Opinión
Picnic de primavera
Este tiempo siempre es fantástico, es la antesala del periodo estival. A partir de ahora las horas diurnas avanzan en detrimento del manto de la noche resucitando juegos, bienaventuranzas y sueños aletargados tras un duro invierno. Por fin, parece que volvemos a tener una tregua pandémica, esperemos que esta vez sea la definitiva. Ha habido muchos caídos en esta guerra vírica e informativa donde las heridas tardarán años en cicatrizar, muchos amigos y seres queridos han sufrido en sus carnes la devastación de una pandemia relámpago que ha asolado a la economía, ha segado vidas y ha tocado cruelmente la mente de muchas personas.
Por primera vez en décadas el ser humano se ha dado cuenta de verdad de la escala de prioridades, de la enorme importancia de unos vinos, de unas cañas, de un abrazo, de un beso, de buenos momentos que no se pagan con dinero; porque sí, señoras y señores, la gran mayoría de las cosas buenas son gratis en esta vida. Conozco a pobres millonarios y a ricos que ganan mil euros, todo depende del punto de vista y de la escala de valores.
¿Es posible que asistamos ante el fin de la “burbuja” relativista donde todo cabe menos lo que realmente vale? Ante un mar de expertos, especialistas y tecnócratas de lo cotidiano, el sentido común, la educación, la familia y el entorno social son pilares fundamentales para salir bien parados de estos dos años.
Hay que atender a nuestra cabecita, hay que parar, saborear un atardecer, tener tiempo para no hacer nada por el hecho de paladear esa sensación, dejar de echarnos en cara todo lo que ocurre a nuestro alrededor porque en la gran mayoría de los casos no depende de nosotros mismos.
¿Cuánto hace que no visitas aquel lugar preferido de tu infancia? ¿Hace cuánto tiempo que no llamas a aquella persona olvidada y que tanto significa para ti? ¿Cuándo ha sido la última vez que te has parado en pensar las cosas buenas que has hecho este mes? ¿Qué tiempo hace desde el último “te quiero”? Nunca es demasiado pronto para hacer lo que te pide el buen sentir.
No es cuestión de ser condescendientes o de estar mal pagados de un ego absurdo, se trata del amor propio, menos fotitos con filtros y más quererse de verdad, pero quererse con nuestros deliciosos fallos y nuestros grandes aciertos, esa es la magia de la evolución personal, aprender y aprender.
Hagamos una cosa, tomemos un picnic, elijamos una tarde soleada, llevemos una cesta llena de sonrisas, un mantel de ilusiones, unas buenas bebidas de buenos sentimientos y hagamos una verdadera cata del tiempo, que es la única y verdadera gran moneda de los seres vivos.
Hay que vivir, como decía mi querido Pau Donés: -Vivir es urgente-, porque el No, ya le tenemos.
Cuidemos nuestra salud mental y cuando esté en peligro pidamos ayuda, desmitifiquemos todos los estereotipos sobre ello, seamos sinceros y evolucionemos como sociedad.
Una vez pasada esta Covid-tormenta naveguemos en compañía e iniciemos nuevas etapas basadas en el respeto a los demás y a uno mismo.
Ya sólo pido dos cosas para hoy: que nunca más volvamos a oír hablar del coronavirus y que me pongan un buen Ribera del Duero con unas aceitunas.
Hasta dentro de quince días.
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