
Sociedad
Más Libros y menos Botox
"Lo que incomoda no es el cuerpo en sí, sino lo que significa"

Creoque hay un momento (no siempre claro, no siempre brusco)que uno se da cuenta de que su cuerpo ya no pertenece al escaparate. Sí, no porque esté roto, ni porque haya dejado de ser funcional. Sino porque ha dejado de ser interpretable según los códigos que rigen lo visible: juventud, simetría, contención. El momento que deja de ser proyecto, y pasa a ser testimonio.
El cuerpo (opinión subjetiva) no envejece... Yo diría que empieza a hablar. Lo que antes ocultaba con pulso firme, ahora lo deja salir: los años, el cansancio, la resistencia. El cuerpo muestra, sin necesidad de explicarse, lo que ha atravesado. Las veces que sostuvo, que cayó, que esperó. La espalda que cargó, el vientre que perdió, las piernas que huyeron, las manos que se quedaron...
Lo que incomoda no es el cuerpo en sí, sino lo que significa. Porque en un mundo que exige rendimiento, el cuerpo vivido recuerda el desgaste. En un mundo que exige imagen, el cuerpo vivido muestra proceso. En un mundo que exige seducción, el cuerpo vivido ofrece presencia.
Nuestra sociedad ha decidido que lo joven es deseable. No como un elogio a la vida, sino como una forma de control. La juventud es rentable: ansía, duda, se compara, se opera, compra. Lo viejo (lo que simplemente ya no se puede moldear) es una amenaza para ese negocio. El cuerpo vivido no obedece. No se maquilla a diario. No se sube al último reto. No se corrige para pertenecer. Y eso, en un mundo que lucha con la inseguridad, no se perdona.
Se nos ha enseñado a mantenernos “en forma”, como si el cuerpo fuera un envase que debe justificarse. Pero nadie habla de la mente bien formada, del carácter trabajado, del juicio propio, de la lectura acumulada, de la ironía que afina. Todo eso no genera ingresos. No ocupa portada. No se puede vender en cápsulas.
Pero eso (precisamente eso) es lo que sostiene a una persona cuando el músculo se cansa, cuando el cuerpo ya no compite. Una mente bien formada vale más que cualquier espalda perfecta. Porque puede pensar por sí misma, elegir, decir no. Y eso también es belleza. De la que no se marchita...
Aceptar ese cuerpo no es rendirse.
Porque al final, la única belleza que permanece es la que ya no depende de gustar. La que se impone sin pedir. La que no necesita ser explicada.
La que no cabe en el molde, porque lo ha superado.
Y a veces, en esos cuerpos que ya no encajan, uno ve algo que los demás han perdido: paz.
Paz de haber vivido. Paz de no fingir. Paz de saberse suficiente (sin brillo, sin retoques) Y esa paz, aunque no venda,
es lo más bello que puede llevarse uno a la playa.
Eso, y un buen libro.
A ser posible, uno sin autoayuda, sin recetas, sin títulos comerciales. Sí, un Delibes o un Unamuno leído sin prisa...
Hemos venido a estar. No a gustar. Lo de los moldes y los encajes, mejor para las tartas y los bolillos. Para la vida: ser uno mismo.
Para que el cuerpo se estire, la mente se ensanche,
y nada (ni la edad, ni el espejo, ni la mirada ajena)
tenga ya poder de dictar sentencia...
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