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Un marsupial con dientes de sable y lengua de morsa

Generalmente, se ha supuesto que los dientes de sable marsupiales era un cazador activo, como sus parientes félidos, no obstante, nuevos estudios de su mandíbula apuntan a un modo de vida carroñero.

Cráneo de Thylacosmilus atrox
Cráneo de Thylacosmilus atroxIdeonexusCreative Commons

Esos descomunales colmillos asustan. Resulta casi imposible mirarlos sin preguntarnos cómo los usarían. ¿Serían como dagas capaces de perforar vasos sanguíneos vitales? ¿O tal ayudarían a agarrar y constreñir las vías respiratorias, asfixiando a las presas? Sea como fuere, las imágenes que nos bombardean la cabeza al pensar en dientes de sable no son precisamente pacíficas. Cuando hablamos sobre tigres dientes de sable, como el Smilodon fatalis tenemos claro que algo así debía de suceder. Sabemos que su cuerpo y sus mandíbulas estaban preparadas para agarrar a la presa y hundir los colmillos bajo su piel. Sin embargo, con su pariente marsupial no lo tenemos tan claro, pero le hemos atribuido el mismo estilo de vida.

El Thylacosmilus atrox era un marsupial (como los canguros o los koalas) que pobló Sudamérica hace 5 millones de años, pero lo más peculiar de él son esos colmillos descomunales que recuerdan tanto al de los tigres dientes de sable. No obstante, se trata de animales evolutivamente muy alejados, su antepasado común no tenía nada parecido a dientes de sable y por lo tanto podemos asumir que ambos los desarrollaron de forma independiente. Sabiendo esto ¿podemos asumir que los usaban para lo mismo? ¿Era el Thylacosmilus un cazador atroz capaz de apuñalar en el cuello a sus víctimas? Ya son unos cuantos los estudios que sugieren todo lo contrario.

El que saca los dientes de sable para enseñarlos es un parguela

La anatomía comparada es una disciplina que busca las similitudes y diferencias entre la morfología de distintas especies. No se trata solo de un “encuentra las 7 diferencias”, sino que ayuda a entender cómo unas especies devienen en otras y de qué forma se relacionan entre sí. Asimismo, es una manera de hacerse a la idea de cómo se asocian determinadas adaptaciones físicas a formas de vida concretas.

Por ejemplo, si vemos un animal de grandes orejas y otro de orejas diminutas, es más probable que el orejón venga de climas cálidos, donde puede usarlas tanto para abanicarse como para refrigerar su sangre al aumentar su “contacto” con el aire. Por otro lado, en climas polares las orejas suelen ser pequeñas para evitar, precisamente, perder el preciado calor. Por supuesto que existen excepciones, pero gracias a ello contamos con pistas tremendamente valiosas para descifrar las costumbres de especies extintas.

Con esta idea en mente, si comparamos los esqueletos del Thylacosmilus con, por ejemplo, el Smilodon fatalis, nos encontraremos una gran cantidad de diferencias. Ambos tienen caninos extremadamente desarrollados, pero sus formas son diferentes. Mientras que los del Smilodon son cónicos, con bordes redondeados, los del Thylacosmilus están aplanados lateralmente, como una cuchilla. Es cierto que lo de “afilados como una cuchilla” suena bien, pero tan solo porque es más fácil de penetrar con ella en la carne. Realmente, con la suficiente fuerza (y la tenían), los colmillos del Smilodon eran capaces de penetrar con la misma facilidad, causando a priori, heridas más graves. Entonces ¿por qué esa diferencia?

Comparación de un tigre diente de sable y un Thylacosmilus atrox respectivamente.
Comparación de un tigre diente de sable y un Thylacosmilus atrox respectivamente.Stephan Lautenschlager​Creative commons

En el Thylacosmilus, las placas de hueso que se extendían mandíbula abajo le ayudaban, en principio a proteger sus largos y aplanados colmillos, pero no parecen tener pistas sobre su modo de vida. Lo que sí nos ayuda son las protuberancias óseas de su cráneo, los puntos donde el hueso se ve sobresalir más o menos porque en vida fue traccionado por los músculos que en ellos se insertaban. Cuanto más musculado estuviera más sobresaldría el hueso, y por o tanto se puede reconstruir hasta cierto punto la musculatura del animal, haciéndonos una idea de su biomecánica y la fuerza que podía ejercer. Haciendo esto, resulta que el Thylacosmilus parecía tener mucha menos fuerza en la mandíbula que otros carnívoros. De hecho, la diferencia es tal que se vuelve difícil pensar que pudiera asestar una mordida mortal.

Hablando de músculos, durante algún tiempo se pensó que la clave de su mordida podía estar en la musculatura de su cuello, capaz de contraerse presionando la boca abierta contra el cuerpo de su víctima. De hecho, se sospecha que los Smilodon utilizaban una combinación de este movimiento de cuello y la fuerza de su mordida, por no decir que la increíble capacidad del Thylacosmilus para abrir sus fauces (más de 120 grados de apertura) habría sido ideal para exponer los colmillos sin que la mandíbula inferior entorpeciera la presión ejercida por el cuello. El problema es que, un análisis más pormenorizado, revela que estos músculos del cuello tendrían, más que una función depresora, una función estabilizadora y tractora, como cuando nosotros mordemos la carne de una costilla y la desgarramos con un movimiento de cabeza.

