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Historia y Leyendas

Un santo, un espejismo y medio milenio de mapas: la isla que Colón creyó ver y que nunca se ha dejado conquistar

Crónica de un territorio que nunca se ha dejado atrapar y, sin embargo, terminó con sello y rúbrica

Un santo, un espejismo y medio milenio de mapas: La isla que Colón creyó ver y que nunca se ha dejado conquistar Princess Hotels

Durante cinco largos siglos, al poniente de Canarias ha flotado una idea con contornos de tierra y nombre de San Borondón. No hay satélite que la confirme ni carta moderna que la reconozca, pero hace 536 años un documento portugués la introdujo en el andamiaje jurídico peninsular y, a partir de ahí, medio mundo quiso ponerle bandera. El dato es tan desconcertante como revelador porque, a partir de ese instantes, hubo expediciones, solicitudes y poderes reales para una isla que hoy seguiríamos buscando con prismáticos.

El 25 de septiembre de 1492, cuando el sol bajaba a plomo sobre el océano Atlántico, Martín Alonso Pinzón creyó ver costa. Lo celebró a voces y, según el diario de a bordo, Colón midió a ojo unas veinticinco leguas hasta aquella silueta. No hubo desembarco ni bautizo, pero sí un gesto fundacional del mito y que hizo a la certeza colectiva decir que “ahí hay algo”. Ese “algo” se quedaría pegado al imaginario canario con el nombre de San Borondón, la isla que aparece al crepúsculo y se deshace al primer golpe de brisa.

Antes de Colón

La historia no nace en la cofa de un navío sino en los scriptoria medievales. Brendan de Clonfert, el santo Brendano del santoral hispano, protagoniza en los siglos IX y X relatos de viajes por mares extraños donde una tierra huidiza ejerce de escala y milagro. Es la semilla literaria de una geografía a medio camino entre el catecismo y el derrotero.

Sin embargo, con la Conquista de Canarias en marcha, ingenieros y cronistas como Leonardo Torriani y Abreu Galindo subieron a San Borondón al debate político. Si existía, había que ubicarla, reclamarla y administrarla. Años antes, el navegante Fernao Dulmo ya había escrito al Rey de Portugal (3 de marzo de 1486) con una propuesta ambiciosa, la de capturar “una gran isla o cojunto de ellas” que algunos identificaban con la de Las Siete Ciudades. La administración imperial, siempre eficaz, comenzó a conceder licencias sobre mapas por dibujar.

Barcos hacia la nada

En 1526, Fernando de Troya y Francisco Álvarez zarparon desde Gran Canaria siguiendo el "discurso" que Abreu Galindo había popularizado. Les acompañó el sevillano Juan Díaz (1480–1549), cronista de Indias y capellán de las tropas de Cortés en México, esta vez con misión pastoral en una parroquia de horizonte. No encontraron la isla, pero sí la persistencia del empeño.

Unos años antes, Francisco Fernández de Lugo, hijo de Pedro Fernández de Lugo Señorino y sobrino del Adelantado Alonso, pidió a la Corona el permiso de conquista. Lo obtuvo. Poderes reales para gobernar una isla que nadie había pisado, pocas imágenes explican mejor la velocidad de la burocracia frente a la paciencia del océano.

¿Milagro?

Son muchas las voces científicas que a lo largo de ños han afirmado que "no existen milagros, sino física atmosférica". "Hablamos de espejismos y efectos ópticos capaces de levantar en el aire perfiles de tierra donde solo hay mar". Hoy, curiosidad para fotógrafos; en el siglo XVI, combustible para armadas, sermones y gacetas.

Lo que enseña una isla que no existe

San Borondón es un espejo histórico. Refleja cómo Europa bautizó primero y preguntó después; cómo la administración imperial podía asignar títulos y oficios sin coordenadas firmes; y cómo la narración de los viajes fabricó realidad a golpe de cuaderno de bitácora. Es, también, una lección de SEO del pasado, cuando repites una palabra, como puede ser “isla”, en suficientes manuscritos, cartas y cédulas, la terminas posicionando en el mundo.