Coronavirus

Reencuentros en la primera fase: cañas, cafés, lágrimas y amigos de carne y hueso

¿Qué buscan los vecinos de Barcelona y su área metropolitana en la fase 1?

Coronavirus disease (COVID-19) outbreak in Barcelona
Waiters wearing protective face masks carry food for clients at an outdoor seating section of a restaurant at Ramblas, as some Spanish provinces are allowed to ease lockdown restrictions during phase one, amid the coronavirus disease (COVID-19) outbreak, in Barcelona, Spain, May 25, 2020. REUTERS/Nacho Doce?NACHO DOCEReuters

La entrada a la fase 1 de Barcelona y sus alrededores no ha cumplido las expectativas. Pese al día soleado y la buena temperatura, tanto la oferta como la demanda de terrazas se ha quedado por debajo de lo esperado. La mayoría -un 66 por ciento- han optado por posponer su reapertura hasta, al menos, la fase 2 y las que han reabierto hoy tampoco han registrado una afluencia máxima, salvo aquellas ubicados en los lugares más icónicos -como Plaza Cataluña, Plaza del Rey o las Ramblas-.

El Gremio de Restauradores de Barcelona advirtió de que solamente “dos de cada tres locales con terrazas no reabrirán durante la fase 1 del plan de desescalada” de la ciudad. En un comunicado informaron que estos locales “esperarán al paso a la fase 2, en la que también se permite el consumo en el interior del establecimiento”. El director del Gremio, Roger Pallarols, ha dicho que cerca de 3.300 locales de restauración sin terraza continuarán cerrados, y ha pedido a la Generalitat que se eleve al 50% el aforo interior permitido en la fase 2.

Metropolitana Sur: unos días más sin los de Barcelona

Castelldefels y sus playas, muy concurridas siempre que hace buen tiempo, tampoco han registrado imágenes de oleadas de gente. La ciudad, un icono del turismo en el área metropolitana sur de Barcelona por su amplio y extenso paseo marítimo y gran oferta de restaurantes, atrae a muchos visitantes a lo largo del año y, sobre todo, en estas fechas, a las puertas del verano.

Generalmente, a Castelldefels acuden barceloneses y vecinos de los municipios de alrededor -todo el área metropolitana sur-, sin embargo, durante el primer día de la fase 1, la afluencia de gente ha sido reducida, influida, seguramente, por la jornada laboral -el sábado y domingo, probablemente, tendrá un aspecto distinto-. El paseo marítimo ha amanecido invadido por los deportistas entre las 6 y las 10 horas, para dar paso posteriormente a los paseos de los mayores. Ya por la tarde, se ha ido animando y ha habido cada vez más gente. Los chiringuitos, que disponen de grandes espacios de terraza, en su gran mayoría, han permanecido cerrados, aunque muchos de ellos estaban preparándose y habilitando los espacios para reabrir lo más pronto posible.

Las terrazas que han decidido abrir, a medida que ha ido transcurriendo la jornada, han ido recibiendo cada más gente. Al ser día laboral, la máxima demanda se ha registrado por la tarde, cuando las terrazas han empezado a llenarse, siempre bajo las medidas de seguridad correspondientes. Para evitar que ningún establecimiento hostelero se quede atrás por las condiciones impuestas para reabrir en esta fase -solo terrazas y al 50 por ciento del aforo-, el Ayuntamiento del municipio ha dado facilidades bares y restaurantes pudieran disponer de espacios al aire libre incluso en aparcamientos.

Las patatas bravas del Bar Tomás tendrán que esperar

Centrémonos en un rincón de Barcelona como ejemplo de la llegada a la fase 1. En el barrio de Sarrià, desde primera hora de la mañana, había ganas por volver a ocupar las terrazas, regresar a aquellos lugares donde hasta hacía dos meses se podía empezar el día desayunando o más avanzada la jornada se buscaba el descanso compartiendo cerveza o refresco con amigos. La plaza de Artós, uno de los pulmones de la zona, vio como solamente abrió uno de los tres bares de la zona, cuatro mesas en las que había que esperar para poder sentarse. Por otra parte, en la siempre concurrida plaza de Sarrià no hubo terraza alguna a disposición de los clientes, además de faltar a su cita otros locales emblemáticos de este lugar barcelonés, como el mítico Tomás.

