Salud
Daniel Ordóñez, el guardián del Hotel W de Barcelona: «No creo en fantasmas»
Lleva 73 días solo y confinado en el hotel de lujo para cuidar de sus instalaciones: “Veo a la gente correr en la playa, pero no tengo envidia, tengo 5.000 m2 de terraza y una habitación con vistas”
Jack Torrance, el terrorífico personaje al que dio vida Jack Nicholson en «El resplandor», tardó tres meses en enloquecer después de estar aislado en un solitario hotel. El inolvidable personaje que imaginó Stephen King es un ex profesor que acepta el puesto de vigilante de un hotel de montaña durante el invierno para ocuparse del mantenimiento. Se traslada con su mujer y su hijo, pero con el paso de los días, la incomunicación, y puede que la aparición de unos peculiares fantasmas que habitan el lugar, pierde la chaveta hasta querer matar a su familia. En psiquiatría, a este desarreglo psicológico provocado por el aislamiento se llama “fiebre de cabaña”.
Daniel Ordóñez lleva el mismo tiempo viviendo solo en un hotel que Jack Torrance cuando empezó a tener alucinaciones. El 17 de marzo dejó su casa de Vallirana (Barcelona) y se trasladó al icónico Hotel W de Barcelona, que abraza el Mar Mediterráneo desde la playa de la Barceloneta, para ocuparse del mantenimiendo. «Como soy el director de ingeniería técnica del hotel, una semana antes de que Pedro Sánchez declarara el estado de alarma y en viendo cómo estaba evolucionando la pandemia, trasladé a mi director general que si llegaba el momento de tener que cerrar el hotel, me quedaría. Era mi rol. En una casa cuando te vas de vacaciones cierras bien el agua y te vas tranquilo. En un hotel como este, si paras la maquinaria puedes tener muchos problemas cuando la tengas que volver a poner en marcha», dice.
Los cálculos de Daniel no fallaron. El tiempo de actuar se acabó y España se vio igual de amenazada que Italia por el nuevo coronavirus. Los contagios se multiplicaron y el día 14 de marzo, el Gobierno no tuvo otra elección que declarar el estado de alarma para cortar la cadena de transmisión del virus e impedir un pico de casos que colapsara el sistema sanitario.
Para aquel entonces, Daniel y el equipo de la cadena Marriott Internacional ya habían decidido que iba a ser él quien se cuidaría del Hotel W mientras durara la cuarentena.
El mismo tiempo sin salir del hotel que el personaje de “El resplandor”
Daniel lleva ya 10 semanas viviendo solo en una mole de 99 metros de altura. Sin salir. Sin ver a nadie de carne y hueso. Sus amigos y su familia, le hacen bromas con Jack Torrance, pero afirma que está «muy cuerdo».
Es verdad que en un edificio de 26 plantas, con cuatro piscinas, tres cocinas industriales y 473 habitaciones se escuchan ruidos a todas horas. El Íker Jiménez americano, John E. L. Tenney cuenta que en esta cuarentena se ha triplicado el número de llamadas de gente que dice vivir en una casa encantada. Es porque pasamos más tiempo en casa y estamos más receptivos. Pero Daniel encuentra una explicación a todos los sonidos que puede llegar a escuchar en la soledad del Hotel W.
El sonido de una madera que cruje, los alaridos de las neveras, el tintineo de las máquinas de climatización o el repicar de la lluvia en las terrazas. Tiene respuestas para todo. «Para mi, el hotel es como mi segunda casa, reconozco todos los golpes y ruidos. No creo en fantasmas», afirma.
Pero por si las moscas, cumple con todas las recomendaciones que los médicos dan para no perder la cabeza: tener contacto con el exterior y mantener rutinas.
Daniel se despierta cada día a las siete de la mañana. Y a las ocho, aunque no hay nadie que lo espere, ya está trabajando. «Hay mucho que hacer», cuenta. «Un día normal, lo primero que hago es revisar la maquinaria del hotel, los equipos de producción de agua caliente sanitaria, de agua fría sanitaria, de protección contra incendios, de climatización y comprobar que los parámetros del agua de las piscinas estén en orden», explica.
