Coronavirus
Las colas de alimentos en Cáritas se doblan: “Con el coronavirus se desplomó todo”
“Las cifras del coronavirus ponen en evidencia un sistema sin garantía social”
La crisis del coronavirus ha afectado a todo el mundo, ya sea en lo relativo a la salud, como en lo que respecta a la economía, a las relaciones sociales o al ámbito laboral, pero está claro que para nadie ha sido indiferente. El problema viene cuando llueve sobre mojado y es que la pandemia se está cebando especialmente con los más vulnerables, que ven como ésta agudiza sus problemas y agrava sus preocupaciones.
Tal y como se pone de relieve desde Cáritas, en el mes de abril sus servicios de emergencia social atendieron a más de tres mil hogares, es decir, el doble que en el mismo periodo del año anterior, y “las familias que se acercaron por primera vez o que volvieron después de un periodo en que no habían necesitado ayuda se han multiplicado por tres”, destaca al respecto Salvador Busquets, director de Cáritas Diocesana de Barcelona. “En la mayoría de los casos son personas que trabajaban sin contrato, pero también las hay que todavía no han cobrado el ERTE y no tienen ahorros para salir adelante”, añade.
Anna Roig, jefa de comunicación de Cáritas, interpreta estos datos. “Lo que estas cifras ponen en evidencia es un sistema económico sin garantía social”. “Desde hace tiempo, mucho antes de la pandemia del coronavirus, nosotros ya veníamos alertando que no había una correspondencia entre la recuperación económica tras la crisis de 2007 y la recuperación social”, constata Puig, para a continuación señalar que “lo que por entonces no se recuperó, ahora con esta crisis, aflora”. En definitiva, “llueve sobre mojado” y ahora, aquellas familias vulnerables que subsistían con una economía sumergida o con empleos no regularizados, son las que se está viendo abocadas a recurrir al apoyo y las ayudas de entidades como Cáritas.
“Entré en una crisis emocional y económica”
“Con el coronavirus, se desplomó todo”, constata Marlen Torres, una mujer colombiana de 48 años que se instaló hace tres en Barcelona. Antes de que se decretase el estado de alarma, su vida tampoco era un jardín de rosas. Ella vivía en una habitación alquilada en un piso que compartía con dos personas más y que pagaba con los pocos ingresos mensuales que lograba reunir limpiando casas por horas. Marlen, que cuenta con el título de administración de finanzas y turismo y habla cuatro idiomas -inglés, italiano, catalán y castellano-, llegó a la Ciudad Condal con un contrato laboral. Por entonces trabajaba como recepcionista en una empresa de cruceros, pero ese vínculo laboral expiró y, aún estando en situación irregular, decidió quedarse en Barcelona con el sueño de labrarse un futuro profesional en la capital catalana. Pero al no tener el permiso de trabajo en regla solo encontró empleos puntuales en el servicio doméstico.
El pasado mes de enero se cumplieron tres años desde que Marlen se instaló en Barcelona y de esta manera lograba alcanzar uno de los requisitos necesarios e imprescindibles para iniciar los trámites para regularizar su situación por arraigo social. Sin embargo, aún le faltaba conseguir un contrato laboral de un año de duración y de 40 horas semanales para poder aspirar a conseguir los papeles. “Estaba en ello cuando empezó la crisis del coronavirus”, algo que trastocó su vida a todos los niveles. “Me quedé sin trabajo porque las señoras para las que trabajaba decidieron prescindir de mis servicios por miedo al contagio”, explica Marlen, quien admite que ella tampoco tenía intención de seguir yendo a trabajar “porque coger el transporte público durante el estado de alarma era exponerme demasiado, no solo por la posibilidad de infectarme, sino también por mi situación irregular”. “Sé que están haciendo muchos controles y no me puedo arriesgar a que me pillen sin papeles”, explica para a continuación admitir que esa posibilidad le produce “miedo, pánico, incertidumbre, desesperanza...”.
