Mesa redonda

Un ecosistema público-privado, receta ideal contra la sequía

La realidad del agua, su carencia, obliga a administraciones, empresas y profesionales a extremar el concepto de «eficiencia» en todas sus variables

De izquierda a dercha, Ana Jáuregui, Oriol Álvarez, el periodista Pedro García, Carlos García y Ricardo Ruiz
De izquierda a dercha, Ana Jáuregui, Oriol Álvarez, el periodista Pedro García, Carlos García y Ricardo RuizKiko HurtadoLa Razón

Las lluvias de los últimos días han permitido que muchas semanas después Andalucía sume hectómetros cúbicos en vez de restarlos. Afortunadamente, las predicciones de un otoño húmedo se están cumpliendo, pero el ciclo seco que aún atraviesa la Península Ibérica, con especial incidencia en el sur, es de tal envergadura cinco años después que tendría que llover de forma continuada durante meses para que se recupere la normalidad. Se trata de un problema de tal calibre que ya lo palpa toda la ciudadanía. No obstante, la nueva realidad hídrica que marca el cambio climático obliga a pensar ya en el próximo periodo de sequía, mientras se ponen soluciones de urgencia a la actual.

«No estamos ni mucho menos a la cola de Europa en la gestión del agua». Fue la primera gran conclusión de la mesa redonda organizada por LA RAZÓN, bajo el título «El reto de la sequía: hacia una sociedad menos dependiente». La segunda, la obligada «necesidad de desarrollar de verdad una mentalidad a largo plazo» en inversiones tecnológicas e innovadoras. Y la tercera, la indiscutible conveniencia de una colaboración público-privada que permita «crear un ecosistema» en el que las Administraciones Públicas marquen el camino y se cree un tejido industrial de tal relevancia que las soluciones no dependan de una sola empresa.

La Junta de Andalucía ha movilizado 1.500 millones para infraestructuras hidráulicas en los cinco últimos años –incluyendo tres decretos de sequía para obras de emergencia–, una cifra que los planes hidrológicos elevararán hasta 4.500 millones hasta 2027 contando las actuaciones a realizar en la comunidad por todas las administraciones. La presencia del subdirector general de Planificación de la Secretaría General del Agua de la Consejería de Agricultura, Agua, Pesca y Desarrollo Rural, Ricardo Ruiz, arrojó mucha luz al trabajo que se ha realizado, el que está ejecutándose y el que está planificado hacer.

El cambio de Gobierno en la Junta ha permitido aplicar un giro significativo a las políticas de agua. Se aprobó con éxito el Pacto Andaluz por el Agua y se finalizaron los planes hidrológicos y los planes de gestión de riego e inundación, como «vía fundamental para conseguir la máxima participación de los agentes sociales». El objetivo es que las masas de agua alcancen un buen estado en 2027, con la satisfacción total de la demanda. Ruiz explicó que la mayor demanda es la «agropecuaria» (para no dejar fuera a la ganadería) y que no se trata solo de cantidad sino de calidad, de ahí la importancia de las medidas de control de nitratos que se están tomando. «Nuestro objetivo es tener unas demandas mucho más ajustadas», dijo Ruiz, que reconoció que detectaron en 2019 escasez de información sobre muchos acuíferos cuya agua subterránea se estaba utilizando.

Los planes aprobados contemplan todas las actuaciones, algunas de ellas han tenido que anticiparse por la sequía como el plan de aguas regeneradas. Pero también se planifican las intervenciones en cauces para «no solo mejorar la masas de agua superficiales sino también porque todas las sequías acaban con inundaciones». A diferencia del plan hidrológico nacional, que se agota en 2027, los de las cuencas andaluzas fijan el horizonte en 2039. «Si una desaladora se construye en cuatro o cinco años, una presa son ocho o nueve años, desde que se piensa a hacer el proyecto», enfatizó Ruiz cuando se refirió a cuatro presas ya programadas y necesarias: la del Alcolea, que está a medio ejecutar; la de Gibralmedina, cuyo proyecto está en elaboración; el recrecimiento de la Concepción –competencia del Estado–; y la presa de Cerro Blanco, «que no solo aumentará los recursos sino que evitará inundaciones en la zona de polígonos de Málaga» con una capacidad de 50 hm3, lo que consume la ciudad en un año. «Aumentamos recursos y defendemos a la población», recalcó.

«Cualquier ahorro es fundamental –continuó– y estamos trabajando en aguas regeneradas y desaladas, porque la idea es que otro ciclo de sequía no nos pille de esta manera pues había mucho déficit de actuaciones».

