Retratos sin tiempo
Salto al vacío desde la niñez
La joven sevillana Judith Rosales reclama que la salud mental sea una prioridad en la sanidad pública: «Sin dinero no tienes acceso a una atención adecuada»
Hay palabras que en boca de una niña hacen retumbar la cabeza, pero siempre será mejor escucharlas a que se instalen silenciosas en su pensamiento infantil. Para Judith Rosales (Sevilla, 2003) la salud mental no es un carro al que subirse ahora que, por fin, la calle y los parlamentos han abierto sus oídos a un problema global que el virus de la covid-19 ha agudizado, azuzado a partes iguales por el miedo y el individualismo. «Sin dinero no tienes acceso a una atención adecuada», concluye después de esforzarse por resumir cómo su situación la conducía a pensar en el suicidio y su impotencia por no poder pagar los 60 euros de media que cuesta una hora en una consulta privada. Fue a los doce años cuando hundió por primera vez cuchillas de afeitar en sus antebrazos, como respuesta al acoso y el maltrato que sufría en el colegio. Los problemas continuaban al llegar a casa. Antes de los 15 «sabía que me encontraba mal, pero no sabía lo que me pasaba», reconoce, hasta que le puso nombre: depresión. Nadie tiene que contarle cómo funciona la sanidad pública porque ha saltado de psicólogo en psicólogo desde que superó «la vergüenza» y habló con su madre. El primer paso estaba hecho: pedir ayuda. Los brazos cargados de cicatrices eran solo la punta de su sufrimiento, que podría resumirse en una frase: «Quería ser la Judith que era antes». Ese antes al que se refiere es la entrada en el instituto. Habla sin tapujos, porque si algo ha aprendido es que hablar le hace bien, aunque no todos a su alrededor –mucho menos a su edad– estén preparados para escuchar lo que tiene que decir. Para ella, la pandemia ha supuesto un paso atrás por la ansiedad extraordinaria y porque sus sesiones de terapia se espaciaron aún más. Eso es lo que insiste en denunciar: las citas con los especialistas se producían cada tres meses, mientras «me daban medicación que me dejaba insensible», dice recitando nombres que sabe de memoria: «Fluoxetina, Rubifen, Citalopram, Lorazepam...»–. Su caso no es aislado: «Es habitual en mi generación, es un problema que hay que solucionar». Este mismo diciembre, Save the Children alertaba de que un 4% de los niños y adolescentes andaluces tuvieron pensamientos suicidas en 2021. Esta ONG fue su red cuando con solo 14 años sintió que estaba saltando al vacío y ahora es ella quien acude dos veces por semana como voluntaria. Y esas horas, confiesa, obran lo que parece a veces imposible: volver a ser quien era.
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