Política

Pueblos que hablan mucho

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Por Álvaro de Diego

“En España se entierra muy bien”. La frase de Alfredo Pérez Rubalcaba contiene mucho de profecía autocumplida. Lo prueba la catarata necrológica que ha despedido al político fallecido a consecuencia de un ictus. El obituario es uno de los géneros periodísticos más interesantes pero peor cultivados en nuestro país. A diferencia de la tradición anglosajona, que pondera con mesura y respeto virtudes y defectos del desaparecido, estos pagos se desbordan de hagiografías fúnebres que no resultan tan sangrantes cuando provienen de antiguos adversarios ideológicos. Sorprende mucho más la ramplona utilización política por parte de los correligionarios de siglas, que no afectos personal y políticamente al difunto. Una paradójica versión del “fuego amigo”.

Cuestión distinta son los exabruptos que, una vez más, recuerdan que sobre esta tierra yerma sigue cruzando, errante, la sombra de Caín. Retratan siempre más fielmente al retratista que al retratado. El primero podrá seguir esputando bilis. Impunemente. El segundo no podrá pedir una segunda instantánea por considerar que ha salido -cuando menos- movida su fotografía.

“Las palabras son como las hojas: cuando abundan, poco fruto hay en ellas”. Lo escribió el poeta inglés Alexander Pope (1688-1744), cuyos padres fueron paladines liberales en la patria del liberalismo desde que en 1215 el desdichado Juan Sin Tierra tragara con la Carta Magna. El niño Alexander fue educado en casa para que unas leyes que determinaban el anglicanismo como religión del Estado no se inmiscuyeran en un hogar católico.

Así ha destacado, por anacrónica, la nota elegante de un ex presidente de Gobierno y rival político. Al adversario que la muerte escabulle, puente de crisantemos. La laudatio de Rajoy parece remitir a un tiempo marchito, el del rigodón y el bálsamo de fierabrás tan gratos al gallego. Rescatar el debate televisivo de Rajoy con el entonces candidato socialista a la Presidencia, incisivo pero de una lacónica corrección, causa sonrojo si lo colocamos al trasluz del que le enfrentaría luego con el actual inquilino de la Moncloa. Imposible hallar en el pugilato Rajoy-Rubalcaba una acusación de indecencia, un truco de prestidigitador o el bluf de una estrategia telegénica.

Hay una divertida explicación dialógica del mundo que no es tan descabellada. A fin de cuentas, el transcurso histórico del pensamiento político refleja el de su opinión pública. La abordó el conde de Foxá, que escribió acerca de los “pueblos que hablan poco” y de los “pueblos que hablan mucho”. Los primeros, anglosajones, se muestran parcos y desprecian el diálogo, con lo que ello comporta de muerte del amor, del matrimonio y la amistad. A su juicio, estrangulan “esa maravilla de ir descubriendo un alma, como un continente desconocido”.

Y es que, para Foxá, la conversación muere con el ocaso político de los pobladores del Mediterráneo, “grandes charlatanes; inventores de la sobremesa; de las meriendas ruidosas a la orilla de los ríos; de las discusiones de café; de las tertulias interminables”. Se suceden así la Grecia clásica, “enjambre de habladores” y forjadora de la Filosofía; la Roma civilizatoria y acostumbrada a banquetes que duran días; el Evangelio redentor del Dios “comensal y contertulio”; el bullir chismoso alrededor de las catedrales en una Edad Media que impone el silencio como castigo o penitencia; el “vocerío” del Renacimiento o el culmen de la verborrea que representa la Revolución Francesa.

Pero el liberalismo no reside solo en las formas. La visita a un país fascinante como Egipto nos confundiría. ¿Qué hay más liberal que el regateo, libre juego de la oferta y la demanda sin cortapisas? ¿Qué decir de un lugar donde el euro es moneda de cambio en todos los sitios? Habría que considerar, además, la cultura política, la seguridad jurídica y la arquitectura institucional.

Es curioso que Foxá afirmara que al inventarse los Parlamentos, los latinos estuviésemos perdidos. Desgraciadamente, hubo y hay algo mucho más importante que hablar mucho. Tanto en las eras pasadas de la cultura oral y de Gutenberg, como en las actuales de las redes sociales. Y es hablar con criterio.