Lugares mágico

El tejo sagrado de Pastur: el guardián centenario de un santuario que tienes que visitar en una aldea recóndita asturiana

El santuario, construido en 1665, es uno de los que más devoción recoge de toda Asturias

Pastur, el santuario asturiano que resurgió de las cenizas y tiene un árbol mágico centenario
Pastur, el santuario asturiano que resurgió de las cenizas y tiene un árbol mágico centenarioR.L.M.R.L.M.

El verano en Asturias no solo huele a salitre, sidra y prados recién segados. También tiene su propio latido espiritual. A veces, muy lejos de las rutas más transitadas, se esconden lugares que parecen haberse detenido en el tiempo, donde la fe y la tradición siguen marcando el paso de los días. Y uno de esos rincones es, sin duda, el Santuario de Pastur.

Muchos piensan en Covadonga cuando se habla de santuarios asturianos. Y con razón: la Santina, la Santa Cueva, la majestuosa basílica y el estruendo del chorrón son parte del imaginario colectivo. Cada año, miles de personas, algunas movidas por la devoción, otras por la curiosidad o la belleza del lugar, se acercan a ese enclave que ya es símbolo.

Pero hay otros santuarios, menos conocidos y más recónditos, que también guardan historias sorprendentes. Pastur, por ejemplo, es uno de ellos. Una joya escondida entre las montañas del occidente asturiano, en el concejo de Illano, donde la naturaleza manda y el silencio parece sagrado.

En esta aldea diminuta y casi despoblada, se levanta el santuario dedicado a la Virgen de Pastur. Un lugar al que cada 8 de septiembre —Día de Asturias— llegan cientos de peregrinos, muchos de ellos desde muy lejos, para cumplir promesas o simplemente dar gracias. Es curioso ver cómo, año tras año, personas de todas las edades llegan a pie, algunos incluso descalzos o de rodillas. No es una escena habitual en pleno siglo XXI, pero ahí sigue ocurriendo, con una emoción que se contagia.

El santuario, rodeado por la Sierra de la Bobia, parece sacado de una postal antigua. Tiene algo que lo vuelve especial. Tal vez sea el aire limpio, o el enorme tejo centenario que da sombra a la entrada. Este árbol, sagrado en la mitología asturiana, está protegido por el Gobierno y vigila, como un guardián silencioso, el ir y venir de los fieles. Hay quien dice que si apoyas la mano en su tronco y cierras los ojos, sientes una calma difícil de explicar.

La historia del templo también ha estado marcada por momentos difíciles. Hace más de veinte años, un incendio provocado por las velas encendidas en el interior arrasó buena parte de la capilla. Sin embargo, la imagen de la Virgen pudo restaurarse, y desde entonces el lugar ha seguido acogiendo a quienes buscan consuelo o un poco de esperanza.

Construido en 1665, el santuario es un ejemplo de la arquitectura tradicional asturiana, con un pequeño retablo barroco popular del siglo XVII y varias tallas de la misma época. La Virgen de Pastur, de vestir, conserva solo las partes visibles esculpidas —el rostro, las manos y la figura del Niño—, mientras el resto del cuerpo se apoya sobre un armazón sencillo de madera. Aun así, su presencia impone.

Pastur no aparece en los mapas turísticos más populares, ni lo verás anunciado en carteles luminosos. Pero eso forma parte de su encanto. Llegar hasta allí no es fácil, la carretera serpentea entre montañas y a veces parece que el mundo se termina, pero si tienes alma de viajero o simplemente ganas de descubrir un lugar auténtico, merece la pena desviarse del camino.

Porque, en el fondo, el verano en Asturias también es esto: descubrir rincones que huelen a cera derretida, a tejo y a historias que se cuentan bajito, con respeto. Y Pastur es uno de esos lugares que se quedan contigo mucho después de marcharte.