Sociedad

Cuando dejamos de admirar

"Hoy abundan las voces huecas con mucha visibilidad, las figuras sin obra, los rostros que se repiten como eslóganes"

La escritora y columnista zamorana, Olga Seco
La escritora y columnista zamorana, Olga SecoOlga SecoLa Razón

Hay una diferencia crucial entre crecer rodeado de ejemplos y crecer rodeado de excusas. Los primeros te elevan, te exigen, te sacan del barro. Los segundos te hunden en él. Y no hablo solo de infancia. Hablo de la vida entera. De la necesidad vital de tener buenos referentes. Personas que no necesariamente conoces, pero que ves y dices: “ahí quiero llegar”. Personas que no te adulan, sino que te confrontan. Que no te consuelan, sino que te inspiran. Que no te enredan en la mediocridad, sino que te recuerdan que la excelencia no es arrogancia, es responsabilidad.

Hoy escasean. Hoy abundan las voces huecas con mucha visibilidad, las figuras sin obra, los rostros que se repiten como eslóganes. Se premia más el escándalo que el pensamiento. Más la imagen que la idea. Más la exposición que la trayectoria. Y así nos va: una sociedad que ha cambiado a Antonio Machado por frases cursis en tazas. A María Callas por cantantes que desafinan en directo pero sonríen bien... A Julio Cortázar por vídeos donde alguien grita una ocurrencia. A Velázquez por ilustradores de pantalla con cuatro colores y ninguna sombra.

Antes uno quería parecerse a Teresa de Ávila, a Leonard Cohen, a María Zambrano, a Benedetti, a Serrat. Gente con profundidad, con vértigo, con heridas. Hoy muchos quieren hacerse conocidos por grabarse abriendo paquetes, comiendo, opinando sin saber o mostrando cómo se visten.

Lo de pensar lo dejamos para otro día. Total...

Se ha sustituido la obra por la ocurrencia. El talento por la apariencia. El contenido por la pose. Y no pasa nada, claro, mientras el encuadre sea bonito y tenga buena "luz". La impostura también ha aprendido a posar.

No es nostalgia. Es urgencia. Necesitamos referentes que piensen, que se mojen, que sostengan una idea con la misma firmeza con la que otros hoy sostienen un teléfono. Que hablen con hondura, no con consignas. Que no midan su valor por los aplausos, sino por la coherencia.

Porque claro, hoy la coherencia no cotiza. No da visitas, no entretiene. A veces incluso incomoda, y con eso basta para que nadie la invite a la foto.

Y no, no hace falta que sean perfectos. Pero sí que tengan una brújula. Que no vivan a la deriva moral ni se escuden en el “yo soy así”. Porque cuando los referentes son débiles, los que vienen detrás se pierden. Y cuando se pierde el norte, lo único que queda es el eco.

Tal vez el verdadero problema no sea que falten figuras que admirar, sino que nos hemos vuelto incapaces de admirar a quienes no se parecen a nosotros. Nos incomodan. Nos exigen. Nos recuerdan que podríamos ser más. Y eso (en una época que premia el mínimo esfuerzo) molesta. Preferimos lo inmediato, lo fácil, lo que no nos obliga a revisar nuestra propia mediocridad.

Pero sin admiración no hay altura. Sin referentes, no hay dirección. Solo repetición, solo ruido. Y quizá, en el fondo, ese sea el drama de esta época: sí , creo que hemos dejado de aspirar. Que ya no buscamos ser mejores, sino visibles. Que ya no queremos pensar, sino pertenecer. Que hemos cambiado la construcción de una vida por la construcción de una imagen.

Y así caminamos: cada vez más informados, cada vez más conectados, pero cada vez más vacíos. Sin brújula, sin linterna, sin nadie a quien mirar cuando oscurece. Tal vez por eso hay tanto ruido: porque ya no queda nadie que se atreva a guardar silencio y señalar el horizonte.

Y eso, en el fondo, es lo que hace un verdadero referente: no grita. Alumbra.

Como Velázquez, que no necesitó discursos ni declaraciones para incomodar a un imperio entero. Solo pintó lo que veía, no lo que querían que viera.

Y en eso está la dignidad: en no deformar la mirada para complacer al aplauso.