"Méritos e infamias"
Sandía en mano
“Nunca he entendido la utilidad de este retablillo de los horrores a lo Berlanga al que nos someten”
Dale a un político una campaña electoral y comenzará el festival de tropelías del buen gusto, el sentido común y la vergüenza ajena. Nadie ha dado con otra fórmula para «movilizar al votante», como si una señora de Écija fuera una furgoneta gripada en un camino. Si sirvió hace cuatro años que el candidato se quitara la corbata para que lograra una sensación de cercanía, todo el mundo con el cuello abierto. Si había que hacer deporte, todos en zapatillas a mover las lorzas. Si había que comerse un pepino, pues a abrir la boca y a masticar. Nunca he entendido la utilidad de este retablillo de los horrores a lo Berlanga al que nos someten, como si nadie viera lo ridículo que es ver a un tío haciendo el ganso por un puñado de papeletas. Así, le pusieron a Juan Espadas una sandía de las gordas en la mano, como si fuera un gran ciruelo o la cabeza de San Juan Bautista, daba lo mismo. Y si Juanma se monta en un tractor, también importa un comino, la cuestión es hacerse la foto y salir sonriente junto al paisano. «¡Me alegro de verte!». Siempre pienso en cómo se sentirán estos figurantes y figurones cuando el «llevacarteras» de turno le entrega otra vez la sandía a su dueño, como los curas con los niños en los bautizos. «Tenga, señora, tenga», con cierto rictus de repelús o asco. Y como en un paisaje con figuras, se quedan esas criaturas con la fruta en la mano, con cara de tonto o tonta sabiendo que no volverá a verle la jeta a ese señor tan amable de cerca jamás. Entonces el campechano, el que se remangó las mangas para comer con las manos, el que dijo que no le importaba mancharse los zapatos; será ya un estadista, un ser tocado por los dioses del poder, metido en un traje que habla lo que le escriben y que no se acordará de su finquita cuando tenga que meterse las sandías por el culo por culpa de la inflación.
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