Otra pista parece encontrarse en su esmalte dental, relativamente fino y con pocas muescas. Todo esto apunta a que dieta debía de ser bastante blanda. Incluso más que la de los actuales leones en cautividad. Una idea que se refuerza al fijarnos en sus poco prominentes muelas, su absoluta carencia de incisivos y el extraño hecho de que su mandíbula estuviera separada justo por la mitad. No parece la boca de un ser dado a apuñalar entre huesos a animales vivos, que se revuelen y coletean. En cualquier caso, parece difícil seguir imaginando al Thylacosmilus como el abominable cazador que creíamos que era.

Lengua de morsa

Posiblemente, lo más extraño de este animal es una de las hipótesis que ha despertado. Se trata de una especulación bastante reciente que el equipo del doctor Stephan Lautenschlager ha sugerido en un artículo de este mismo año. En él se plantea que la carencia de incisivos que ayudaran a Thylacosmilus a cortar y separar la carne del hueso, podría ser indicador de una adaptación realmente singular. Si nos guiamos una vez más por la anatomía comparada, los mamíferos que carecen concretamente de incisivos, como es el caso de la morsa o el oso hormiguero, suelen tener largas lenguas que o bien ayudan a “atrapar” el alimento o a succionarlo. Si esto fuera así, podríamos imaginar al Thylacosmilus aprovechando el hueco que dejarían sus dientes en el frente de su boca para raspar y aspirar la carne más pegada a los huesos. Si esto fuera así, el animal encajaría bastante bien en un estilo de vida carroñero.

Comparativa de los músculos del cuello y la mandíbula en (A) Panthera pardus, (B) Smilodon fatalis y (C) Thylacosmilus atrox
Comparativa de los músculos del cuello y la mandíbula en (A) Panthera pardus, (B) Smilodon fatalis y (C) Thylacosmilus atroxStephen WroeCreative Commons

En ese caso, alimentándose de cadáveres por “succión”, el Thylacosmilus no necesitaría tener grandes molares para machacar hueso ni una poderosa musculatura mandibular con la que asestar el golpe de gracia a sus presas. Lo que sí necesitaría sería despedazar los cadáveres para aprovechar su carne, y una forma sería utilizando esos colmillos en forma de cuchilla y ese cuello con una poderosa acción tractora. A priori, estas adaptaciones parecen compatibles con esa forma de vida saprófaga.

Es más. Solo nos hemos centrado en la anatomía de su cráneo, pero el cuerpo también revela pistas clave, y una vez más, no parecen apuntar en la misma dirección que las del Smilodon. Por lo que parece, las garras del Thylacosmilus no eran retráctiles, lo cual apunta a que tampoco podía conservarlas suficientemente afiladas como para hacer de ellas un arma mortal, estarían más bien romas, como las de los perros. Por otro lado, la musculatura de sus patas traseras no parece especialmente adaptada para las explosiones de velocidad que requeriría perseguir a una presa como lo hace un félido y recuerdan más a la biomecánica de un oso, utilizando su tamaño (aproximadamente el de un jaguar, Panthera onca) para derribar a su presa.

Hasta donde sabemos, se trata de una especulación válida y un duro golpe para la idea del Thylacosmilus como cazador, pero todavía es pronto para afirmar nada con rotundidad. Observar el pasado a través de los huesos no es fácil y hay mil detalles que pueden llevarnos a conclusiones equivocadas. Por eso es tan importante asumir que lo que hoy se diga puede desdecirse mañana, aunque siempre teniendo en mente que no todo es especulación, y que poco a poco, los hechos se van consolidando, creando un corpus más firme, menos dado a cambiar de dirección con el viento. Hoy, el corpus del Thylacosmilus es un poco diferente, algo más definido y apunta en nuevas direcciones que jamás imaginamos.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Es cierto que no parece haber ningún animal que siga este tipo concreto de alimentación succionando carne de los huesos. Pero eso no quiere decir que debamos excluirla inmediatamente. Sabemos con bastante seguridad que han existido seres con formas de vida que no tienen análogo en nuestro tiempo.
  • El gran intercambio americano de fauna y flora donde muchas especies se extendieron por tierras inhabitadas de norte a sur y de sur a norte sucedió a raíz de la colisión de América del Norte y América del Sur por el puente continental de Centroamérica. Hasta ahora se creía que este intercambio de fauna habría hecho que Smilodon (nativo de América del Norte) y Thylacosmilus (de Sudamérica) se enfrentaran por el mismo nicho, ya que sus modos de vida se creían análogos y por lo tanto competidores. Si el Thylacosmilus fuera un carroñero este planteamiento tendría que adaptarse a las nuevas evidencias y redefinir la extinción del género.

REFERENCIAS (MLA):