será más difícil de alcanzar», justifica.

Un «problema» sobre el que ya debatían Ortega y Gasset y Azaña en el Parlamento español: «Lo hablaban con mucha más determinación que nosotros. Azaña era consciente de la deslealtad profunda de los nacionalistas y por eso no dudaba en hacer que se aplicara la ley. Aquí no solo no se ha aplicado la ley, sino que se ha desaplicado de una manera arbitraria», opina sobre la decisión del Gobierno de suspender la condena judicial. Y matiza: «Por supuesto que los indultos son constitucionales, pero de las razones que ha dado –el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez–ninguna estaba justificada. No es una necesidad pública». No obstante, puntualiza que «yo no me dedico a la política, ya me gustaría haber sido como Unamuno... Hablo como lo que soy, un escritor y un poeta, de cosas que nos atañen a mí y a mis conciudadanos».

Al hilo surge otra cuestión: ¿qué lleva al ser humano al enfrentamiento por un concepto artificial como el de la nación? «Una persona que esté al tanto de la historia sabrá que los nacionalismos solo han traído a Europa en el siglo XX desolación, desigualdad y muerte. El nacionalismo español trajo una dictadura durante 40 años. Como tenemos esa experiencia no podemos cambiar de signo los nacionalismos: que nos parezca mal el nacionalismo español y, en cambio, nos parece de perlas el nacionalismo catalán o la dictadura cubana frente a la dictadura franquista», critica. El punto de encuentro entre las partes lo sitúa en «el reglamento de juego: la Constitución. Lo que tenemos que hacer es respetarlo y no cambiarlo por la puerta de atrás». En ese sentido, concede que «si hay que cambiar el reglamento lo cambiamos, pero entre todos».