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Con las vendas puestas

Con las vendas puestas
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Para escribir este post, necesito cinco metros de tela envejecida de múltiples sudores, con cinco centímetros de ancho raído por sus lavados semanales de algunos años pasados.

Porque una venda es como una vida, cuanto más tiempo tiene, más se adapta a tus nudillos.

De hecho, ponerte este trapo erosionado de tanto rezumar en tus manos, es como insuflar coraje a tu existencia.

Me acuerdo de la primera vez que me vendé, autobús de línea, La Latina Carabanchel era mi trayecto: desde “La Flecha de Oro” cerca de Cascorro, hasta el Tercio Terol de mis amores. Mis ahorros se dejaron caer por La Ribera de Curtidores en el trueque de unos guantes y unas vendas. Estaba enormemente contento con mis compras en ese antiguo templo del deporte... Ríete de Batman, Superman u otro superhéroe de postín, que aquí “el Jero” con sus manos vendadas en ese trayecto autobusero que descendía hacía el Manzanares por la Puerta de Toledo, se sentía el más grande, el más fuerte, el más valiente... pues con mis manos arropadas de tela me sentía invencible.

Esos trozos de trapo en mis manos de pianista son como interruptores vitales... como lo era para Astérix, la pócima preparada por Panorámix.

Que nuestras extremidades superiores, Dios no las regala para golpear, sino para acariciar, sentir y otras beldades con las que el sentido del tacto nos gratifica. Así que más nos vale protegerlas si queremos que nos duren en el camino duro del pugilismo. Vamos, como lo de bañarte y guardar la ropa, que en los tiempos que corren, más vale preparase para las frustraciones que al igual que los golpes, nos van a caer en nuestra difícil existencia. Y te aseguro que nos caerán, que en estos días que nos tocan, hay que mirar hacia delante pero siempre preparados para el paso atrás.

Tres vueltas a la muñeca cubriendo todos los tendones de la zona, de sujeción firme pero no excesivamente prieta, sólido pero flexible como si afrontáramos los mil problemas que están por venir, fuerte para aguantarlos, hábiles y flexibles para solucionarlos. Ya lo dijo el maestro J.R Moehringer: ¿Por qué el boxeo? Porque apela a mi sólida creencia de que la vida es una pelea sangrienta.

La batalla de nuestra vida: desde que nacemos hasta que criamos malvas es una lid constante, contra todos y contra ti mismo, de hay primo siempre en la generosidad de intentar ser feliz, por muy difícil que me lo pongan.

Y sin ponernos más transcendentales subimos la venda a los metacarpianos, los eternos olvidados, que por más que nos preocupemos de salvaguardar muñecas y nudillos el impacto lo sufre en casi toda su extensión, el metacarpo. Vamos, lo que a diario llamamos un daño colateral, toda la acción tiene su reacción y sin llegar al efecto mariposa, todo acto tiene su consecuencia. ¿Cuándo nos acordamos de las terceras personas sino es para criticarlas? ¡Reflexionen! Casi nunca para lo contrario, un diálogo a dos y si se habla de una tercera, os aseguro que no es para alabarla. Es lo que tiene que Caín sea nuestro ídolo en la sombra.

Y seguimos profundizando en la transcendencia, ¿por qué será?

Puede que el acto del vendaje nos lleve a lo hondo, al acto sacrosanto, sagrado, al momento tenso, atento, a la concentración sublime. Pues como narraba mi admirado Manuel Alcántara al referirse al ring como “el cadalso de las doce cuerdas”, de ahí, debo de entender que hay momentos en el boxeo que son preámbulos de sentimientos irrepetibles y que por nuestra propia voluntad decidimos aceptar el riesgo.

Y ahora arropamos los nudillos con la tira larga de tela, pasando una y otra vez por la pista de aterrizaje del impacto. Creamos un almohadillamiento nudillar lo más voluminoso posible que o nos cuidamos nosotros o no nos cuida nadie en estos lances. Que todo el mundo te dice que te quiere y que serás su amigo toda la vida, pero cuando la diosa fortuna te da malas cartas en la jugada, donde dije digo, digo Diego. Aquel famoso peso pesado argentino de nombre Ringo Bonavena, lo describió con certeza absoluta: Cuando suena la campana, te dejan solo, ni el banquito de dejan.

Por último unos cruces a los nudillos por encima de la protección para sujetarla y que no se nos baile ante los impactos. Y aquí tenemos una discusión, unos dicen que los cruces en los nudillos por debajo, otros que los cruces por arriba y otros que sin cruces, lo que viene siendo, como en la vida misma. Que en esta sociedad nuestra, todos somos presidentes del gobierno, seleccionadores de futbol, pitonisos y ¿por qué no? Alguna vez, entrenadores de boxeo. Que visto así, ¡ojalá! Eso querría decir que el Noble Arte estaría en boca de todos, y juro que daría un brazo porque fuera así. Que a los periódicos vuelvan Fernando Vadillo, Manuel Alcántara, Ignacio Aldecoa y tengamos muchos José Luis Garci y su “Campos del Gas”. Que nuestro David Gistau siga oyendo el morse, al barrio con los golpes a los sacos y mi querido Javier Ors, siga viendo los movimientos de un boxeador al hablar como una pelea consigo mismo.

Por todo eso y mucho más me alzo al púlpito de este blog para intentar hacer de la prosa una poesía cuando se habla del mundo de las dieciséis cuerdas. Por eso llego con las manos vendadas pero desnudo en espíritu, vacío de maldad y envidia pero con unas ganas inmensas.

Y si alguna vez se viera un Alatriste de barrio, con vendaje duro en las manos y mirada glauca, apuesto a que se le oirá clamar al cielo:

“No queda sino batirnos”