Letras Atlánticas
Alejandra
Pizarnik fue una poeta única, cuya vida estuvo marcada por la muerte, las ausencias y el vacío
La Pizarnik es una de mis poetas preferidas y el sábado es aniversario de su muerte. Se suicidó el 25 de septiembre de 1972. Vivió apenas treinta y seis años. Poeta radiante y única, hermana lírica de Isidore Ducasse, Comte de Lautrèamont, su vida personal y familiar no fueron felices. Suele pasar en el universo poético que la poesía más iluminada y alta nace entre las manos de personas con el corazón roto y un profundo vacío existencial. Intervienen también la sangre y la sombra de los ancestros. Alejandra desciende de padre y madre judíos que se salvaron del Holocausto. Huyeron a tiempo a Buenos Aires y crearon un hogar renacido en el barrio de Avellaneda. De la familia paterna, solo se salvó un tío que huyó a Francia y de la materna, una hermana de la madre que también sobrevivió en Buenos Aires; los demás miembros de las dos familias murieron por ser judíos.
La muerte, las ausencias y el vacío son presencias muy fuertes en la poesía de Alejandra. La jaula que se vuelve pájaro, la noche, las heridas, la angustia, el miedo, las diversas formas del amor y la falta de amor, la esperanza negra, las preguntas, la melancolía infinita, los diarios, las cartas. La palabra íntima de Alejandra.
Pido el silencio (Canta lastimada mía, Cervantes)
aunque es tarde, es noche,
y tú no puedes.
Canta como si no pasara nada.
Nada pasa.
Alejandra rompe las estructuras, la métrica, la rima, lo esperado y cumple la misión poética, crear Poesía, descubrir el espacio más pequeño, contar la miniatura, cantar la herida, llegar al corazón.
Vive mil vidas antes de suicidarse, vive intensamente por fuera y por dentro: El poema que no digo,/ el que no merezco./Miedo de ser dos/ camino del espejo:/ alguien en mí dormido/ me come y me bebe.
Su voz rota y única (como la de Emily Dickinson) trasciende el tiempo para existir en presente. Sus poemas tienen ritmo de corazón, laten ahora, están vivos. Es fácil sentir lo mismo que ella: Señor/La jaula se ha vuelto pájaro/y se ha volado/y mi corazón está loco/porque aúlla a la muerte/y sonríe detrás del viento/a mis delirios/Qué haré con el miedo/Qué haré con el miedo. No sabemos qué hacer con el miedo, ni siquiera el Señor sabe qué hacer con el miedo. Como no sabía qué hacer con el miedo, empezó a tomar pastillas.Una para subir, otra para bajar, más para seguir viviendo y muchísimas hasta suicidarse un 25 de septiembre.
Un año antes, le escribe a su amigo Julio Cortázar: «Me excedí, supongo. Y he perdido, viejo amigo de tu vieja Alejandra que tiene miedo de todo salvo (ahora, ¡Oh, Julio!) de la locura y de la muerte. (Hace dos meses que estoy en el hospital. Excesos y luego intento de suicidio –que fracasó)». Julio está en París y le responde con un cariñoso regaño: «Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte». Pero Alejandra ya no estaba del lado de la vida, su tiempo transcurre diferente al de los vivos, con otra intensidad, en otra dimensión: por un minuto de vida breve/ única de ojos abiertos/ por un minuto de ver/ en el cerebro flores pequeñas/ danzando como palabras en la boca de un mudo.
Un minuto, esa es la duración del tiempo que nos cambia la vida para bien, mal, siempre o nunca más. Un accidente, una decisión, un beso, un adiós, un descubrimiento, cosas que ocurren en un minuto y nos modifican completamente. Después de ese minuto nada es igual, no somos los mismos. Treinta y seis años viviendo el ahora hasta que consigue suicidarse después de varios intentos. Escribe estas palabras últimas, estos tres versos: no quiero ir/nada más/que hasta el fondo.
La obra poética de Alejandra Pizarnik, sus diarios y su correspondencia son páginas esenciales de la literatura porque Alejandra es transparente, nos muestra sus huesos con generosidad y ternura.
Este es mi pequeño homenaje y mi agradecimiento por cada emoción que me regala cada vez que releo sus poemas.
Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.
¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
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