Navidad
Por unas Navidades razonables
Ya están aquí las Navidades, un periodo del año que inevitablemente afecta a nuestro estado de ánimo y a nuestro comportamiento. Esto es debido, fundamentalmente, a la enorme cantidad de condicionantes culturales que lleva asociada esta festividad. Familia, religión, tradición, consumo, celebraciones, vacaciones y sensación de cambio de ciclo, todo ello en grandes cantidades y concentrado en un espacio de tiempo unas pocas semanas. Este potente mix es el caldo de cultivo perfecto para desequilibrarnos emocionalmente, hasta el punto de que muchos lleguen a no reconocerse a si mismos. Como si el efecto de los villancicos y las luces del árbol nos trastornara de tal manera que dejáramos transitoriamente de ser esas personas sensatas que acostumbramos a ser durante el resto del año para dar rienda suelta a todo tipo de excesos.
Quizá lo primero que deberíamos hacer antes de afrontar estas festividades es preguntarnos qué significado tienen para nosotros y cómo queremos vivir este periodo de tiempo. Tomadas en su sentido etimológico, es decir, como un renacer continuo (“Navidad” en latín significa “nacimiento”), puede ser algo realmente reparador, un momento en el que hacer balance, contextualizar y volver la mirada hacia las cosas realmente importantes de la vida. Así vistas, las Navidades pueden ser algo estupendo. Pero si las vivimos del modo en que la sociedad de consumo las ha acabado convirtiendo, una imposición consumista y propicia para cometer excesos de todo tipo, eso ya es distinto.
Una de las características más peligrosas de las Navidades es que es un periodo de tiempo en el que cual somos más laxos en la revisión de nuestras propias decisiones, especialmente con todas aquellas que están relacionadas con el consumo. La compra por impulso hace acto de presencia de un modo mucho más acusado que en otros momentos del año, llegando a tomar el control de nuestros movimientos. Somos indulgentes con nuestros errores y tendemos a extralimitarnos incluso en aquellos acontecimientos sociales sobrevenidos o de compromiso (por ejemplo, la cena de la empresa). Es como si dejáramos a de vigilarnos a nosotros mismos y aprovecháramos esa dispensa temporal para campar a nuestras anchas.
También se reduce drásticamente nuestro nivel de exigencia. Algo que sabe bien y no duda en aprovechar la publicidad. La relación calidad-precio de lo que adquirimos baja drásticamente y, además, lo peor de todo es que se diría que no nos importa. Como consecuencia, cuando compramos nos informamos, preguntamos y comparamos mucho menos de lo que lo solemos hacer.
Otra consecuencia de las Navidades es que se pierde la relación con lo saludable. “Lo que nos conviene” es un condicionante que obviamos en este periodo del año, y no está presente ni en lo que comemos, ni en lo que compramos. Por el contrario, durante estos días no tendremos ningún problema en ingerir alimentos que sabemos que nos puede sentar mal ni en adquirir cosas que no necesitamos a un precio que no pagaríamos en ningún otro momento del año. De hecho, hace unos días conocimos un estudio que aseguraba que la Nochebuena es el día del año en que mayor número de infartos se producen.
También nuestras relaciones con los demás se resienten. A pesar de las llamadas a la concordia y los edulcorados spots de familias reunidas alrededor de una mesa, lo cierto es que las navidades son terreno abonado para los conflictos familiares. Muchos de ellos innecesarios, superfluos y absurdamente provocados. En el otro extremo, también tendemos a ser más complacientes de lo normal con nuestros hijos, padres, amigos. Algo que nos puede conducir incluso a adquirir compromisos que luego seremos incapaces de cumplir.
En líneas generales, a las personas nos resulta establecer límites en estas fiestas. Se pierde el sentido de la mesura y, en cierta forma, se corre el riesgo de dejar de ser dueños de nuestros actos. Son días de inestabilidad emocional, en los que navegamos con cierta angustia en las aguas de los excesos. Estamos de vacaciones, pero tan abducidos de ese mal llamado “espíritu navideño”, que uno hasta acaba deseando recuperar la rutina y, con ella, la normalidad.
Para evitarlo, allá van tres consejos para vivir las Navidades de una forma más responsable, más sostenible y más razonable.
1) Revisa tu concepto de “Espíritu Navideño”, cambiando el estereotipo y el entusiasmo forzado por un modelo que se acomode a tus necesidades y te permita vivir las navidades a tu gusto.
2) Vive la Navidad sin agobios. Si no quedan langostinos para la noche del 24, comeremos otra cosa. Y si el regalo que viaja por Internet no llega a tiempo, no importa, este año Papa Noel que venga el 26 o el 27.
3) Aprovecha las vacaciones no tanto para desconectar como para conectar contigo mismo. Es decir, relájate, descansa, y deja de preocuparte por unos días de lo cotidiano. Comparte momentos con amigos y familiares, pero sin olvidarte de ti mismo.
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