¿Estaremos un paso más cerca de aquel mundo que nos mostró «El planeta de los simios»?

Un equipo liderado por un científico español crea por primera vez embriones de mono con células humanas

Las células madre han posiblilitado el desarrollo de un primate durante más de 20 días. Nunca se había llegado tan lejos. ¿Dónde están los límites de la manipulación genética? ¿Se desarrollarán monos con cerebros dotados de neuronas humanas?

Estaba a punto de pasar, tenía que pasar y ha pasado. Tras años de investigación en el terreno de los trasplantes de tejidos, la reprogramación de células humanas y la creación de modificaciones en embriones, el equipo del que forma parte el español Juan Carlos Izpisúa en el Salk Institute (uno de lo científicos más reconocidos en el campo de la regeneración tisular) ha traspasado una frontera largamente esperada... y que va a provocar un debate ético sin precedentes.

Según el artículo publicado en la revista «Cell», bajo la firma de científicos de laboratorios de Estados Unidos y China, los genetistas han creado por primera vez un embrión de mono con células humanas. En concreto han sido capaces de inyectar células madre humanas en un embrión de primate y dejar crecer el embrión resultante durante más de 20 días. Nunca antes se había llegado tan lejos en el desarrollo de una quimera hombre-momo, un embrión que comparte células de las dos especies.

El avance es tan sorprendente y arroja tantas dudas éticas que la propia revista «Cell» se ha visto obligada a publicarlo junto con un comentario editorial clarificando los peligros e incertidumbres que, junto a los potenciales beneficios científicos, pueden derivarse de esta investigación.

Según se describe en el trabajo los autores comenzaron aislando una cohorte de células madre humanas inducidas (IPSC). Estas células proceden de tejidos adultos, pero son reprogramadas genéticamente para volver al estado de células madre embrionarias. Es como rebobinar la vida de una célula y devolverla al momento en la que formaba parte de un embrión recién creado. Estás células tienen el potencial de convertirse en cualquier otro tejido dentro y fuera del embrión. A continuación, el equipo investigador inyectó 25 de estas células en el embrión de un mono de la especie «Macacus fascicularis». Después de un día de desarrollo se detectaron células humanas perfectamente integradas en 132 embriones de mono.

Hasta ahora, cualquier investigación con este tipo de embriones hibridados se habría detenido en el momento de detectar células integradas. Pero en este caso el experimento se llevó más allá y se aplicaron nuevas técnicas que permiten la supervivencia de los embriones hasta 20 días más. El número de embriones viables declinó considerablemente con el paso del tiempo pero aún así, a los 20 días seguían sobreviviendo 3 quimeras (se denomina quimera a embriones con contenido genético de dos especies distintas). El número de células humanas halladas en esas quimeras fue significativamente alto.

En palabras de Juan Carlos Izpisúa, «la creación de quimeras humano-animal, sobre todo las que se realizan con especies cercanas a nosotros como los primates, nos permitirá conocer mejor los límites evolutivos para este tipo de investigaciones». Hay que tener en cuenta que, según el propio Izpusúa, «en la actualidad no podemos realizar ciertos tipos de experimentos en humanos que serían esenciales para aprender a tratar ciertas enfermedades». El motivo por el que se realizan estos experimentos con embriones quiméricos es tratar de lograr modelos de comportamiento de cómo se desarrolla un embrión humano o animal con vistas a futuras investigaciones como los trasplantes de órganos entre especies o la regeneración de tejidos humanos con material de otros animales.

Sería una línea de investigación definitiva para el tratamiento de muchas patologías. Pero, obviamente, los reparos éticos de esta aproximación son mayúsculos y los propios investigadores declaran ser conscientes de ellos. La introducción de células madre embrionarias humanas en blastocistos de primates no humanos ha sido propuesta en muchas ocasiones y en todos lo foros éticos ha sido rechazada. En la mayoría de las legislaciones del mundo estas investigaciones están prohibidas, no pueden recibir financiación de gobiernos o se le requiere una vigilancia especial.

Pero la introducción de tejidos de una especie en otra o la generación de quimeras que requiere material fetal no está tan discutida. De hecho, puede ser la base de futuros proyectos de investigación que conduzcan a los xenotrasplantes (la creación de órganos humanos en el seno de un animal, por ejemplo, para ser usados en medicina). La creación de embriones con material genético mezclado de humano y animal, el caso de estas quimeras ahora presentadas, sí que provoca problemas morales que van mucho más allá de lo que hasta ahora se había planteado.

En la literatura científica abundan las propuestas de trasplante directo de tejidos o células concretas de nuestra especie en primates no humanos. Estos trasplantes permiten a los investigadores predecir dónde migra el material genético humano de manera que no se traspasa el umbral de la intervención en la línea germinal de una especie: en los genes que confieren identidad y que se pasan de generación en generación.

Pero el trabajo ahora presentado supone un paso adelante que, para muchos expertos, es peligroso. Con la introducción de células madre humanas en embriones de animal estas células pueden terminal formando parte de órganos tan moralmente sensibles como el cerebro. Si dejamos desarrollarse uno de esos embriones, tendríamos monos con cerebros dotados de algún tipo de neurona humana. Por supuesto, esa no es la intención de estas investigaciones ni técnicamente sería posible. Ese panorama más propio de película de terror solo se produciría si los embriones crecieran el tiempo suficiente, se implantaran en un útero y dieran lugar a una criatura nueva. Algo completamente imposible hoy en día.

Pero la investigación ahora realizada pone sobre la mesa, si quiera remotamente, esa posibilidad y genera otras dudas éticas como la garantía del bienestar animal y, sobre todo, la procedencia de las células humanas utilizadas. ¿El material genético de nuestra especie puede implantarse en otra sin más? ¿Debe contar con permiso explícito del donante? ¿Debe articularse alguna ley que lo prohíba o limite?

El tema del intercambio de materiales entre especies está lleno de aristas. Llevado al extremo el reparo ético, el uso de una válvula cardiaca con material animal (práctica común) podría ser cuestionado. Pero, como afirma el comentario editorial de la revista «Cell» ante la nueva investigación ahora presentada, «asombrar al público con investigaciones desconcertantes y difíciles de entender puede minar la credibilidad de la ciencia y poner en riesgo las investigaciones futuras». En este caso, quizás la ciencia haya llegado demasiado lejos, hasta el punto de que los propios autores del hallazgo y la revista que lo publica se han visto obligados a curarse en salud alertando de las muchas limitaciones que habría que añadir al curso de estas investigaciones.