Los que si levantaron el cierre trataron de preservar las distancias entre la mesas en las que, por lo general, había que hacer cola hasta poder ocupar una. El tiempo, en la mayoría de casos, no se alargaba más allá de una hora para permitir que fueran muchos los clientes que degustaran su primer café. Porque esa fue una de las frases más repetidas a lo largo de la mañana: “¡Es la primera vez que tomó un café así en dos meses!” El relevo hasta la llegada de otros clientes trajo consigo un ritual: el de desinfectar la mesa de la manera más cuidadosa posible, de manera que sea difícil contagiarse por coronavirus.

No hubo abrazos ni apretones de manos en Sarrià, pero sí algún brindis alegre por inaugurar una nueva realidad y algún golpe entre codos a la manera de afectuoso saludo. Esa mañana en la plaza Artós de Sarrià no eran pocos los que volvían a reencontrarse, demostrando que era posible ganar a la pandemia, aunque la factura haya sido muy elevada, demasiado elevada, en cuanto a vidas humanas.

El despertar en Metropolitana Norte: la calle que separaba dos municipios

Júlia ha aprendido a ir en bicicleta durante el confinamiento. Y lo ha hecho en una calle que marca la frontera entre dos municipios, Vilassar de Mar y Cabrera de Mar. Los vecinos de la calle Montcabrer nunca habían tenido mucha conciencia de vivir en la frontera de estos dos pueblos de la comarca del Maresme, que en la nueva nomenclatura de la COVID-19 está dentro del Área Metropolitana de Barcelona Norte, hasta hace dos veranos. El Ayuntamiento de Cabrera de Mar pintó líneas verdes en la calzada para señalar una área verde de estacionamiento exclusiva para sus vecinos. De un día para otro, los vecinos de la acera oeste se quedaron sin poder aparcar en la acera de enfrente de sus casas. El Ayuntamiento de Vilassar de Mar copió la iniciativa y la calle Montcabrer se erigió como la frontera entre los dos municipios. Aunque el nuevo coronavirus no sabe lo que es una frontera, la declaración del estado de alarma dividió el territorio en pedazos y prohibió a los ciudadanos pasar de un municipio a otro. En la calle Montcabrer, los vecinos ya estaban entrenados, pero en la playa, donde no hay aduanas, la policía local se ha hecho un hartazgo de avisar a los nuevos runners, a padres, madres, niños, abuelos de que si seguían corriendo, andando, chutando la pelota hacia adelante o paseando más allá de una línea imaginaria que sólo existe en la mente de los burócratas podían ser sancionados.

Como Júlia vive en el lado de Cabrera de Mar, un municipio que tiene menos de 5.000 habitantes, no ha tenido nunca horarios para salir. Con tres años, si cruzaba la calle de su casa y se hacía pasar por vecina de Vilassar de Mar, le correspondía salir de 12.00 a 14.00. Pero tuvo la suerte de estar al otro lado de la frontera. Y cuando no llovía ni hacía un sol de justicia, salía con sus padres a aprender a ir en bici. Su madre vigilaba que no viniera la policía local, porque la niña hace muchas eses con la bicicleta y puede cambiar una veintena de veces de municipio en un recorrido de 200 metros. Y su padre le ayudaba a arrancar. Hoy, después de 76 días, han podido salir todos tranquilos. Ya pueden cruzar la calle, porque Vilassar y Cabrera están en la misma región sanitaria. Los vecinos de L’Hospialet de Llobregat y Barcelona no tienen tanta suerte. Y Júlia y su hermano Marc ya pueden salir con sus dos padres a pasear sin tener que mentir a la policía. Su madre les había enseñado a decir que no eran hermanos para poder salir los cuatro.

Ha sido un día lleno de emociones. Porque en el casco antiguos de Vilassar volvieron las terrazas. Y en el Club Nàutic, Rosana, la dueña del restaurante volvió a servir después de dos meses y más de diez días una caña y unas patatas chips con salsa Espinaler. Pero sobre todo, porque Júlia y su hermano se han visto por primera vez en 76 días con algunos amigos del colegio. Y no hay palabras para describir toda la emoción que se ha vivido en ese reencuentro.