¡Fuego!

Da su poquito de alipori –su muchito, en realidad– contemplar con qué desfachatez trata el político en campaña de sacar rédito a cualquier suceso, gozoso o desgraciado, que ocurra en las inmediaciones electorales. Por el puesto de mando del Infoca en Benahavís han pasado en procesión rogativa (de votos) absolutamente todas las caravanas de los partidos, el Gobierno autonómico en pleno y hasta dos ministros de Sánchez, dizque preocupados por el incendio que ha calcinado la Sierra Bermeja por segunda vez en nueve meses. Aquél fue intencionado y bramó Moreno Bonilla contra los autores, a los que prometió arder –metafóricamente– en el averno de un Código Penal que para los pirómanos prevé penas más graves, en ocasiones, que para los homicidas. Fue un brindis al sol porque de los culpables no hay ni rastro y, a lo peor, han reincidido ahora porque las causas permanecen por inexplicadas. Alguien de suyo tan flemático como el mandarín juntero llegó a tildar de «cabrones», con todas sus letras, a los incendiarios y era por consiguiente esperable que, con semejante precedente, los gurús demoscópicos del PP anduviesen de los nervios cuando se desataron las llamas. «Que no duerman tranquilo porque los cazaremos», amenazaba entonces en la radio. ¡A ver si el moderado candidato, con esas hechuras de niño de San Ildefonso que tanta simpatía le granjea entre cierto electorado, iba a trocarse otra vez en un Harry el Sucio malacitano! Juanma ha domeñado esta vez su furia, el fuego está controlado desde la tarde del viernes y la oposición, a derecha e izquierda, se ha quedado con las ganas de echarle la culpa de una desgracia mayor. Este hombre está empezando a cultivar la baraka y a parecer ungido con el carisma de los hombres providenciales. La vida es una tómbola.