Tras el éxito con el “Ibex 35, una historia herética de poder en España”, obra en la que retrata con detalle a la élite económica y política en España, el sociólogo Rubén Juste (Toledo, 1985) va ahora más allá de nuestras fronteras y desgrana quiénes son los nuevos “dueños” del mundo en “La nueva clase dominante” (Arpa), un documentado libro con perspectiva histórica: toma como punto de partida la Conquista de América y llega hasta el momento actual, regido por el poder que ostentan gigantes como BlackRock o Amazon.
Sostiene que hay una nueva clase dominante formada por los grandes fondos de inversión y las grandes empresas tecnológicas que ha desbancado a instituciones políticas y grandes empresas.
Es una descripción somera de una crisis en la que trato de decir que los Estados y las empresas, como concepto, están en crisis. Esto provoca un seísmo de grandes dimensiones, que estamos viendo en todos los niveles (económico, social, político). Quizás en España con mucha más relevancia por el papel central que han tenido durante tanto tiempo tanto el Estado como las empresas: nos remontamos a la conquista de América (finales del siglo XV y primera mitad del XVI).
¿Por qué cree que han adquirido el liderazgo?
Ha habido diferentes etapas, no ha sido nada planificado. Durante las diferentes crisis, los nuevos actores han tenido más capacidad adaptativa que el Estado y las grandes empresas. El Estado y las grandes empresas tienen un excesivo peso en recursos humanos, disponen de cadenas de mando y órganos de decisión que llevan unos tiempos y unos costes que no tienen las grandes tecnológicas o fondos de inversión, lo que les permite ajustarse mejor a los vaivenes y las crisis intensas porque no tienen casi ni estructura ni edificios.
¿Por qué habría que ponerles límite y cómo cree que se debería hacer?
Creo que lo que refleja el libro es que no es un debate aislado, sino central en muchos Estados. Hace poco, en Estados Unidos se convocaban a las grandes tecnológicas por el papel que pudieron haber tenido en las elecciones; en Alemania, en el parlamento se ha estado investigando sobre el papel dominante de los fondos de inversión y qué implicaciones pueden tener para la libre competencia. Estamos hablando de grandes actores que para algunos Estados pueden suponer una perversión de las reglas del juego y, por lo tanto, las medidas se están estudiando. Pero la propia situación denota complejidad: que haya unos actores con tanta capacidad de influencia y un monopolio fáctico implica que haya también problemas a la hora de regular. Lo hemos visto con la tasa Google, que Europa y la OCDE siguen posponiendo pese a que en España se aplica, aunque tarde.
Más allá de las prácticas de algunos actores, como concepto, ¿cree cuestionable un fondo de inversión?
Yo no vengo a cuestionar nada, lo que vengo es a describir una cierta pugna por el poder. Tradicionalmente se viene a criticar la función que han tenido los bancos a la hora de ejercer presión sobre la ciudadanía y el Estado. Lo que vengo a decir es que ahora son otros actores los que vienen a ejercer ese papel, incluso los bancos se están viendo desfavorecidos.
Usted traza un paralelismo entre la situación que atravesaron los países de América Latina y los países occidentales a raíz de la crisis de 2008: el endeudamiento ha debilitado la función social del Estado. ¿Prevé un desenlace similar en los países del sur de Europa y, en concreto, España?
Estamos viviendo una situación similar y lo que trato de explicar son los efectos que tiene la degradación institucional sobre la sociedad y la articulación social. Tanto Latinoamérica como el sur de Europa tienen una esencia comunitaria muy fuerte, debida al peso que ha tenido el catolicismo en estas sociedades, que ha desarrollado instituciones sociales como la familia. Debido a esta crisis se viene a transformar ese fondo. En Latinoamérica se vivió en los años 70 y ahora lo que estamos viendo en el sur de Europa es ese ataque frontal tanto a las instituciones formales (Estado, empresas) como informales (familia, amigos, educación).
Ante esta degradación, defiende que es necesario un cambio en las instituciones. ¿Hacia dónde se tiene que ir?
No creo que haya un modelo único. Sí pongo de relevancia que estamos ante una crisis donde la ausencia de instituciones, que ha sido lo característico de nuestra civilización, puede llevarnos a un cierto conflicto permanente. Este lema que se repite de “No nos representan” es síntoma de ausencia de instituciones. Si algo ha denotado nuestra civilización, es la capacidad de predicción, que se basa en unas instituciones fijas que más o menos se mantenían en el tiempo, ya sean empresas, Estado, asociaciones de vecinos. Esa arquitectura institucional que ha estado muy presente en nuestra civilización, nos permitía tener una cierta calma. El capitalismo lo que ha generado ahora es una necesidad de no producir instituciones o, directamente, de no soportarlas. Nos vamos a una ausencia constante y una crisis permanente de difícil resolución. Por eso creo que, más allá de la cuestión económica o política, tenemos que repensar las instituciones o estaremos en una crisis permanente.
