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Y por fin una rubia tomó asiento en el sillón presidencial
Por Ana Rubio Jordán
Que la niña mimada de Donald Trump publique una foto sentada en el sillón presidencial del Despacho Oval no debería sorprender a nadie, aunque el aluvión de críticas en las redes sociales sea más que merecido. Mostrando la más perfecta de sus sonrisas, la imagen del presidente y su hija junto al primer ministro canadiense fue tomada después de participar en una mesa redonda en la Casa Blanca con líderes empresariales y mujeres emprendedoras. A la imagen le acompañaba un mensaje claro, las mujeres deben tener mayor sitio en la mesa (de negociación, se entiende), de ahí que Ivanka no dudó en tomar asiento, tal y como refleja la fotografía.
Tras la publicación de la foto surge la división de opiniones. Hay quienes consideran que la hija del presidente es un modelo a seguir, mientras que para otros su actuación está totalmente fuera de lugar. Lo cierto es que Ivanka no ha tardado mucho en ocupar el papel de primera dama en ausencia de su madrastra. Algo más que previsible. Desde que Trump llegó a la Casa Blanca, la hija favorita del presidente no ha dejado de publicar fotografías en Instagram sobre su nueva vida, mostrando principalmente su faceta como madre. Por ejemplo, se la puede ver tras su hijo mientras corretea por los pasillos de la residencia presidencial o hablado tranquilamente por el móvil mientras sostiene a su pequeño en brazos.
En menos de dos semanas, Ivanka se ha situado en el centro de más de una polémica. Una de ellas es la que borra la difusa línea existente entre la política y los negocios. Parece lógico pensar que un funcionario público no va a hacer uso de su cargo para promocionar la venta de algún producto o negocio que beneficie a algún familiar o amigo y, sin embargo, eso no pareció importarle a la consejera del presidente Kellyanne Conway quien espetó, desde la sala de prensa de la Casa Blanca, que “vayan y compren productos de Ivanka”. La frase fue recogida por las cámaras de televisión de la cadena estadounidense Fox News.
Conway viola con esta petición las normas éticas de los funcionarios públicos federales. Pero me pregunto qué normas éticas no viola el propio presidente Trump si hace uso de su red favorita, Twitter, para criticar a los almacenes que decidieron prescindir de la firma de ropa de su rubia hija. Trump no solo tuitea en su cuenta personal, es que también retuitea lo que escribe en la cuenta oficial del presidente de Estados Unidos (@POTUS).
No es la primera vez que el polémico mandatario expresa públicamente su admiración por su hija a través de Twitter. Da igual el motivo que sea o la hora que sea. El caso es que Trump es capaz de tuitear en el día sobre los negocios personales de sus hijos o sobre las leyes de inmigración en su país. Lo mismo critica a jueces y rivales que anuncia su intención de construir el muro. Sin embargo, esta adoración del presidente por la red social de los 140 caracteres no parece que influya en un aumento del número de usuarios. Según cifras de la compañía, durante los últimos tres meses el número de usuarios mensuales activos en Twitter ha crecido hasta los 319 millones, solo un 4% más que en el mismo trimestre del pasado año.
Si bien los datos no son lo buenos que deberían ser, es cierto que el uso constante que hacen algunos mandatarios de la herramienta demuestran el poder y la influencia de la misma. Trump gobierna al margen del periodismo tradicional, al que en ocasiones parece detestar profundamente. Todo lo que quiere que se sepa de forma inmediata lo publica en Twitter y no mediante rueda de prensa. Al fin y al cabo, para el presidente, los periodistas se encuentran entre los seres menos honestos del planeta.
Es posible que uno de los motivos de tan escaso crecimiento en Twitter sea, entre otros, el tema de los “trolls”. Es decir, los usuarios que insultan en la red social dañando de ese modo la imagen de la empresa. De ahí que la compañía haya tomado medidas para silenciarlos. Los mensajes estarán ocultos pero separados en una pestaña denominada “respuestas menos relevantes”. Es difícil cerrar la boca a los trolls, pero resulta mucho más complicado hacerlo cuando el troll es el presidente de la nación más poderosa del mundo.
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