Sin embargo, sin poder salir a la calle, se complica la tarea de encontrar ese ansiado contrato que le permita hacer frente al coste de la vida pero, sobre todo, que pueda abrirle las puertas a la regularización de su situación. A ello cabe sumar que, tal y como asume Marlen, “la crisis del coronavirus complica mucho la posibilidad de que alguien quiera o pueda hacerme un contrato de un año y 40 horas semanales, porque si antes la gente ya era reticente, ahora, con la crisis económica que éste ha generado, nadie va a ofrecerme algo así”. Sin ingresos y sin perspectivas, Marlen entró “en una crisis emocional y económica”, agravada por las condiciones en las que está teniendo que llevar a cabo el confinamiento en casa. “Es un encierro un poco agobiante. La encargada del piso no es muy sociable y le molesta todo, con lo que no tengo a nadie con quien hablar y apenas me puedo mover o hacer ruido para no molestar”, explica para a continuación matizar que, “si al principio eso fue muy duro y difícil para mí, la verdad es que conseguí manejar la situación de la mejor forma que pude y ahora estoy mejor”. Mientras tanto, cada mes recibe un bono de Cáritas, la alternativa que la entidad ha encontrado para seguir facilitando a sus beneficiarios la adquisición de alimentos ahora que, debido a la restricción de la movilidad en el contexto del estado de alarma, éstos no pueden desplazarse a su sede a recoger los lotes que proporciona a las personas más desfavorecidas.
“El virus ha venido a desbaratar nuestras previsiones laborales”
Angélica y su familia aún no han tenido que acogerse a este recurso, pero su situación a día de hoy es realmente complicada. Ella vivía hasta hace tres meses en un piso de Cáritas junto a su hermana, su madre y su sobrino. Por entonces, la familia contaba con ingresos, muchas veces puntuales y esporádicos, pero al menos éstos les permitían tirar hacia delante. Angélica, de 50 años y que actualmente vive con su pareja en un piso ocupado, es empleada de una empresa de limpieza, pero lleva ya cuatro meses de baja debido a la fibromialgia que sufre y ello le produce una gran incertidumbre acerca de su futuro laboral. “No sé si cuando me incorpore, después de la crisis del coronavirus, aún mantendré mi trabajo”. Por otra parte, antes de la pandemia, su hermana trabajaba cuidando de una persona mayor a domicilio, pero “ahora no está trabajando porque la hija de la persona a la que atendía le ha dicho que, por precaución, no vaya para evitar un posible contagio”. Por último, el sobrino de Angélica lleva también dos meses parado. “Él también estaba en una empresa de limpieza. Estaba trabajando en una escuela de música, pero como éstas han parado su actividad, le han echado. Se trata de trabajos temporales, nada fijo, y no sabemos si volverán a contratarle, pero por ahora no cobra nada”.
El caso es que la familia lleva ya cinco años recurriendo a los servicios y prestaciones de Cáritas para poder subsistir económicamente, ya que como recuerda Angélica, incluso en situación normal, únicamente la hermana “tenía un trabajo fijo e ingresos estables”. “Solo podemos contar con los ingresos de mi hermana, porque tanto mi sobrino, que tiene epilepsia y a veces le dan crisis, como yo estamos condicionados por nuestras enfermedades”. “A día de hoy Cáritas nos ayuda con apoyo psicológico, con los recibos de los suministros y con el piso”, señala Angélica, quien comenta que “por el momento, en lo que se refiere a los alimentos, comemos lo que podemos, vamos sobreviviendo”, pero ahora, con todos los miembros de la familia con un futuro profesional muy incierto, incluso eso es a día de hoy es una odisea.
Y es que hasta a la pareja de Angélica el coronavirus le ha golpeado de frente en lo que a su ocupación laboral se refiere. “Él era repartidor y hacía cosas de paleta, pero se quedó sin trabajo a principios de año y estaba buscando empleo cuando empezó todo lo del coronavirus”, explica para a continuación admitir que “ahora, no sé si va a encontrar algo". De hecho, “por el momento, él no puede salir a buscar y está esperando a que finalice el estado de alarma para salir a ver qué puede hacer”.
Ante este panorama, Angélica prefiere “no pensar en el futuro y vivir el día a día”. “Vivimos como podemos y de lo que podemos y no sabemos qué pasará mañana”, constata para a continuación señalar que “nuestro futuro es incierto y ahora con la epidemia del coronavirus y sus consecuencias, aún peor”. “El virus ha venido a desbaratar nuestras previsiones laborales, tanto en lo que se refiere a encontrar trabajo como a mantener nuestros empleos, y no sabemos lo que nos deparará el futuro, pero está claro que la cosa va a peor”.
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