
Opinión
Las enseñanzas de la edad
Mirar con ojos de asombro y curiosidad todo lo que vaya pasando a nuestro paso

Levantarse con buen ánimo y repasar despacio las cosas de la casa, asomarse a recibir la claridad que llama a la ventana, contemplar los contornos y horizontes recién rescatados de la sombra, oír sin desazón los ruidos que suben de la calle. Pero no siempre se siente uno predispuesto a extender una mirada agradecida al día nuevo que convoca a la actividad.
Salir de casa temprano las mañanas de domingo a pasear ocioso sin más preocupaciones que las que ya la vida impone, y practicar la vieja costumbre (en serio peligro de desaparición, como tantas otras antes tan arraigadas) de comprar el periódico y acercarse a la panadería recién abierta y demorarse en el olor a pan recién salido del horno y volver con un envoltorio de cruasanes crujientes a desayunar sin prisas en la calma familiar de la cocina. Pero cuánto cuesta hacer algo tan sencillo, y qué pocas veces le damos importancia a esas pequeñas cosas que alteran los hábitos de la comodidad pero traen sosiego y bienestar.
Aprovechar el primer hueco que brinden los quehaceres rutinarios para espantar las telarañas de los días grises y sentarse en un banco de la plaza o bajo los árboles del parque a oír cantar a los pájaros, o tomar un café en el bar dejándonos arrullar por el tintineo de las tazas y el murmullo de las conversaciones en esa atmósfera cálida de voces y ademanes tan propensa a la confidencia y la complicidad. Pero basta con caer en el descuido de consultar el móvil para sobresaltarse enseguida con las noticias que hablan de desgracias y guerras y amenazan con hacer saltar por los aires el mundo que, aunque esté mal hecho como dijo el poeta, es el nuestro y el único que tenemos.
Mirar con ojos de asombro y curiosidad todo lo que vaya pasando a nuestro paso y tener siempre encendida alguna esperanza o expectativa que nos permita aguardar con ilusión lo que está por venir, particularmente a esa edad en que el conformismo y la resignación o la renuncia empiezan ya a apagar los sueños. Pero sueños hay muchos, y no tienen por qué ser grandes y señeros como los de la infancia y juventud, los hay también menudos y cercanos, como el de volver a estrenar por estas fechas otro año nuevo y pasar este sin que ningún sobresalto llame a la puerta y sin que ningún cuidado nos quite ninguna noche el otro sueño. No a todos, sin embargo, les son dados esos consuelos, y qué fácil es dejarse llevar por la percepción, o la certeza más bien, de que todo pende de un finísimo hilo que en cualquier momento puede romperse, un hilo, el de la vida, que no manejan nuestras manos y sigue siempre su curso irreversible.
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