Opinión

Menos falsas apariencias

La felicidad, esa pegadiza canción que cantaba Palito Ortega en los 70, esa palabra con tanto relativismo en nuestra sociedad, ese concepto que se ha profanado ya hasta límites insospechados para venderlo de cara a la galería y que se saque provecho en cualquier momento como la panacea a todos los problemas.

¿Qué es la felicidad? ¿Sentirse bien a cualquier precio aún sin ser una verdad verdadera?

Estamos en una sociedad donde lo que más prima es verse guapo, la foto perfecta, ser el “influencer” de tus amigos, de tu entorno, tener éxito, ganar dinero, estar contento por encima de todo y de todos. Los eternos mensajes paternalistas del tipo “si algo no funciona, déjalo, no es para ti”, “si algo te es difícil no vale la pena, déjate fluir”, “no te preocupes que algo mejor vendrá”, etc.

¿Y el valor? ¿Y la constancia?

Desde hace ya unos años no paro de encontrarme noticias tipo: “Las diez personas más ricas del mundo.” “Se hizo millonario desde la nada.” “Fundó un imperio y ahora factura millones de euros.”

Yo, y permitidme esta licencia, cuando era pequeño lo que me decía mi abuela era: hijo mío, hagas lo que hagas en esta vida lo más importante es ser buena persona.

Algo sencillo ¿no? ¿Dónde ha quedado ese concepto?

¿Qué fue de todo aquello? Estamos anestesiados con el aparatito móvil, infoxicados, dopados de hedonismo y placer con todo lo que nos rodea porque el día a día se ha vuelto insoportable para muchos y no hablo solamente de la generación Y o de la generación Z. ¿Dónde ha quedado el esfuerzo? ¿Dónde ha quedado la capacidad de no conformarse y seguir luchando? ¿De arreglar las cosas?

Pero detrás de toda esa máscara de perfección subyacen historias que no se corresponden con la realidad en un mundo virtual que no te permite estar triste, que no te permite mostrarte vulnerable porque harás que esa gente “feliz” huya al verse reflejada en un posible espejo. Ya empieza a vislumbrarse tímidamente que hay una certeza sobre la salud mental, en muchos casos grave, a la que hay que empezar a tener en cuenta y a la que hay que brindar una ayuda decisiva y contundente.

Después de tantos años de ruido a nuestro alrededor, de anestesia mental, de inercia social, parece ser que la maquinaria se resiente y empieza a darse cuenta que necesita al sujeto tal y como es, sin conservantes ni colorantes artificiales. Una pandemia como catalizador y una economía maltrecha han acelerado ese proceso. Al final resulta que la intuición que poseíamos de niños tenía razón: Las personas por encima de todo.

La vida va por modas, les pasó a los monovolúmenes, les pasa a los programas de cocina en TV y también le pasa a la perfecta imagen sacada en una red social de “algo” que se asemeja a ti pero que tiene tantos filtros que acabas pareciendo una inteligencia artificial de algún algoritmo. ¿Volverá la moda de lo verdaderamente esencial? ¿Volverá la moda de “ante todo sé buena gente”? Quién sabe, sólo esperamos ser sinceramente felices y verlo.