Tribuna
Gastroturismofobia: no, gracias
"Necesitamos un cambio de mentalidad general, en el que lleguemos a entender que viajar debe convertirse en un hecho puntual que nos haga crecer como personas", señala Iván Llanza, presidente de la Academia Andaluza de Gastronomía y Turismo
Recientemente hemos visto a políticos de municipios turísticos criticar la gastronomía, desligándola de la cultura. Afortunadamente, medios de prestigio destacan el valor que aporta la gastronomía en lugares como Sanlúcar de Barrameda, no solo por sus langostinos y Manzanilla, sino también por proyectos hortofrutícolas sostenibles de vanguardia.
Desde hace algún tiempo, vengo observando cómo determinados colectivos reivindican una regulación sobre la actividad turística y el impacto que esta tiene en nuestras ciudades y en nuestra sociedad. Todos estamos de acuerdo en que deben existir mecanismos que aseguren que los residentes puedan desarrollar sus vidas de manera digna y plena, sin tener que ver alteradas sus rutinas por la proliferación de alojamientos turísticos no reglados, restauración sin corazón o tiendas de recuerdos «Made in China». Es duro comprobar cómo algunos destinos que se convierten en «trending topic» debilitan su etnografía hasta el punto de llevar a la extrema unción a sus paisanos, sus costumbres, sus tradiciones, su cultura y hasta su gastronomía. Sin embargo, ese gran invento que es el turismo encierra mucho más positivo que negativo, y no hay que ser ningún experto para saberlo.
Viajar y conocer otros territorios y culturas enriquece a las personas, eso por descontado. Tal vez la manera en la que la sociedad actual está retorciendo este acto debería ser revisada y reglada. No quiero decir que haya que imponer más medidas complementarias a las que ya existen y que las administraciones públicas tienen la potestad de implementar. Tal vez, solo con dotarlas de mayores recursos y hacer un uso más eficiente de los mismos, se conseguiría una situación de equilibrio beneficiosa para todos.
Considero que necesitamos un cambio de mentalidad general de nuestra sociedad, en el que lleguemos a entender que viajar debe convertirse en un hecho puntual que nos haga crecer como personas y nos permita volver más sabios de lo que éramos al partir. Me planteo que, como sociedad, visitar destinos debería ser una oportunidad de crecimiento personal y un momento para incrementar nuestro conocimiento de manera respetuosa. Actualmente, han proliferado demasiados viajeros que no respetan los destinos y que tienen un comportamiento destructivo con el lugar y sus gentes, como el caballo de Atila. Muy poca sensibilidad con la cultura, las tradiciones y poco interés por tener un buen entendimiento con los locales. Cuando esto sucede, entiendo las reivindicaciones de los colectivos y tienen toda mi solidaridad. Sin embargo, estarán de acuerdo conmigo en que no podemos hacer de esta situación una generalidad, sino todo lo contrario.
El sector turístico y la gastronomía generan uno de cada tres contratos en este país y sirven de sustento no solo para trabajadores que desarrollan su actividad en grandes urbes o zonas turísticas costeras, sino que también permiten que el interior, el mundo rural y hasta lugares remotos puedan generar recursos con los que sus habitantes lleven vidas plenas. Las experiencias turísticas llegan hasta el lugar donde se suceden las cosas, son completamente transversales, pudiendo conocer desde el huerto, a la bodega pasando por museos, teatros o entornos naturales. Los viajeros curtidos, los que bien entienden este acto de crecimiento personal, exploran hasta el último rincón para saciar su curiosidad.
No entender bien lo positivo y próspero de esta actividad y elevar el tono con consignas populistas no ayudará a nuestro destino a continuar siendo un lugar reconocido por su calidad, donde conviven en armonía residentes y forasteros. Ahora más que nunca debemos ser conscientes de que es necesario trabajar de manera coordinada: la administración, los empresarios, los ciudadanos y también los viajeros. Si no somos capaces de encontrar una solución y sellar un pacto por el crecimiento sostenido y sostenible, nos estamos equivocando. Nadie quiere dejar de disfrutar de su tiempo de ocio conociendo otras latitudes, pero todos debemos ser conscientes de que nosotros mismos somos responsables con nuestros gestos y nuestros hechos de la protección del territorio.
España en su conjunto, y Andalucía en particular, son lugares donde muchos quieren pasar sus días, dedicando tiempo a conocer nuestro rico y codiciado patrimonio turístico. Es responsabilidad de todos, y cada uno en la medida de nuestras posibilidades, conservar y proteger nuestro país sin exceso de celo, asegurando al mismo tiempo que los negocios, las pequeñas y medianas empresas, así como las inversiones de conglomerados internacionales, encuentren la protección necesaria para invertir y hacer prosperar nuestra economía. Esta industria no solo se refleja en su potencial de contrataciones directas, sino que las indirectas suponen un gran impulso para el desarrollo del empleo, engrasando una maquinaria con profundas raíces.
Es por esta exposición de motivos que considero que, como en todo en la vida, la medida es importante. El equilibrio entre personas, vidas cotidianas y la actividad turística no es una quimera. Ahora bien, piense qué puede hacer usted para solucionar esta situación: un consumo responsable del turismo se impone, como se impone en otros aspectos de nuestra vida. Recordando a Machado, la vida es un camino que no está marcado y nosotros, a medida que vamos recorriéndolo, marcamos los pasos y el destino que tomará nuestra vida. Es por ello que propongo: «Viajero, no hay destino sino actitud al viajar; viajero, recorre tu senda sin dejar huellas al marchar; viajero, disfruta la experiencia y no la dejes olvidar».
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