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La mentira como arma política
Es casi imposible saber quién dice la verdad, ni en los medios de comunicación, ni en tertulias políticas y mucho menos en las redes sociales. Los debates, si el medio tiene, al menos, la decencia de llevar invitados de distintas ideologías políticas, son una pelea de gallos a ver quién grita más, unos a otros y no respetando turnos de intervención. No les interesa lo que diga el oponente, solo gritar “su verdad”, quitándose la palabra mutuamente.
Y ¿qué decir de los datos? Aportan, sin enseñar a cámara, “datos oficiales” que, según quien los arguya, difieren considerablemente o se interpretan de distinta forma. En la mente de todos los lectores están los datos que derechas o izquierdas presentan sobre las llamadas “violencia de género” o “violencia doméstica” o “violencia de familia”, la procedencia geográfica de los asesinos y violadores, las falsas denuncias, confundiendo las que prosperan o no, las que son desestimadas por falta de pruebas o incluso las que no llegan a ponerse, o el destino final de los millones de euros que se arbitran para la lucha contra esa lacra.
Problemas importantes y graves, como el citado, que exigirían pactos de estado con un consenso de todos, o casi todos, los partidos políticos, se pierden en esos estériles debates públicos que no convencen a nadie. Y no convencen porque la confusión es tal, la sobreabundancia de datos, falsos en su mayoría, es tal y tan contradictoria que un observador imparcial o de buena fe, jamás sacará conclusión válida.
Es también una práctica habitual poner en boca de un oponente político declaraciones o ideas manipuladas, recortadas de forma intencionada, solo la frase o la parte de la frase que les interesa, obviando aquella parte que cambiaría completamente el sentido de la declaración. Claro, decir, como acaba de decir el Dr. Sánchez, que un partido que “elija a las mujeres como adversarias, pierde seguro” (él sabrá quién lo ha dicho o directamente se lo ha inventado) podría ser un ejemplo de la manipulación que venimos diciendo.
Hasta las declaraciones del tristemente célebre comisario Villarejo están manipuladas. Los medios técnicos de que hoy se disponen permiten un corta y pega que hábilmente realizado consigue efectos sorprendentes, en primer lugar para quien ha sido grabado, que la mayoría de las veces ni se reconoce en las grabaciones.
Por supuesto que no es nuevo esto de la mentira como arma política. Los politicos de todas las épocas han prometido el oro y el moro a sabiendas de que, una vez adquirida la responsabilidad de gobernar, muchas de esas promesas no serán cumplidas. En esto son campeones los partidos populistas, de uno y otro extremo, cuyos programas se hacen exclusivamente en función de los que ellos piensan o detectan que los ciudadanos quieren oír.
Un buen programa populista debe tener, a partes iguales, mentiras programáticas del gusto del personal y el otro cincuenta por ciento de descalificaciones del adversario, poniendo en su boca las barbaridades más escandalosas que causen miedo y escándalo, pero sobre todo un miedo que movilice a los ciudadanos para evitar la llegada del terrible enemigo.
¿Qué hacer ante tanta falsedad? Pues hay pocas reglas válidas para no dejarse engañar. En principio, se me ocurre que la más válida es recurrir a la trayectoria personal y del partido que nos vende la moto. Quienes ya han gobernado son más fáciles de analizar. Aquello de que “por sus hechos los conoceréis” ya puede ser aplicable a quien ha ejercido esas funciones, con honradez o no, con eficacia o no, cumpliendo lo prometido o no.
Más difícil si el político es nuevo o su partido tiene escasa trayectoria. En ese caso solo queda acudir a los siempre hinchados currículos donde se recoja formación y experiencia laboral. Si somos capaces de separar el grano de la paja, quizás nos equivoquemos menos.
Se acercan elecciones en España, elecciones municipales, autonómicas, europeas y, quien sabe si generales. La fecha fijada es el domingo 26 de mayo, es decir, dentro de cuatro meses mal contados. Ya los partidos politicos han iniciado la presentación de candidatos, conocidos unos y nuevos otros, nos toca a los ciudadanos analizar a estas personas a quienes vamos a pagar un sueldo durante cuatro años. Más que los programas y las descalificaciones del adversario, tratemos de averiguar de verdad como son ellos. Háganme caso, tendrán menos posibilidades de equivocarse. Son las personas, no sus partidos o sus programas.
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