Novedad editorial
Cuando los cromos eran una locura
Un libro recoge la primera gran historia de todo un verdadero fenómeno para muchos coleccionistas
Hubo una época en la que no existían plataformas de televisión, ni se podían realizar búsquedas en Google, ni se pasaban las horas tratando de ayudar a un fontanero llamado Mario a salvar el mundo. En ese pasado que nos parece muy remoto, casi como si se tratara de la Edad de Piedra, el del último tercio del siglo XIX, la mayor distracción de aquella sociedad, de todos sus estamentos, desde los reyes a los campesinos, eran los cromos. Esa locura por el coleccionismo es el tema de un documentadísimo volumen que acaba de publicar Comanegra. «La febre dels cromos» es un concienzudo trabajo realizado por Josep-Manuel Rafí i Roig que pasa a ser una herramienta de utilidad para coleccionistas e interesados en una materia fascinante.
La obra, que fue presentada ayer en el Museu Marès de Barcelona, es un recorrido desde mediados del siglo XIX hasta el inicio de la Guerra Civil, con una especial atención a los cromos que puso en la calle la marca de chocolates Jaume Boix. Rafí i Roig afirmó que «este es un libro de emociones. En una época en la que no había el bombardeo de imágenes que hoy tenemos, sin libros en las casas, sin redes de bibliotecas, los cromos nos servían para explicar lo que pasaba en el mundo».
La revolución del cromo empezó a dar señales en España gracias a la Exposición Universal de París de 1878. Allí es donde muchos comerciales constataron las colas que se formaban en muchos expositores para poder conseguir alguno de los cromos que se regalaban. Allí había algo que no tardó en exportarse.
Fue una chocolatera barcelonesa la encargada de traer ese fenómeno por estas lares. Se trata de la casa Jaume Boix, creada en 1754, cuya idea también seguirá otras firmas dedicadas a estos productos de cacao como fueron Ametller y Juncosa. Boix fue el pionero, quien pensó en los cromos como un reclamo publicitario de primer orden. A partir de aquí empezó una locura que afectó a todos. Lo que empezó como una manera de captar clientes, según Rafí, pasó a ser «una locura, una verdadera fiebre. El cromo nunca ha molestado y lo han tenido reyes y campesinos. Desde hace 150 años están presentes en nuestras sociedad».
Boix tuvo la gran ocurrencia de incluir un cromo, como regalo, dentro del paquete de chocolate. «Lo que ahora nos puede parecer normal, en aquella época eso fue una auténtica revolución», explicó el especialista en la cromolitografías, además de ser él mismo un reconocido coleccionista.
En el libro podemos ver la variedad de temas que aparecieron en este formato: muñecas, uniformes, toreros famosos, estrellas de la gran pantalla, la Primera Guerra Mundial, los signos del zodiaco, trucos de magia.. También sucedían cosas curiosas, como que hubiera una serie dedicada al zar Nicolás II, pero que llegó al mercado casi en el momento en el que fue asesinado junto a su familia en plena revolución rusa. Al cabo de poco salía, como sustitución, otra serie dedicada a Leon Trotski, uno de los responsables de todo aquello que acabó llevando a Lenin al poder. De todo y para todos, con independencia de su clase social. Lo que sí matizó el especialista en esta materia es que todo aquello era «una historia pequeña, cotidiana, que llegaba a todos los hogares. Son productos que explican la sociedad de una época. Pero esto no era algo que estuviera vinculado a los niños sino al público adulto que era quien lo compraba». La fiebre se tradujo en el intercambio de cromos, una tradición que puede contemplarse cada domingo por la mañana en el tradicional Mercat de Sant Antoni de Barcelona. En los años treinta se producen fenómenos tan curiosos como los grupos que se formaban en la puerta de las oficinas de Nestlé, en Via Laietana, para intentar cambiar y lograr alguno de los cromos que sacaba al mercado esta marca que llegó a crear, como decían los periódicos de ese tiempo, el «nestletismo».
«La llegada de la televisión lo cambia todo porque en cada hogar está la misma serie, el mismo personaje, la misma imagen...», concluyó Rafí.
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