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En defensa del yoga y la salud

Una terapia es un tratamiento para curar enfermedades pero el yoga es, simplemente, una práctica saludable, por eso no debería incluirse dentro de la lista de las llamadas "pseudoterapias"que estudian los ministerios de Sanidad y Ciencia

En defensa del yoga y la salud
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La noticia ha saltado por sorpresa, dejando pasmado al personal. Resulta que los ministros de Sanidad y Ciencia han unido fuerzas para «estudiar» la inclusión del yoga en una lista de pseudoterapias. Puesto que el yoga no es ni ha sido nunca una terapia, nadie acierta a entender el propósito de tamaño dislate. Sería algo así como incluir a los monjes en una lista de tarados. No hay precedente de algo semejante en todo el ancho mundo, donde el yoga se ha extendido como una mancha de aceite y goza de una excelente reputación por los indudables beneficios que se desprenden de su práctica.

¿Qué ven, pues, nuestros desorientados ministros para tratar de implementar una medida tan disparatada, comparable a la persecución de los gais en Rusia? Eso no lo sabe ni Valdano. Sólo cabe pensar en la ignorancia, agravada por ese afán prohibicionista que anima a los políticos más ideologizados y menos sazonados. Claro que hay lugar para la esperanza, ya que la inconsistencia de este gobierno yenka (un pasito p’alante y otro pasito p’atrás), puede llevar a los ministros de la cosa a cambiar de idea en un pispás.

¿Qué es una terapia?

Una terapia es un tratamiento para curar enfermedades. El yoga es simplemente una práctica saludable. Todo el mundo puede hacer yoga sin que nadie le diagnostique ni le prescriba tratamiento alguno. ¿Qué al caso viene incluir esa práctica milenaria en una lista de pseudoterapias? ¿No habría que hacer lo propio con el tai chi, el «jogging» o incluso las matemáticas, que tantos dolores de cabeza producen a los niños? Acaso nuestros ministros piensen que la salud debe ser confiada exclusivamente a los médicos. Craso error, puesto que el ámbito natural de los galenos es la enfermedad. Sólo el mal funcionamiento del organismo llena de contenido su misión. La salud les es ajena, sencillamente no es su negociado. Su trabajo comienza precisamente cuando ésta se ha perdido.

Cabe preguntarse si nuestros ministros prohibicionistas tienen claro el concepto de salud, una ardua cuestión hasta para los especialistas. Durante mucho tiempo, el concepto cristiano del hombre (cuerpo y alma) consideraba la salud simplemente como la ausencia de enfermedad en el cuerpo. La subsiguiente exploración de las dimensiones intangibles de lo humano (emociones, sentimientos), dio lugar a una redefinición del concepto que vino a consolidarse como el correcto funcionamiento de los sistemas físico y psíquico del individuo, aunque todavía distinguiendo la salud física de la mental.

Pero en los últimos tiempos, la Ciencia se ha formado una noción del hombre infinitamente más global. Aunque con cierta aprensión, se va abriendo camino entre la conservadora clase médica la idea de que la vida humana es una compleja suma de sistemas interactivos, de los que el cuerpo sólo es el más denso y aparente. Muchas enfermedades se originan en los niveles más sutiles. Los que se consideraban males del cuerpo se ven ahora como simples síntomas de más profundos desarreglos. La psicosomática se tiene ya por responsable del 80% de los trastornos del organismo, especialmente de las enfermedades degenerativas, y nuevos factores, como el entorno profesional y social, se consideran importantes para el mantenimiento de una perfecta salud.

Las emociones y la salud

A pesar de los impresionantes avances, sobre todo en cirugía y tecnología del diagnóstico, en nuestra Medicina aún hay quien piensa que la ausencia de síntomas equivale a ausencia de enfermedad. Lejos de esa concepción, en Oriente siempre se ha pensado que las emociones juegan un rol importante en la salud, ya que las células reciben la carga emocional de nuestras vivencias. Según son éstas, así reaccionan aquéllas. Los antiguos especialistas orientales sostenían que bastaba un cambio de actitud para invertir el proceso y frecuentemente lograban lo que a nuestros ojos parecerían curaciones milagrosas. Hoy ya se admite también en Occidente que las emociones producen potentes reacciones químicas en el organismo, y se ha acuñado el nuevo concepto de psicosomática.

Vemos así que la salud no es un fenómeno meramente físico, sino que abarca todos los aspectos del individuo. En nuestra sociedad, donde priman la ambición y el egoísmo, pueden detectarse claros síntomas de insalubridad social. La cascada de enfermedades que asuelan al hombre moderno, desde el cáncer al infarto, del desencanto a la depresión, no son ajenas a la instauración de los valores egoístas y estilos de vida irracionales de la convivencia actual. No solo está enfermo el hombre, también lo está la sociedad.

El yoga considera la salud como un estado de vitalidad vibrante, donde el cuerpo responde prontamente a los dictados de la razón, donde las emociones son espontáneas productoras de alegría, esperanza y compasión, donde la mente percibe con claridad, piensa con coherencia y ejecuta con precisión, donde anidan motivos altruistas, prenden con facilidad las causas nobles y se tiene como objetivos prioritarios el conocimiento y la evolución.

Los médicos antiguos usaban para sus dictámenes el ojo clínico, una forma subjetiva de percibir que toma en consideración el lenguaje del cuerpo, la expresión de los ojos o el color de la piel. Nunca debió perderse, porque a los ojos asoman los motivos que impulsan las acciones, reflejando las emociones, el talante y la índole de cada cual. Ahí, en esas cualidades del espíritu, es donde comienza a fraguarse el mal. Nuestra salud depende de muchos factores, pero las peores dolencias nacen con los pensamientos egoístas, se cuecen con la efervescencia de las emociones y se transforman, finalmente, en ruina física.

Que nadie se equivoque. La enfermedad –toda enfermedad– revela un desarreglo en la estructura del individuo. El hombre está diseñado para enfrentarse con éxito a grandes adversidades, pero el cuerpo, el eslabón somático, se ve impotente cuando no le asiste la energía vital que genera un sistema armónico. La persona equilibrada, generosa y de afanes nobles genera el más poderoso antídoto que existe contra la enfermedad: toneladas de salud radiante. De eso se ocupa el yoga, que básicamente es un sistema de autoeducación física y emocional, que puede resumirse en cinco puntos: dieta, respiración, ejercicio, relajación y actitud mental positiva (concentración y meditación).

Dieta natural, ejercicios suaves eso es el Yoga

Me atrevería a añadir, no sin tristeza, que nuestra sociedad pone mucho más énfasis en curar las patologías con grandes medios y tecnología, que suponen unas partidas cuantiosísimas del presupuesto nacional, que en promover la salud enseñando desde la escuela. Ante una mirada inteligente resulta inexplicable esta actitud de estimular modos de vida, hábitos alimentarios y prácticas absurdas que, con el tiempo, desembocan inevitablemente en la miríada de enfermedades y desarreglos que abarrotan nuestros hospitales. Lo que promueve el yoga es justamente lo contrario: una dieta natural, ejercicios suaves, pero constantes, técnicas de respiración, relajación y de control mental que propician una vida física y emocional ordenada. En algunos colegios ya se enseña, pero son aún muy pocos. Lo cierto es que esta práctica podría dar la vuelta en unas pocas generaciones a la actual tendencia negativa de una sociedad que pasa media vida desgastando y abusando impunemente de su propio cuerpo y la otra media aliviando sus males con caros tratamientos. ¿Una pseudoterapia el yoga? ¿Quid prodest?

*Francisco López-Seivane es escritor y periodista