Opinión

Miradas turbias

Sebas Lorente

El póker no es un juego de azar. Al menos, no al cien por cien. Los buenos jugadores saben contener las emociones y mantener inalterada su expresión ante las cartas que tienen delante, de lo que depende, en buena medida, su cuenta de resultados.

Pero esta destreza no la tiene todo el mundo. Hay personas que, para bien o para mal, pagan con su cara el peaje de la transparencia, y no pueden esconder, ni aunque quieran, una determinada condición o inclinación. Quiero decir que, cuando alguien tiene cara de simpático, normalmente, acostumbra a ser simpático; y si la tiene de tímido, de amargado, de buenazo o de perdonavidas, también es fácil que coincida con esa imagen que proyecta. Y conste que no me refiero al look de las personas, que es artificial y escogido, sino a su mirada, de la que resulta muy difícil escapar.

Existen miradas frías y penetrantes, que intimidan a quienes las pretendan retar sin estar muy seguros del poderío de la suya propia. En el duelo desigual, estos últimos suelen salir derrotados y terminan por apartarla para ganar en comodidad. También son elocuentes –puede que las más elocuentes de todas– las de las personas que transmiten desconfianza; individuos con mirada desviada, aviesa y perversa que, desde la distancia, ya te ponen alerta de los turbios pensamientos o intenciones que puedan esconder. En la política, de éstas las encontramos a porrillo.

En todos los partidos hay buena gente, estoy convencido de ello; pero, al mismo tiempo, y en mucha mayor proporción, encuentro personajillos a los que, por su mirada, no les dejaría ni abrirme una puerta, no fuera a ser que tuvieran depositado en este hecho inocente y aparentemente gentil algún interés oculto que pudiera costarme la ruina. Hablo de esos paladines del fraude y la mentira que, cuando se colocan delante de una cámara, esgrimen sus mejores sonrisas, tan estudiadas como el lenguaje positivo que sus respectivos equipos de comunicación les conminan a utilizar machaconamente; palabras como «futuro», «progreso», «crecimiento», «recuperación» o «avance», son de las más comunes. Pero ni las palabras ni las sonrisas pueden tapar el cinismo y la hipocresía de sus miradas oscuras y adulteradas, que delatan una naturaleza ambiciosa, perversa y desprovista de todo escrúpulo.

A la gente no parece importarle, les votarán igual elección tras elección, hagan lo que hagan, digan lo que digan y miren como miren. Yo lo tengo algo más complicado, pues, para votar, me centro y me fío, sobre todo, en las miradas de los candidatos.