Educación
La singularidad en el aula
No percibir ni reconocer la singularidad de cada alumno es un hecho evidente de falta de compromiso con la docencia y con la vida misma. Al igual que en la sociedad nos encontramos con todo tipo de personalidades, un aula puede ser perfectamente una muestra representativa de esta, en la que cada alumno posee un sello que le distingue, una particularidad, rareza, diferencia, excentricidad, originalidad o extravagancia. Sin embargo, lo que percibimos a diario es la obcecación en la uniformidad, todos por igual. Parece que existe un miedo a marcar diferencias entre los alumnos, y con eso solo conseguimos que no dé cada uno lo mejor de sí.
El profesorado tiene que admitir que cada uno puede dejar su huella personal dentro del aula y con eso contribuir al bien común del grupo; nutrirse unos de otros. Pero si durante las horas lectivas sólo nos dedicamos a escuchar y responder a las preguntas del profesor, nunca se podrá explotar el potencial del alumno individualmente.
En un mundo tan competitivo y tan diferente a lo que vivimos en las paredes del aula, las instituciones deben tomar conciencia de que hay que incorporar nuevas estrategias y planes educativos renovados; personalizar la educación.
¿Y cómo?
En primer lugar formando a los docentes para identificar la singularidad de cada alumno. En segundo lugar querer hacerlo y -muy importante- dominar la materia que imparte con el fin de resolver satisfactoriamente cualquier duda que le planteen sus alumnos. Deben percibir las necesidades de cada uno y cómo analizan y canalizan la información que les transmite.
En el siglo XXI es muy importante -por no decir primordial- que ningún alumno se sienta fuera de contexto o que no encaje con el método de enseñanza tradicional. Y es doblemente triste que a personas con alto potencial se las tenga arrinconadas, ninguneadas y desmotivadas en vez de intentar explotar todo su talento solo porque no hay profesionales cualificados para ello.
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