Opinión
Tardes de multitud
"La plaza de los Califas de Córdoba se transformó ayer en el santuario de Delfos, el omphalos (ombligo) al que acudían los feligreses de la tauromaquia"
Roca Rey, que para los cinéfilos será ya siempre el protagonista de "Tardes de soledad", el documental crudo y veraz del catalán (como Urtasun, pero no de la falsa monea) Albert Serra, llena las plazas al son de su tambor de hojalata. En Córdoba pasamos del vacío de la corrida del sábado a la multitud enardecida de la del domingo, señal de que también en Córdoba se puede llenar la plaza, sus casi 15.000 localidades. En el fondo, los toros son como la literatura, que hay "best sellers" y hay obras excelsas, y ambos conviven. Y Roca Rey es nuestro "best seller", nuestro Stephen King, como en su día lo fue Manuel Benítez el Cordobés. Junto a él ayudaron ayer a llenar la plaza un Proust, Juan Ortega, sumido en las ensoñaciones de su lenta magdalena, que digirió a medias en su primer toro y que se le atragantó en el segundo. Y también tuvo su parte de culpa en las multitudes un autor novel, que publicó algunos bellos poemas en su etapa adolescente y que ante lo que ha resultado su estreno como novelista, puede que tenga dificultades para encontrar editor en el futuro, y lo que es peor, lectores.
La literatura, como el cine, como los toros, tiene estas cosas, que hay quien no soporta a Proust, quien no se emociona con los libros más vendidos -a veces por esnobismo, por ser precisamente los más vendidos- y hay quien tras leer las primeras páginas de un nuevo autor ya le vislumbra su epitafio artístico. Pero lo cierto, más allá de páginas que quedarán como clásicos de la literatura universales -en ningún caso alguna escrita ayer- es que la plaza de los Califas de Córdoba se transformó ayer en el santuario de Delfos, el omphalos (ombligo) al que acudían los feligreses de la tauromaquia.
Los protagonistas, en esencia, fueron esas casi 15.000 almas que un domingo caluroso de feria deciden gastarse unos buenos euros en una entrada para eso que se llama «los toros». A esos buenos euros de la entrada hay que sumarle el café, la pesi, los "yintoni!, las pipas, la camisa nueva, el vestido, los sombreros, el abanico… Todo esto lo podríamos denominar la industria del toreo. Y resulta curioso porque el arte del toreo es un arte intrínsecamente anticapitalista, porque el arte del toreo no produce, no consiste en aumentar gradualmente la productividad, en dar más pases o en darlos más rápidos. El arte anticapitalista del toreo, al que tantos obnubila, consiste en realizarse, por obra de un toro y un torero, un acto efímero que además, no permanece, porque un móvil o una cámara no son capaces de aprehender la verdadera realidad del toreo, porque esta es fantasmal en su esencia, como un recuerdo inventado. Y es esa multitud, desglosada en individuos concretos, la que recordarán, cada uno a su manera, esa fantasía que el torero es capaz de crear en el ruedo. Claro que eso no ocurre siempre, no exageremos, no todo es literatura con mayúsculas. De hecho, escasas veces ocurre.
Pero esas veces, gracias a la multitud, el recuerdo se multiplica por 15.000 y a partir de ahí exponencialmente, por cada uno que lo escucha de otro, desarrollándose una fantasía ad Infinitum. Da igual que el recuerdo no concuerde entre unos y otros, que el de unos sea proustiano y el de otros de Marcial Lafuente Estefanía, con muchos tiros y pocos epítetos. Da igual. Incluso da igual que todo lo sucedido en el ruedo no sirva ni para componer un haiku. Porque lo que ha mantenido viva a la tauromaquia no ha sido tal y cual torero, ni tal o cual ganadería, ni tal o cual faena. Y que me perdonen Lagartijo y don Eduardo Miura. Porque lo que mantiene vivo este acontecimiento, mostrando aún públicamente el sacrificio de un animal cuando se intenta esconder en todos los restantes ámbitos de nuestra sociedad occidental, es la multitud. Y ayer la multitud hizo acto de presencia en lo califas, y bramó, y repartió orejas como si no hubiese un mañana. Y cuando escribo esto, desgajada ya en miembros individuales, sigue por las calles de la ciudad recordando lo sucedido, o lo que cada uno cree que sucedió. Respirar es un acto mecánico. Vivir, llenar la vida, eso se explica muy bien las tardes de multitud.