Sociedad

¿Estoy confinado con un fantasma?

El 30 por ciento de los menores de 30 años todavía cree en apariciones sobrenaturales y crecen en las redes las afirmaciones de extrañas manifestaciones en casa durante esta cuarentena

Un fantasma, de riguroso blanco, frente a una vela
Un fantasma, de riguroso blanco, frente a una velalarazon

¿Por qué la primera respuesta a la afirmación de la existencia de fantasmas es la burla y la incredulidad? La risa es un sustitutivo de la reflexión, siempre, una sinapsis neuronal automática de rechazo para no tener que enfrentarse directamente con la posibilidad. ¿Por qué necesitamos negar la posibilidad de la existencia de fantasmas? ¿Por qué nadie se ríe de buenas a primeras ante la afirmación de la existencia de Dios, por ejemplo? Está claro que “necesitamos” negar la posibilidad de la existencia de fantasmas porque si fueran ciertos, ¿en qué lugar nos colocaría a los vivos?

Según los últimos estudios, sólo un 5 por ciento de la población cree en fantasmas, pero este porcentaje sube multiplica por seis en los menores de 30 años, llegando al 30 por ciento. ¿Qué significan estas cifras? Simplemente, que las personas, en su etapa adulta, son compratimientos cerrados que se han negado a cuestionar ninguna de sus certezas, por lo que se reduce el miedo y aumenta la confianza. Cuando hablas de fantasmas, son estas las que su primera reacción es la risa. ¿Y dicen que la risa es señal de inteligencia? No, la risa es buena por sí sola, no es señal de nada.

El confinamiento prolongado ha hecho que todas nuestras certezas se tambaleen, y por tanto los adultos ya no están tan predispuestos a negar nada. Esto ha provocado que los incidentes de carácter sobrenatural se hayan multiplicado en esta cuarentena y el miedo de vivir junto a un fantasma en un momento en que no te puedes escapar, en que no hay sitio donde huir, ha exacerbado la creencia de su existencia.

¿Esto significa que los fantasmas existe? No, ni mucho menos. ¿Significa entonces que no existen? Tampoco, por supuesto. Significa que estamos más abiertos a la hora de encontrar explicaciones a lo que nos está ocurriendo y eso siempre es bueno, porque abre la mente y ayuda a buscar en la imaginación respuestas a lo que nos está sucediendo.

En Estados Unidos, lugar de las mentes más brillantes y osadas, el 18 por ciento de la población asegura haber visto un fantasma o haber tenido algún tipo de contacto con ellos. Al no rechazar ninguna posibilidad con la risa, son susceptibles de creer en cuentos de hadas, pero también en encontrar soluciones increíbles a problemas complejos. El mecanismo es el mismo.

Uno de los casos que salían publicados en esta cuarentena era el de Patrick Hinds, responsable del podcast “True crimes obsessed”, que se marchó antes de que cerraran Nueva York a cal y canto a una pequeña cabaña en el estado de Massachussets, cerca de Boston. Una noche, a las tres de la mañana, se levanto sediento y fue a la cocina. Al abrir la luz vio sentado en la mesa a un hombre blanco, de unos 50 años, vestido con un uniforme de la II Guerra Mundial. Aterido, dio un brinco, soltó un chillido y parpadeó lo suficiente para que, cuando volvió a abrirlos ojos, el espectro había desaparecido.

La imagen fue tan rápida que tuvo que ser, a la fuerza, la impresión que multiplicase su efecto e hiciese creer en la aparición sin lugar a dudas de un soldado. Hinds aseguró que en ningún momento se sintió amenazado, sólo sorprendido por aquella figura, pero podía dibujarla con todo tipo de detalles, algo que no suele ocurrir cuando las impresiones son “de complemento” o cuando nuestro cerebro reúne diferentes trazos sueltos en una única imagen reconocible, lo que nos hace creer que estamos viendo cosas que en realidad no están allí. ¿Pero qué es un fantasma sino eso mismo, cosas que en realidad no están o no deberían estar allí? La propia evidencia científica que niega la posibilidad de fantasmas es en realidad la que mejor describe su existencia real.

Uno de los periodistas especialistas en casas encantadas y apariciones espectrales, John E. L. Tenney, algo así como el Iker Jiménez americano, responsable del programa de televisión “Ghost Stalkers”, aseguraba que recibe una media de dos a cinco informes de casas encantadas al mes. En esta cuarentena, la cifra se ha multiplicado hasta los diez a la semana.

Por supuesto, en confinamiento, estamos obligado a permanecer en casa y esto multiplica el tiempo en que somos receptivos a todos los estímulos que ocurren dentro de esas cuatro paredes. Cada sonido, cada misterioso viento, cada impresión en el reflejo del ojo puede derivar en la sensación de una aparición sobrenatural. El estado de ansiedad e hipervigilancia hace que se multipliquen las incidencias de estos casos.

Sonidos en las escaleras de alguien que sube y baja escaleras, picaportes que parecen moverse cuando no hay nadie más en la habitación, cortinas que responden a un vendaval cuando las ventanas están cerradas, televisores que se encienden de pronto como si alguien hubiera pulsado el mando a distancia, grifos que es encienden y apagan inexplicablemente, todo puede tener su explicación, por lo que negarse a planteárselas todas sí parece prejuicio y superstición.