Comunicación
Morenatti: “Cuando lloro detrás de la cámara, pienso que eso es un historión”
El Premio Pulitzer jerezano sufre “el síndrome del impostor”
El fotoperiodista Emilio Morenatti, ganador del Premio Pulitzer, asegura que tiene una forma de saber cuándo conmoverán sus imágenes a quienes las contemplen: “Cuando lloro detrás de la cámara, pienso que eso es un historión, porque si me emociona a mí, también emocionará a la gente”.
Durante una charla con escolares este miércoles en Málaga, dentro del proyecto de alfabetización mediática “Prensa en mi mochila”, ha explicado que se siente “muy privilegiado” por los premios que ha recibido, pero sufre “el síndrome del impostor”.
“No te crees que te estén pasando ciertas cosas. Me siento afortunado, pero al mismo tiempo pienso que no me merezco tanto. Hay gente que se merece mucho más premios: los que investigan por la ciencia, los médicos y cirujanos que nos salvan la vida... ellos son realmente los merecedores de los premios”.
Ha desvelado que de niño no sabía en qué iba a trabajar, tras nacer “en una familia un poco difícil, con cinco hermanos y un padre policía, viajando por España donde le destinaban”.
“Era bastante golfo. Crecí en la calle, era mal estudiante y no me aplicaba, solo quería observar, mirar. No es un buen ejemplo, lo sé, pero me enseñó lo que es la calle. Descubrí la profesión del fotoperiodismo, en la que había que estar en la calle, y pensé que eso era fantástico”.
Quería “estar en la calle todo el día con cierta libertad y curiosidad”, según Morenatti, que asegura que no se siente fotógrafo, sino “contador de imágenes”, y tiene una vida “con mucha acción” en la que puede estar “en sitios en los que pasan cosas increíbles”.
Morenatti, que al principio de la charla ha mostrado a los escolares lo que ha calificado como “el pie chungo”, la pierna ortopédica que tiene desde que en 2009 sufrió una amputación por una bomba en Afganistán, ha confesado que antes de ese atentado pensaba que nunca le “pasaría nada”.
“Saqué en conclusión que nunca puedes dar nada por hecho, y desde ese momento soy vulnerable. Entendí que no era inmortal. Me había librado de un montón de situaciones en las que no me había pasado nada, y ahí aprendí que, obviamente, uno es una persona mortal”.
Desde ese momento tenía “dos opciones”, o convertirse “en una persona sin pierna” o “emplear la amputación en la empatía”, y entendió “que el mundo necesita un micrófono, un foco, para los que nunca son escuchados”, porque “los olvidados necesitan la voz de un periodista que transmita lo que está pasando”.
Tiene dos hijos de 6 y 11 años, y cada vez que regresa a su casa de la cobertura de una guerra o de cualquier otro acontecimiento, le gusta “saber su opinión” sobre el trabajo que hace.
“Les enseño mis fotos, porque me interesa más la opinión de alguien de esa edad que mi propia opinión, ya que ellos ven una imagen más simple, virgen, sin estereotipos ni contaminación mental de ningún tipo”.
Al preguntarle un escolar cuál ha sido su mejor foto, ha desvelado que de la que se siente “más orgulloso” es de una que tomó cuando su mujer daba a luz a su hija en un parto natural sin asistencia.
“En un hospital público había la opción del parto en una piscina con agua caliente. Mi mujer se metió ahí, y parió de una manera que nunca he visto nada igual. Ella misma sacó a su propia hija del agua y la dejó caer sobre su pecho. Yo me sentía inútil y solo podía hacer fotos en ese momento”.
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