Cuatro piscinas
El hotel tiene cuatro piscinas, pero no se ha bañado en ninguna. «Estoy aquí para trabajar», insiste este joven soltero de 37 años. Aunque después de 73 días, los 52.000 metros cuadrados que tiene este señor hotel se han convertido en algo parecido a un hogar para Daniel. «Cuando llegué, elegí una habitación sencilla de la planta 24», cuenta. Lo de sencilla es un decir en un hotel donde la habitación media cuesta mil euros la noche y hay suites de hasta 10.000 euros. Su habitación tiene unas vistas privilegiadas sobre las playas y la ciudad.
Los colores que regalan el sol y el mar cada amanecer sobre el Mediterráneo compiten con la obras de Claude Monet, pero Daniel no ha escogido esta habitación por estos pequeños lujos. «Cogí una habitación con vistas para poder vigilar las instalaciones. Desde aquí veo el perímetro de todo el hotel y puedo controlar si entra alguien».
“Hago pedidos a domicilio y cocino pollo a la plancha en una cocina profesional”
Siguiendo con su rutina, entre las tres y las cuatro llega la hora de meterse en la cocina. El W tiene tres cocinas industriales. Es el sueño de cualquier aspirante a masterchef, un deseo que se ha puesto muy de moda durante el confinamiento. Pero Daniel confiesa que es de los pocos españoles que todavía no ha hecho pan casero. «No tengo alma de cocinero», admite. «Me hago pasta, arroz y pollo a la plancha. Nada complicado», resume.
Como el resto de gente, hace pedidos para que le traigan la comida a domicilio. «Resulta tan extraño ver mi comida en una nevera de una cocina industrial, como observar mis calcetines girando dentro de la lavadora de una gran lavandería», admite.
En vez de mirar en youtube recetas de Karlos Arguiñano, prefiere perder el tiempo con manuales para aprender a volar en paramotor. «¿Sabes lo qué es? Es un paracaídas en uve invertida con un tirador en la espalda, he visto que hay una escuela de vuelo en los Pirineos catalanes. Cuando acabe esto me apuntaré», explica entusiasmado.
“Cada cinco días paso nueve horas y media abriendo y cerrando 1.400 grifos”
Por la mañana hace el trabajo más físico y después de comer intenta hacer el trabajo de oficina, aunque siempre hay algún imprevisto como «pintar las puertas de los ascensores o las columnas de los comedores». «Normalmente, intento ajustar la jornada laboral a ocho horas, pero hay un día, que estoy nueve horas y media arriba y abajo, es el tiempo que tardo en abrir los 1.400 grifos que tiene el hotel para que corra el agua. Se trata un protocolo antilegionela», cuenta. La legionela es una bacteria que puede reproducirse en el agua estancada a más de 35º y si se respira puede causar neumonía.
Cada cinco días, Daniel dedica toda la jornada a abrir y cerrar grifos. Tiene su técnica. «Hago varias plantas al mismo tiempo. Empiezo abriendo un grifo y cuando me hago cinco plantas, vuelvo a la habitación de origen y voy cerrando los grifos. Están una media de cinco minutos abiertos. Es el trabajo más pesado y aburrido», admite, aunque es lo que más llama la atención desde que el «New York Times» relató su confinamiento.
A las 20.00 horas llega lo mejor del día. Cuando se le cae el boli, sale a pasear a la terraza: 5.000 metros cuadrados con vistas a las playas de Barcelona. Así se entiende por qué no ha salido ningún día. Ni siquiera ahora en fase 1 «Veo a la gente que sale a correr, pero no siento ninguna envidia con tanto metros cuadrados como los que tengo aquí», bromea.
“Cuando salga cogeré la moto para perderme en los Pirineos y aprenderé a volar en paramotor”
El Hotel W también tiene gimnasios. Pero Daniel tampoco se ha sumado a la moda del yoga ni el fitness de cuarentena. «Tengo una lesión en el pie y sólo he hecho ejercicio pensando en la recuperación», dice. Además de pasear, ocupa su tiempo libre con videollamadas a familiares y amigos. «No soy de series, prefiero ver películas», dice. La última que ha visto es «Drive». Es una apasionado del motor. «Tengo unas ganas locas de coger la moto y perderme por los Pirineos», admite. El hotel está listo para abrir. Y Daniel para coger su moto y aprender a volar. Todo esto también llegará.
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