
Sociedad
Marta Páramo, porcelana, diseño y el arte de emprender en el mundo rural “La artesanía es una propuesta de valor”
Desde su taller en Villamayor (Salamanca), combina el diseño gráfico con el arte de la porcelana demostrando que el emprendimiento artístico también es una vía de futuro para el medio rural

En un pequeño pueblo a las afueras de Salamanca, entre campos, piedra dorada y calles silenciosas, Marta Páramo ha encontrado el espacio perfecto para construir algo más que piezas de porcelana: ha moldeado una vida que desafía los tópicos sobre el medio rural. Artista, diseñadora gráfica y ceramista, su taller en Villamayor no solo produce objetos únicos. También simboliza una forma alternativa de vivir y emprender, lejos de la ciudad, del ruido y de las prisas. Marta demuestra que hay creatividad, belleza y futuro en los márgenes del mapa.
Marta se define, sin rodeos, como una diseñadora gráfica que también hace cerámica. O al revés. Desde hace más de una década trabaja como diseñadora en remoto, aunque en 2020, durante el confinamiento, comenzó a explorar la cerámica como una forma de desconexión, de concentración plena, de juego y de disciplina. Lo que empezó como un hobby acabó convirtiéndose en una segunda ocupación, tan seria y exigente como la primera. Hoy convive con ambas facetas creativas en un delicado equilibrio.
“Es como pasar del día a la noche en ocho horas”, explica entre risas. De un trabajo puramente digital, pegada a la pantalla y al ritmo rápido de los encargos, pasa a otro físico, lento, que exige calma y atención total. “La cerámica tiene sus tiempos, y no se pueden acortar. Cuando intentas forzar el proceso, todo sale mal. Si no estás tranquila, mejor no te pongas”. En esa pausa impuesta por el material, Marta ha encontrado una nueva forma de estar en el mundo.
Cerámica en clave personal
Su especialidad es la porcelana, un material noble, difícil de trabajar y que impone sus propias normas. Marta se encarga de todo: desde el diseño inicial, que nace en bocetos a mano o en ideas improvisadas, hasta la cocción final en el horno. Le gusta especialmente trabajar al torno, una técnica que define como una lucha constante entre el barro y la voluntad. En sus palabras: “El torno es quien crea el patrón, y tú solo acompañas. No puedes repetir dos veces la misma pieza”.
Además del torno, domina también la técnica neriage, una manera de mezclar distintas porcelanas para generar patrones internos en la propia masa. “Es una técnica que no admite trampas. Lo que ves fuera es lo que está dentro. Y como cada mezcla es distinta, cada pieza es única”.
En sus creaciones se refleja su pasado como diseñadora. “No creo que el diseño y la cerámica sean tan diferentes. Todo lo que sé del color y de las formas viene del diseño gráfico”, afirma. De hecho, sus piezas se alejan del estilo rústico que predomina en parte de la cerámica contemporánea. Prefiere el acabado limpio, minimalista, sobrio. Le interesa la elegancia de las formas puras. Aunque también tiene un lado lúdico y pop que ha dado lugar a algunas de sus obras más reconocidas.
Las piezas que viajan lejos
Dos pequeñas figuras se han convertido en el símbolo de su proyecto. Una es una palomita de maíz, moldeada en porcelana como si fuera un broche. La otra, un corazón de fuet. Son piezas pequeñas, accesibles, simpáticas, que resumen bien su propuesta: artesanía cuidada, asequible, con carácter propio. “Yo las llamo piezas proletarias”, dice Marta. “Quería demostrar que se puede regalar algo artesano, bonito, ecológico y de calidad sin necesidad de irse a Temu o a Amazon”.
Y lo consiguió. La “palomita” empezó a circular entre conocidos, hasta llegar, sin saber muy bien cómo, a figuras públicas como Eva Hache, Teresa Ribera o la ministra de Sanidad. “Eva Hache me encargó un montón para todo el equipo de una película. Un cliente mío en Bruselas también las va regalando a quien puede. Al final se han convertido en una especie de talismán. Teresa Ribera la llevó el día que presentó su candidatura a la Comisión Europea. Le dio suerte”, cuenta divertida.
No es solo cuestión de marketing. “Para mí, la clave era que no pasaran de los 20 euros. Todo el diseño se hizo con eso en mente: el packaging es ecológico, la caja también, todo está pensado para que la pieza sea accesible, pero sin renunciar a nada”.
De Viena a Villamayor
Marta tiene claro de dónde vienen algunas de sus ideas. Adora el trabajo de la ceramista Lucie Rie, una artista vienesa que escapó del nazismo y se instaló en Londres, donde reinventó su carrera haciendo botones de porcelana para casas de moda. “Cuando llegó a Londres no tenía nada. Empezó de cero, y con esos botones logró sobrevivir. Años después los recuperó Issey Miyake y hoy están en el MoMA”, cuenta con admiración. “A mis piezas pequeñas yo las llamo los botones de Lucie Rie. Son los que me permiten tener ingresos estables y seguir experimentando con obras más grandes y complejas”.
