Opinión

No vinimos todos al mundo por la misma puerta

"La mayoría de los conflictos humanos no nacen de la maldad, sino del choque entre mundos que no se reconocen"

La escritora y columnista zamorana, Olga Seco
La escritora y columnista zamorana, Olga SecoOlga SecoLa Razón

Decimos con facilidad que todos vivimos en el mismo mundo. Lo repetimos como un mantra bienintencionado, como si bastara con compartir oxígeno y atmósfera para entendernos. Pero no. Lo cierto es que vivimos en el mismo planeta, sí, pero no en el mismo mundo. Ni en el mismo barrio emocional, ni en la misma lógica de vida. Cada ser humano recorre su camino con un mapa distinto. Algunos mapas son precisos, heredados, reforzados desde pequeños. Otros se improvisan sobre la marcha. Hay quienes se guían por coordenadas de poder y estrategia, y quienes avanzan con brújulas internas que a menudo no entienden ni ellos mismos.

Hay quien viene de una familia donde se hablaba de libros, de viajes, de derechos y futuro. Y hay quien creció donde se hablaba en susurros, donde el miedo era idioma oficial y donde el día a día no dejaba espacio para la utopía. Eso ya marca un mundo. Ya dibuja una frontera.

La mayoría de los conflictos humanos no nacen de la maldad, sino del choque entre mundos que no se reconocen. La incomprensión mutua, la arrogancia de creer que el otro debe vivir, pensar, sentir y reaccionar como uno. De ahí nace el juicio. La burla. El desprecio. Y hasta el asco...

Nos cuesta horrores aceptar que el otro no es una versión errónea de nosotros mismos, sino alguien diferente por derecho propio.

Y en esa tensión se juega una palabra cada vez más desgastada: tolerancia. Pero la tolerancia no es “aceptar” al que te resulta simpático, ni “respetar” a quien piensa casi como tú. Eso es comodidad, no virtud.

Tolerancia real es mirar a quien te incomoda y no reaccionar con superioridad. Es no necesitar tener la última palabra. Es asumir que el otro tiene una historia que no conoces. Una herida que no ves. Una lógica que no compartes, pero que existe...

Y claro que habrá puntos de fricción. No todos los mundos son compatibles. Algunos se anulan entre sí. Hay que saber poner límites. Defender lo propio. Pero incluso en la defensa puede haber decencia. Incluso en el conflicto puede haber humanidad.

Porque si no aprendemos a convivir con otros mapas, si no somos capaces de mirar más allá de nuestra cartografía mental, convertiremos el mundo (ese que se supone que compartimos) en un campo de trincheras.

La pregunta, entonces, no es quién tiene razón. La pregunta es: ¿cuántos mundos estás dispuesto a dejar existir sin aplastarlos?

Y si la respuesta es “ninguno”, entonces el problema no es el otro.

El problema eres tú...

Porque en este mundo compartido, donde cada cual camina con un mapa distinto, tal vez la verdadera inteligencia no consista en tener razón ni en imponerla, sino en aprender a convivir con lo que no entendemos, con lo que nos descoloca, con lo que no se parece a nosotros (y aun así, permitirle existir sin querer corregirlo, sin querer borrarlo, sin tener que ganarle siempre), como una forma silenciosa pero profunda de respeto, y quizá, de sabiduría.