Opinión
Tres libros para el Día del Libro
Que ustedes no dejen para mañana lo que puedan releer hoy
Y los tres de relectura, que es una afición muy agradecida y provechosa a la que se le va cogiendo gusto con la edad; agradecida porque nos devuelve momentáneamente el tiempo y las circunstancias de la primera lectura, y provechosa porque siempre lo releído tiene un sabor nuevo y más jugoso. Estos son los tres que han pasado del silencio de los anaqueles al bullicio de la mesa: Ficciones, de Borges, Libro de la vida, de Santa Teresa, y Otra vuelta de tuerca, de Henry James
En Borges –será esta la tercera o cuarta vez que leo este libro, y lo mismo me ha pasado con otros suyos– siempre se descubre algo nuevo, un párrafo que nos detiene, una frase que nos asombra, un adjetivo que nos parece definitivo (“la lluvia minuciosa”, “la dócil cerradura”, “la noche unánime”). Y la sensación de que, leyéndolo, estamos casi cumpliendo un deber, y que después de él qué vamos a encontrar que se le iguale, y que, habiendo él escrito lo que ha escrito y como lo ha escrito, para qué va uno a molestarse en intentar escribir algo.
El de la santa de Ávila, porque pocos han escrito como ella, con esa sencillez y esa espontaneidad, tan difíciles las dos de alcanzar (y que no excluyen a veces la torpeza, pero incluso esta se hace simpática), con esa frescura y esa “gracia y buena compostura de las palabras”, según dijo de ella el maestro fray Luis de León. Suerte para la literatura y los lectores que esta “fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz”, como la describió el entonces nuncio papal en España, hiciera caso omiso de los consejos y advertencias de san Pablo (“Las mujeres cállense en las iglesias, pues a ellas no les toca hablar, sino mostrarse sujetas”, I Corintios, XIV, 34), y, sobreponiéndose a las dificultades, escribiera “casi hurtando el tiempo, y con pena, porque me estorbo de hilar, por estar en casa pobre, y con hartas ocupaciones” (Libro de la vida, X, 7).
Otra vuelta de tuerca, por un doble motivo: el primero, porque me dejó un gratísimo recuerdo la primera vez que la leí, allá por la mocedad; el segundo, porque hace un tiempo, con los amigos que compartía tertulia literaria, convinimos en acometer otra obra suya, La lección del maestro, y el dictamen fue unánime: que el libro –una nouvelle– hacía honor al título y el maestro Henry James impartía en él, como acostumbra, otra lección de buen narrar (el celebrado punto de vista, el juego de la ambigüedad que le caracteriza, la fina ironía), de sutileza en la introspección psicológica, de habilidad para la creación de una atmósfera de misterio y de eso que los entendidos llaman economía de medios. Borges lo expresó mucho mejor: “Sus libros, sus muchos libros, han sido escritos para la morosa delectación del análisis”.
Que ustedes no dejen para mañana lo que puedan releer hoy.