Pacientes
La sala que «regala» sentidos
El aula «Snoezelen» cuenta con maquinaria específica que estimula los sentidos de personas con poca o nula conectividad debido a discapacidades severas. En su interior experimentan una conexión con el mundo real que de otra forma sería inalcanzable para ellos
El aula «Snoezelen» cuenta con maquinaria específica que estimula los sentidos de personas con poca o nula conectividad debido a discapacidades severas. En su interior experimentan una conexión con el mundo real que de otra forma sería inalcanzable para ellos
Noemí hoy ríe a carcajadas al atravesar la puerta de su aula favorita. Hace tres años, apenas sonreía. Para ella, entrar en la sala Snoezelen es vivir, conectar con un mundo real al que de otro modo no tendría acceso. Porque entre esas cuatro paredes la joven se desarrolla, percibe, escucha, ve, siente.
Como si de una sala de ciencias se tratara, está equipada con todo lo necesario para enriquecer la calidad de vida de individuos con discapacidades severas, trastornos del desarrollo, parálisis cerebral, síndromes como el de X frágil o de Angelman, entre otros. Y ahora también se empieza a emplearse para el alzhéimer.
A finales de los años 70 se desarrolló en Holanda todo un trabajo y una filosofía de intervención Snoezelen que rápidamente se extendió a Europa, Estados Unidos y Canadá. Ya en los 90 este trabajo se difundió a diferentes ámbitos: científico, terapéutico y de ocio. En España, fue a partir de 2000 cuando empezó su desarrollo y hoy hay más de 50 salas. Y desde 2013 la utilizan en el centro de día de Madrid de la Fundación Juan XXIII, donde logran que jóvenes cuyas vidas transcurren sin apenas comunicación verbal o visual con sus familias y que no suelen responder a estímulos, vivan experiencias hasta ahora imposibles.
Una cama de agua, fibra óptica de colores, un proyector, un estimulador táctil, de voz y sonido... Son herramientas que los profesionales utilizan. Virginia Lozano, psicóloga del centro de día, explica que «tratamos a personas desde los 18 a los 65 años, aunque pueden beneficiarse con cualquier edad. Las sesiones duran entre 30 y 45 minutos y hacemos una o dos a la semana, aunque, más que el tiempo, lo importante es que el usuario disfrute». Ese es el principal objetivo, que para ellos sea un momento de ocio y conexión con el mundo. Lozano comenta que «hacemos una valoración sensorial previa de la persona sobre cómo registra la información que recibe y en función de su perfil sensorial elaboramos un plan de tratamiento».
Herramientas
Cada elemento cumple con un objetivo. Gracias a la cama de agua el usuario adquiere la propiocepción de su cuerpo y se estimula su sistema vestibular, creando nuevas conexiones cerebrales. Esther Molpeceres, coordinadora del centro de día, argumenta que «aquellas personas que viven en una silla de ruedas y no tienen conciencia de cómo se mueve su cuerpo, gracias a la cama de agua, saben dónde está cada parte. Supone una información para su cerebro que nunca habían recibido». Molpeceres cuenta una experiencia sorprendente: «Tuvimos a una chica que cada mes tenía unos días en los que su conducta era más agresiva, se tiraba del pelo... y lo que le ocurría era que tenía unos dolores muy fuertes provocados por unos quistes en el útero. Gracias al trabajo en la sala descubrimos y tratamos el problema y su conducta mejoró. La gente ve agresión, pero se están comunicando y no saben cómo mostrarlo».
Luces apagadas. Noemí nos muestra cómo trabaja. Acompañada en todo momento por la terapeuta, se sienta sobre una alfombra con fibra óptica. Lozano destaca que «al pisarlas o situarte encima se encienden colores y se trabaja la estimulación visual y la atención». Ahora aplaude emocionada al ver el tubo con burbujas. «Es muy llamativo para ellos. Con un pulsador las burbujas cambian de color y se emiten sonidos. Así ven la reacción causa-efecto, trabajan la atención y el seguimiento visual, y perciben una ligera vibración si se acercan a tocarlo», puntualiza Lozano mientras guía a Noemí en su tarea.
En una de las paredes cuelga un panel de voz. Al hablar surge un destello de colores. «Es muy útil cuando un chico tiene problemas para hablar porque le anima a pronunciar para ver colores», continúa.
El origen
El comienzo para contar con un espacio así no fue sencillo. Molpeceres cuenta que «llevábamos cinco años queriendo emprender este proyecto, pero no teníamos un espacio óptimo para llevarlo a cabo, ya que requiere condiciones muy específicas. Sin embargo, hace dos años nos trasladamos y a través del departamento de proyectos logramos la financiación para construirlo».
El broche final a este viaje por los sentidos lo pone un proyector que se enciende y refleja una serie de imágenes en la pared (una playa, la lluvia, nieve...) y, mediante conexión wifi, todos los demás instrumentos de la sala se suman a la fiesta y acompañan con colores y sonidos para aportar una sensación más envolvente y real, si cabe.
De interés para los afectados:
Fundación Juan XXIII
Gran Vía del Este, 1, 28032, Madrid
Teléfono: 914137349
Web: www.fundacionjuanxxiii.org
✕
Accede a tu cuenta para comentar