"El bloc"
Dar una noticia
"Los autores del descubrimiento, en vez de reconocimiento por el mérito de haber trabajado más eficientemente que las tórpidas autoridades, se han visto sometidos al juicio sumarísimo de la turba"
Periclitado el mandamiento del cartel –«Perro no come carne de perro»– que presidía la redacción del despacho de Lou Grant, el reportero de teleserie que inspiró tantas vocaciones en los ochenta, los periodistas deberíamos ahora encomendarnos al primer verso de «Feo, fuerte y formal», la célebre canción de Loquillo porque a esta profesión, perdonen lo desabrido del enunciado, no se viene a hacer amigos. Un equipo móvil de Radiotelevisión Española desentrañó, en brillante scoop, el trágico suceso de la desaparición (y muerte) del joven cordobés Álvaro Prieto en la estación de Santa Justa, pero los autores del descubrimiento, en vez de reconocimiento por el mérito de haber trabajado más eficientemente que las tórpidas autoridades, se han visto sometidos al juicio sumarísimo de la turba y a la sentencia inapelable de un sector de la profesión bienqueda, blandiblú o, más probablemente, envidioso de la exclusiva ajena. Ocurre, compañeros, que resulta complicado dar una noticia si uno se pasa catorce horas al día tuiteando chuminadas y cabildeando con los gabinetes de comunicación. El que una familia se entere por los medios del fallecimiento de un hijo añade estupor e incomprensión a un dolor enorme, y eso es exigible el mayor de los respetos cuando se decide qué se enseña y cómo se cuenta. Pero está por completo fuera de foco el debate remilgado sobre la conveniencia de callar la noticia. Y menos, en la semana en la que los informativos han emitido imágenes de bebés degollados. ¿Merecen esos cadáveres menor consideración porque pillan lejos o por su condición de judíos? El igualitarismo, una de las más purulentas excrecencias de la corrección política, comporta el hostigamiento de la tribu a quienes, con su diligente trabajo, ponen en evidencia la mediocridad reinante.
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