Opinión

La noche de los granados

"Julian Martínez ha escrito, entre la vigilia y el sueño, un libro verdadero y fuera de los usos comunes, que conecta con el corazón de la existencia"

Portada del libro "La noche de los granados" de Julio Martínez
Portada del libro "La noche de los granados" de Julio MartínezLa RazónLa Razón

Recuerda el poeta la primera ocasión que tuvo, allá por los años 70 y 80, de encontrarse con un monasterio -cerca de Cluny-, donde miles de jóvenes, de todo el mundo, pasaban semanas para discutir las propuestas de aquella comunidad cisterciense de la estrecha observancia; lucha y contemplación, era el tema central de aquel tiempo. Fue allí donde conoció, por primera vez, que había otra forma de mirar el mundo. Que había otros mundos, que la mística no era, precisamente, un género literario y que, el conocimiento, era el verdadero destino del hombre.

Aquel viaje a los adentros, le cambiaría para siempre. Fruto de ese mirar es ‘La noche de los granados’, un libro en prosa, que es pura poesía. Julio Martínez es, además, un contemplativo en medio del mundo, así él no lo sepa, capaz de glosar a lo divino “Ese no sé qué que se halla por ventura”, en los amaneceres lentos, o en los atardeceres desmayados y de asistir estupefacto al gran silencio, o escuchar los sonidos y el piar de los pájaros; en definitiva, la brisa de Dios, “en esas horas preñadas de esperanzas”, entre naranjos y limoneros, o apostado tras unos eucaliptos, mientras aguarda los instantes que preceden al final del día. San Juan de la Cruz tenía razón: “Por toda la hermosura nunca yo me perderé, sino por un no sé qué que se alcanza por ventura”.

Julián Martínez ha escrito, entre la vigilia y el sueño, un libro verdadero y fuera de los usos comunes, que conecta con el corazón de la existencia, a la espera de que llegue ese día, para el hombre, al amparo no sólo de los instintos, sino también de la contemplación, capaz de mostrar la unidad de las cosas y la armonía profunda de lo creado. Recuerda nuestro poeta que “el rumbo nos define frente a la tentación del establo y las horas tranquilas del pesebre”. Y añade, para que nadie se lleve a engaño, en una sociedad mansurrona y lanar, que “la amistad es también una virtud pública que deriva del entusiasmo, según vieron venir los conservadores ingleses”. Y que del entusiasmo, a su vez, derivan “la alegría, la amabilidad o la disponibilidad de las que estamos tan necesitados”. ¡Cuanta sabiduría!

Se conmueve, Julio Martínez, ante la lluvia cercana y generosa, que la tierra recibe como una bendición, y le llega, hasta el hondón del alma, el “olor al seto de los jardines y la hierbabuena, alegre, sobresaltada”. Sólo un poeta de verdad, como lo es Julio Martínez, habla así o nos descubre esos indicios de primavera en algunos anocheceres de diciembre, cercanos a la Navidad. Los perros, nos recuerda, “son nuestros máximos referentes de lealtad y fidelidad, grandes virtudes ordinarias, y valoradas quizá por su ausencia entre nosotros”. Encontrarse con el primer almendro florido-asegura ya al final-, “tiene algo de aparición, de milagro, de transfiguración laica”.

Pero lo mejor de “La noche de los Granados”, es el nuevo día que anuncia, rebosante de benevolencia, de quietud, de esperanzas y de alegría: “El color de la bondad es mate, sin que resulte para nada pagado. Es la luz que ilumina la realidad, un pequeño rayo que se cuela por un seto, o por la copa de un árbol se descubre gozosa, como al correr la cortina en la habitación de un enfermo que va mejorando”. hay libros mejores y peores y los hay excelentes, como esta noche de los granados, entre la observación y la contemplación, hasta llegar a la presencia, como signo de la unidad de todo lo creado.