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Historia contemporánea

El arma biológica rusa que desató el caos y propagó un virus en su propia población

Las teorías conspiratorias sobre el coronavirus como un experimento bactereológico chino tienen antecedentes reales en la historia reciente

Las abandonadas instalaciones del laboratorio secreto en la actualidad
Las abandonadas instalaciones del laboratorio secreto en la actualidadLa RazónArchivo

En los protocolos de Ginebra firmados en 1925, se establecieron las primeras prohibiciones de usar armas biológicas. La utilización en la I Guerra Mundial de gases y otros patógenos químicos hicieron auténticos estragos y sus secuelas en los soldados que sobrevivieron eran terribles. La comunidad internacional buscó una forma de protegerse ante su capacidad destructiva. Sin embargo, sólo se prohibió su uso, no su investigación, producción y almacenamiento. La existencia de laboratorios secretos se convirtió más en una norma de los países firmantes de los protocolos que una excepción.

Uno de estos laboratorios era la base secreta Aralsk-7, construida en 1954, una escalofriante instalación rusa en la isla Vozrozhdeniya en el mar de Aral, entre Kazajistán y Uzbekistán, en el mar de Aral. Stalin potenció la idea del estudios de posibles armas biológicas, no sólo para su fabricación, sino también en la investigación de posibles vacunas para defenderse de posibles brotes provocados por otros países. Allí se estudiaron desde el anthrax (bacilus anthracis) a la viruela (variola major) pasando por la fiebre Q (coxiella burnetii), la turalemia o fiebre del conejo (francisella tularensis), la brucelosis porcina (brucella suis), el tifus (rickettsia prowazekii) o la peste bubónica (yersinia pestis).

Los científicos y personal que trabajaban en las instalaciones vivían con sus familias en poblaciones cercanas levantadas por el propio gobierno soviético, una forma de contener cualquier primer incidente que pudiese ocasionar la base secreta. Se sabía que los trabajos dentro de sus laboratorios habían provocado numerosos casos de muerte masiva de peces, además de la desaparición en los bosques cercanos de los saigas, los antílopes de la zona, así como alguna infección puntual de visitantes mal protegidos al recinto. Sin embargo, el 30 de julio de 1971 el descuido en el transporte de uno de estos virus mortales provocó el caos en la zona y la necesidad imperiosa de ocultar el incidente por las autoridades durante 30 años.

Los barcos que atravesaban el mar tenían prohibido acercarse a las instalaciones al menos en un radio de 40 kilómetros. Sin embargo, aquel día el Lev Berg, una embarcación que hacía pruebas científicas en el mar de la zona. Una las científicas del barco recogió muestras de plancton de la zona. Lo hacía dos veces al día, con la mala suerte de que, esa semana, unos 400 gramos de una fórmula mortífera de la viruela habían caído al agua por accidente. La mujer se contagió y enfermó después de incubar durante una semana la enfermedad sin síntomas. Durante ese tiempo, contagió hasta diez personas, incluidos niños. Ella, que estaba vacunada, sobrevivió, después de sufrir fiebre, dolor de cabeza y mialgia. Tres personas, sin embargo, murieron.

Cuando se certificó que se había levantado una nueva epidemia de viruela, enfermedad prácticamente erradicada del mundo en aquel entonces, empezaron a sonar todas las alarmas. Las autoridades se apresuraron a vacunar a los 50.000 residentes de las poblaciones cercanas a la zona y se establecieron estrictos protocolos de confinamiento y distanciamiento social.

Las víctimas que sufrieron la enfermedad fueron 7 adultos, de edades entre 23 y 60 años y tres niños, de 4 y 9 meses y otro de cinco años) La primera contagiada pasó la enfermedad a otro miembro de la tripulación del barco y éste, a su vez, se lo contagió a su hermano pequeño cuando el barco atracó en la ciudad de Aral. Los síntomas empezaban con fiebre y dolor de cabeza y después derivaban en tos seca, manchas cutáneas y fuertes picores. Los médicos les dieron antibióticos y aspirina, pero sólo los que ya habían sido vacunados sobrevivieron. Los dos bebes y un hombre de 23 años sufrieron los estados más graves de la enfermedad y fallecieron.

El aislamiento de la zona se alargó durante un mes, prohibiendo cualquier entrada y salida y las zonas donde vivían los afectados fueron destruidas y quemadas. En total, se calcula que hasta 18 toneladas de bienes fueron incinerados. EL responsable médico de la base secreta, Piotr Burgasov, reconoció el incidente 30 años después. La instalación ya había sido clausurada, en 1991, tras el desmantelamiento de la Unión Soviética. Sus archivos fueron quemados. Sólo el testimonio de los supervivientes del incidente pudo traer a la luz pública el caso en 2002.

El 10 de abril de 1972 se firmaba la Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, la Producción y el Almacenamiento de Armas Bacteriológicas (Biológicas) y Toxínicas. La coincidencia en el tiempo con el incidente en el mar de Aral no deja de ser reflejo de que el mundo siempre funciona en dos velocidades, una que permite ver lo que sucede y otra que va demasiado rápido y está oculta al ojo humano.