Ana María Jáuregui, decana del Colegio Oficial de Graduados e Ingenieros Técnicos Industriales de Sevilla (Cogitise), valoró que la inauguración del actual curso académico estuvo centrada en la sequía porque «nos preocupa a todos». «La ingeniería es clave en el ciclo del agua y en la mejora de la huella hídrica, porque nos permitirá avanzar y no depender de la lluvia o del cambio climático. Se trata de innovar, además de hacer un consumo más reducido. La digitalización es sumamente importante. Hay actuaciones de gran envergadura como pantanos a largo plazo, pero hay mucha pérdida de agua en canalizaciones y sistemas de riesgo. Si se actúa con contundencia, se podría mejorar mucho», añadió la decana, sin descartar la desalación o las aguas regeneradas como otros aportes necesarios. Como el resto de participantes en la mesa, Jáuregui subrayó la importancia de «trabajar para el futuro», pues «se prevé que la temperatura suba un grado centígrado de media de aquí a 2030 y lloverá menos». Un escenario en el que la profesión de ingeniero cobra enorme relevancia. «No tenemos ingenieros suficientes para atender los nichos de mercado que se generan no solo con el agua, sino con los energías renovables aplicables. Aprovecho para pedir a la sociedad que apueste estudiar ingeniería, que además de contribuir a mejorar la sociedad es una profesión con una empleabilidad máxima».

El 70% del agua se usa en la agricultura, un 20% en la industria y el resto corresponde al gasto civil. No es extraño que la búsqueda de la eficiencia mire directamente al campo. Muchos ingenieros trabajan precisamente en el proceso de digitalización antes referido.

El proyecto Copernicus LSTM que lidera Airbus España contribuirá a minimizar el impacto del cambio climático desde el espacio, monitorizando la temperatura de la superficie terrestre casi en tiempo real. «Mediante las imágenes podemos planificar y actuar, gestionando riesgos, haciendo previsiones y adoptando decisiones ante catástrofes e inundaciones», explicó orgulloso Oriol Álvarez, Copernicus LSTM Programme manager de Airbus Defence and Space. El objetivo final es la agricultura de precisión. «El satélite observa la Tierra en el infrarrojo térmico y, mediante estos datos, podemos calcular la cantidad de agua que se pierde por evaporación, decir a los agricultores si usan bien o mal el agua o si no es necesario regar porque va a llover, por ejemplo. Queremos ahorrar agua y aumentar la productividad agricola. Porque el problema no es solo que llueva poco sino que cada vez somos más y consumimos más», comentó Álvarez, que recordó que el uso de datos por satélite ya ha permitido mejorar la eficiencia hídrica en un 15% en el ámbito industrial y un 8% en el agrícola. El proyecto del que Airbus España es el contratista principal de un consorcio industrual del que forman parte 80 empresas y cuenta con un presupuesto de 400 millones.

Asociado al proyecto hay unos 1.000 empleos cualificados, de forma que Airbis se convierte en «tractor de la economía espacial». «Somos líderes mundiales en observación de la Tierra», destacó Oriol Álvarez, que recordó que Airbus, hasta llegar al actual LSTM, ha realizado misiones como la del satélite SMOS (humedad del suelo); el denominado PAZ, de imágenes radar; o el CHEOPS, de búsqueda de exoplanetas con agua.

«A partir de la observación de cierta banda espectral puedes observar si la vegetación tiene más o menos estrés; si un cultivo va a tener dificultades o detectar los efectos inmediatos de una inundación, zonas sensibles a ser inundadas o monitorizar la nieve y prever el agua que vas a tener cuando se funda», añadió, incidiendo en que la información generada es pública para cualquiera. La complejidad del tema del agua tiene que ser abordada de forma transversal. «Hay que huir de recetas milagrosas», explicó Carlos García, general manager de la empresa cordobesa Genaq, afincada en Lucena. «Una sola acción no resolverá todo el problema, ni un solo actor será capaz de atenderlo. Sólo generando información podremos componer el puzzle y saber qué palancas apretar para resolver o mejorar el problema, de ahí que la interacción público-privada. Y una gestión inteligente del agua que combine reutilización, desalación, captación... Nosotros nos dedicamos a la generación de agua por condensación de la humedad atmosférica. No sirve para regar olivos, pero tiene su nicho de aplicación. El fin es enfriar el aire para que condense el agua. Buscamos reducir la dependencia del agua embotellada», detalló García. Su empresa empezó a trabajar con ejércitos (EEUU, Nigeria, Malasia, Emiratos...) para ofrecer un servicio seguro en ubicaciones remotas en zona de conflicto. Y, siguiendo su propio plan estratégico, han entrado en la industria y ya se encuentran en la fase comercial de modo que el agua producida sea una alternativa a la embotellada o al dispensador en oficinas, hospitales, escuelas, centros públicos y en las casa. El objetivo final reduce el ciclo del agua: «produzco donde la consumo y elimino el transporte». Carlos García reiteró la necesidad como sociedad de hacer frente a un gran desafío: «Ante un problema tan complejo y a tan largo plazo como el agua hacen falta inversiones a largo plazo, por ello debe haber mucho acuerdo y mucha generosidad y asunción de riesgos. Mi empresa puede estar cerrada en diez años o estar facturando 300 millones de euros, pero eso requiere la valentía de trabajar a largo plazo». Además, recordó que instrumentos como la compra-pública innovadora están «infrautilizados» y enfatizó la importancia de abordar con la administración la regulación de materias como la regeneración de agua atmosférica que no cuenta aún con normativa, sin dejar de reconocer que «vamos por el buen camino», en comparación con la situación de hace diez años.

En definitiva, un «ecosistema», como concluyó Oriol Álvarez, que continúe generando ideas y soluciones a un problema muy real.