Ya Sarkozy planteó una refundación del capitalismo. ¿Hacia dónde cree que tiene que ir? ¿Lo ve viable como sistema económico en el contexto actual?
Durante siglos, el capitalismo se entremezcló con otra dinámica que no era puramente económica, sino que era política y social que tenía que ver con vertebrar la sociedad. El capitalismo era un modelo de asignación de recursos, pero que se asentaba sobre estructuras políticas, como el Estado, que le permitía sostener a largo plazo una articulación social: podía reproducir un esquema de valores o un estilo de vida más o menos el tiempo. Eso está terminando por ser fagocitado por la propia dinámica de concentración del capital y de crisis constantes, cada vez más frecuentes. Evidentemente, esto es insostenible en términos sociales. Quizás el capitalismo pueda durar. Lo que no podrá durar es la sociedad con esta velocidad. La pandemia ha sido un poco el espejo donde mirarnos. De ahí que haya que reflexionar sobre el sistema que nos dotamos y de ahí la llamada no a refundar el capitalismo sino a dotarnos de un nuevo pacto social.
En el libro recuerda el New Deal. Este nuevo pacto social, ¿sobre qué debe pivotar en el contexto actual?
Tiene que ser una nueva cosmovisión. Como ejemplo, pongo el pacto de posguerra que fue una prolongación del New Deal norteamericano donde al final lo que había era una reasignación de las responsabilidades entre instituciones. Es lo que definió a las sociedades de posguerra, donde había diferentes instituciones que compartían el poder y permitían reasignar responsabilidades, recursos y eso nos dotó de una cierta paz y continuidad en el tiempo. Ahora lo que digo es que no solo es necesario nuevas fórmulas de justicia social o reasignación de recursos, sino que nos tenemos que dotar de nuevas instituciones y eso es lo que tiene que definir nuestra nueva corresponsabilidad. Lo estamos viendo con la pandemia, hay instituciones políticas que piden responsabilidad, pero hay una sociedad que no ve responsabilidad en las instituciones políticas. Esta falta de corresponsabilidad mutua denota que no tenemos instituciones que sean plenamente representativas, de ahí que haya que replantear nuevos esquemas de justicia fiscal o social y esquemas de representación mucho más justos. Estamos hablando de democratización de los poderes, sino tendremos problemas de legitimidad en el futuro: es decir, la gente va a seguir no creyendo en el poder.
¿Hasta dónde puede llegar este divorcio entre sociedad e instituciones?
Hay diversos indicadores y encuestas internacionales que visualizan que ese divorcio es prácticamente universal. Ese “No nos representan” es, prácticamente, mundial, lo que denota que es un proceso que se está viviendo a nivel global. Probablemente en España se viva con más fuerza que en otros países porque, precisamente, no hemos visualizado bien hasta qué punto se ha roto el país por cuestiones políticas y económicas. Más allá del problema catalán o del eje izquierda-derecha, tenemos una ruptura institucional por falta de instituciones de financiación, articuladoras de la sociedad, que se han ido diluyendo durante estos 10 años de crisis económica. Ese nuevo proyecto debe llevar a procesos constituyentes que puedan hacer sobrevivir a instituciones en el futuro. La financiación de Europa no cura el Estado, lo que hay que pensar es una nueva arquitectura institucional: nuevas instituciones para nuevos Estados.
En este sentido, en otros países, la nueva política ha conseguido conquistar el poder. Por ejemplo, en Francia. En este libro, hace un breve apunte sobre Podemos. ¿Por qué cree el partido ha quedado engullido en la dinámica de la vieja política?
Ni la nueva ni la vieja política se pueden abstraer de los cambios sociales que estamos viviendo. Vivimos una aceleración desde 2012 a 2016 donde la crisis institucional nos llevó a repensar muchas cosas y de ahí surgieron no solo Podemos, sino Ciudadanos. Posteriormente, lo que vivimos es una cierta guerra silenciosa donde las viejas estructuras no terminan de morir y las nuevas no terminan de nacer. Estamos viviendo una transición y de ahí que cada partido viva también su propia transición donde se mezclan tradiciones más vinculadas a los partidos tradicionales con otras más modernas. Estamos viviendo un momento de adaptación, donde no hay nada definido y, seguramente, surjan nuevas experiencias.