También menciona otros referentes contemporáneos, nombres que descubre en Instagram o con los que ha compartido talleres. “Hay un ceramista minimalista con el que hice un intensivo de torno y del que aprendí muchísimo, pero soy malísima para los nombres. Luego te lo mando”, dice riéndose. Lo que le atrae de todos ellos es la pureza de formas, la delicadeza del acabado, la sobriedad que esconde mucho trabajo detrás.
Vivir y crear en el medio rural
Instalarse en un pueblo como Villamayor, a ocho kilómetros de Salamanca, no fue una elección casual. Para Marta, el mundo rural no es solo un entorno más tranquilo. Es el lugar ideal para desarrollar una actividad como la cerámica. “Mucha gente piensa que es más difícil emprender en un pueblo, pero yo diría lo contrario. Para tener un taller necesitas espacio, materiales, tiempo. Y eso es carísimo en una ciudad. Aquí, en cambio, puedes tener una casa-taller, vivir a otro ritmo y montar todo desde cero sin arruinarte”.
Además, las herramientas digitales han cambiado las reglas del juego. “Todo lo que tengo en el taller lo he pedido por internet. No he ido a ninguna tienda física. Busqué el horno adecuado, lo encargué y me lo trajeron. Hoy en día no hay diferencia entre montar un taller en Salamanca capital o en Villamayor. De hecho, yo creo que en el medio rural es más fácil”.
Hay desafíos, claro. Si diera clases, por ejemplo, tendría más alumnos en la ciudad. Pero Marta no está en eso. Prefiere centrarse en la creación. Y cree firmemente que la artesanía puede ser una herramienta clave para revitalizar el entorno rural: “Fija población, crea comunidad, y ahora cada vez más instituciones están apostando por ello. La Junta ha sacado un sello para artesanos, hay asociaciones que te apoyan... poco a poco se ve el potencial de esto”.
Emprender sin prisa, crear sin urgencia
A diferencia de muchos proyectos emprendedores, el de Marta no nace de un plan de negocio ni de un cálculo económico. “Yo nunca me lo planteé como una segunda profesión. Simplemente es algo que me gusta hacer. Si luego funciona y la gente lo valora, mejor”. Su modo de trabajar es lento, meticuloso, sin prisas. Entiende la artesanía como un contrapunto a la lógica productiva del mundo actual.
“La gente me pide encargos y yo doy plazos largos. La cerámica no se puede hacer con prisas. En invierno, una pieza puede tardar una semana en secarse. Si la metes antes al horno, explota. No hay forma de acortar ese tiempo. Y si lo intentas, es peor. Hay que volver a empezar desde cero”, explica con serenidad.
Lejos de agobiarse con los tiempos o con la demanda, Marta lo tiene claro: “Yo no soy neurocirujana. No pasa nada si una pieza tarda una semana más. Estamos perdiendo el norte con tanto plazo y tanta urgencia. En el fondo, nada es tan urgente”.
El arte como refugio y como oficio
Más allá del mercado, de la artesanía, de la estética o del diseño, la cerámica ha sido también para Marta una forma de cuidado personal. Un modo de bajar las pulsaciones tras la jornada digital. “A veces he tenido días tan estresantes que ni siquiera puedo tocar el torno. Sé que no va a salir nada bueno. Pero cuando me pongo y conecto con el barro, se me olvida todo. Es como una meditación activa. Te centras tanto en lo que haces que desaparece el resto del mundo”.
Esa capacidad de concentración, de atención plena, ha sido uno de los grandes regalos de este camino. No solo le ha permitido construir una obra personal, coherente y reconocible. También le ha dado una forma de vida más acorde con sus valores, más sostenible, más libre. A veces, dice, parece una locura compaginar dos trabajos tan distintos. Pero en esa locura ha encontrado sentido.
El futuro será rural
Cuando se le pregunta por el futuro, Marta no duda: “Yo creo que el futuro será rural. Y una de las grandes bazas del mundo rural es la artesanía”. Frente a la imagen estereotipada de pueblos vacíos o anclados en el pasado, ella propone una visión distinta: pueblos vivos, creativos, conectados, donde se puede vivir con dignidad y belleza. Donde el arte no es un lujo, sino una forma de vida.
Desde su taller en Villamayor, con sus hornos encendidos y sus manos labrando la cerámica, Marta Páramo está haciendo mucho más que obras artesanales. Está esculpiendo, pieza a pieza, una idea de futuro.
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